Así era Lizardo Vidal Molina «Tata»

lizardo-vidal-molinaHoy se cumplen 41 años de la muerte de mi abuelo materno. Nunca lo conocí pero, según la vieja, esta nota lo pinta de pies a cabeza. Escrita por Juan Luis Gallardo (mi tío) el día de su muerte, un 28 de mayo de 1974.

“El Tigre es húmedo y melancólico. Anoche en el Tigre la humedad formaba harapos de niebla que flotaban pegados al suelo y resbalaba en gotas desde las ramas casi despojadas por el otoño y dibujaban aureolas amarillas en torno a los faroles de la calle.

La melancolía de esplendores prendidos que envuelve la casa y cosas del Tigre, anoche había subido de tono para transformarse en tristeza. En una tristeza que conservaba esa mezcla de dignidad, recato y resignación, que preside la melancolía del Tigre. El cielorraso de la galería es de tablas ensambladas como la cubierta invertida de un barco, como las cubiertas de los barcos sucesivas capas de pintura lo han defendido del clima que sin embargo invento mapas oscuro en los rincones.

La galería esta saturada de ese olor luctuoso de las flores cortadas de las coronas y palmas cuyas cintas traen una despedida de color violeta. Porque en la galería de la quinta hay palmas y coronas es que melancolía del Tigre subió de tono para convertirse en tristeza. Afuera la humedad dibujaba aureolas amarillas en torno a los faroles de la calle, adentro hay luces que no se apagarán hasta el otro día, y hay gente que habla despacio, y hay lágrimas que a veces se disimulan a veces no. Y hay un hombre cabal que se ha ido y que está todavía que se fue al empezar la tarde, porque esta vez claudicó el corazón herido y que está todavía porque está un cuerpo deshabitado, quieto, en la cama de siempre, apacible la expresión definitiva.

Porque está en los objetos que convocó para hacerle compañía y cuyo conjunto armónico habla en silencio señalando preferencias y afinidades de quien reuniera esas espuelas y esas imágenes pintadas, esas copas de pulpería y esos estandartes bordados en seda. Que está todavía porque está en la gente.

Está en la gente de cerca y esta en la gente de lejos, en la gente de cerca por la que se hizo querer así como era, autoritario y cariñoso, consentido y consentidor, fino y mal hablado. Está en la gente de lejos cuya confianza se ganaba porque era generoso y porque se tenía confianza, una confianza afirmada en su estatura, en su fortaleza, en sus ojos azules de buena raza.

Buena raza de argentino, esa misma buena raza que permite ser fino y mal hablado, que permite reprender la torpeza de un peón o abrir de par en par las puertas a las familias que en tiempo de crecida, debió abandonar el rancho invadido por la inundación.

Por eso, porque era un argentino de buena raza, pareció tan natural que pusieran sobre el cajón la bandera con el sol de guerra.

El Tigre es húmedo y melancólico, la mañana estaba triste y empapada cuando la llevaron y atravesó por última vez el portón de la quinta donde vivió y murió, resbalaban gotas desde los ojos y desde las ramas casi despojados por el otoño.

Tristeza de los que se quedan, tristeza mansa sostenida por una certeza luminosa, Dios y Lizardo siempre se llevaron bien y desde el centro del altar que él ayudo a levantar, la Inmaculada lo miraba agradecida con una sonrisa en su carita barroca”.