Desde Iruya a San Isidro, caminando la vida

Iruya-San-Isidro-SaltaY si me dicen que: “allá, camino arriba, esta Dios”, lo creo. Fácil es la vida para el que viene a conocer pero difícil para el que quiere pertenecer. Estoy convencido de que sus habitantes, su gente, es rica. Sostengo, una vez más, que rico no es el que más tiene, sino el que menos necesita.

 A unos 8 kms de Iruya, Salta, está ubicado un pueblito llamado San Isidro que se llega saliendo desde Iruya, río arriba por el Río San Isidro, a unas dos horas y media a pie. El camino es la orilla formada por miles de millones de piedras de diversos tamaños. Es interesante ver y conocer este pueblo, si Iruya parece lejos esto es casi inalcanzable. Cuando me paro en la orilla del río, veo a allá, camino arriba, entre quebradas, la luz del sol que, lejos de parecerse a un cuadro, más se parece a Dios.

Los 8.000 metros que separan a Iruya de San Isidro son similares a los periodos de la vida, arrancado desde abajo, desde donde muere el Río San Isidro pero donde nacen mis primeros pasos entre las piedras. Y voy creciendo, entre paso y paso, porque la experiencia de la piedra anterior me da coraje para pisar fuerte y seguro en la próxima. Es importante saber donde voy a pisar, porque muchas parecen seguras y sólidas pero no lo son. El camino se hace difícil, el corazón late al ritmo de un picaflor y el río se hace presente, adueñándose de la situación. Con un dejo de soberbia me mira y me dice: “Es fácil amigo, si no me cruzas no vas a llegar, no podés avanzar”. Entonces no me queda otra que tomar valor y enfrentarlo. Y los dedos de los pies se quejan y los huesos gritan al abrazarse con el agua que parece estar en temperaturas que congelan a un mismísimo iceberg.

Fede-Gallardo-IruyaY el camino sigue, dejando atrás obstáculos pero conociendo otros, el cansancio aumenta y las manos sobre las rodillas confirman la parada. Vuelve el aliento y se renueva la estrategia para seguir viaje. No son una, ni dos, ni tres, son incontables las veces que miro el camino para saber donde voy a dar el siguiente pisotón.

Y la fé se renueva cuando veo una cúpula celeste, porque en cada pueblo los Jesuitas se encargaron de dejar sellado a fuego el nombre de Jesús, y enseguida siento una ayuda invisible, como si fuera un bastón en mi mano derecha. Me siento aliviado de tenerlo cerca. Entonces todo se hace más fácil, entonces todo toma otra dimensión, mi corazón desacelera, me tranquilizo, inentendiblemente mis pasos son más rápidos que antes, la energía vuelve en estado puro. Con el simple hecho de sentir su presencia, el camino se hace más corto. Entonces me convenzo una vez más, que si me dicen: “allá, camino arriba, esta Dios” , lo creo.

San Isidro, lunes 10 de marzo de 2014.