Domingo a la tarde

El comedor de mi menteLa gran mayoría de los domingos a la tarde me pregunto quién es esa persona que se atreve a decirnos que no, que nos llena la cabeza de infinitos “no podes”, “no servís”, “no sos capaz”, “no sos bueno para esto que es lo único que sabes hacer”, “no te arriesgues”, “no vale la pena intentarlo”… Estoy seguro que tengo un reloj químico, que los domingos se activa y llama a esa persona a comer a casa, junto con sus mejores amigos, que son los peores invitados que alguien puede tener en su mesa. Hablan, hablan mucho y los escucho nombrarse entre ellos “Angustia”, “Inferioridad”, “Ego”, “Resentimiento” y muchos otros nombres que no tengo el más mínimo interés que coman conmigo, pero no me queda otra…

Con la comida ya lista, nos sentamos todos juntos y empiezo a servir. Ellos hablan, hablan y hablan… Mientras sirvo, los miro a los ojos y pienso cómo puedo hacer para que salgan del comedor de mi mente, lo antes posible, antes de que generen un daño irreversible, antes de que me convenzan con sus pavadas.

Avaricia ya va por el segundo plato, Envidia se queja de que el Ego tiene más carne que ella, el Ego disfruta y saca pecho de tener el mejor plato de la mesa, la Inferioridad dice “yo me merezco el platito chiquito”, el Resentimiento esta enojado porque ve disfrutar a los demás comer y la Angustia ni siquiera tiene hambre.

Miro y observo, la realidad es que hace unos minutos no tenía ganas de comer con semejantes bestias pero, si los miro detalladamente, creo que esta comida puede serme útil. Puedo entender el rol de cada uno, es más, hasta los logro diferenciar y de a poco los voy conociendo cada vez más. El conocimiento es un gran arma para vencer a tu enemigo, dicen por ahí. Entonces, mientras comemos, me propongo conocerlos. Saber cómo funcionan, qué dicen y qué me quieren transmitir.

Pasan los minutos, siguen hablando y terminan de comer. Levanto los platos, ya parecen satisfechos y las ganas de que se vayan de casa vuelven a nacer. Por la ventana de la casa, que tiene vista al jardín y sus montañas, veo algunas personas cruzar. Movimientos extraños, entre rápidos y tímidos, reconozco que me dan un poco de miedo. Me armo de valor, salgo al jardín y grito ¿Quién está ahí? Pero nadie contesta. Vuelvo a gritar y veo por la pared derecha, alguien que se acerca tímidamente. Soy Humildad, no te quería molestar, pero vi gente comiendo y quería saber si… Pasá, pasá que sobró algo. La acompaño hasta la cocina, en el comedor siguen hablando los “invitados” que no invité y parecen bastante cómodos en el lugar que están.

Hay más movimientos en la ventana, más gente en el jardín, me preocupa que se acerque tanta gente, más un domingo a la noche. Hola, soy Esperanza y venimos de recorrer varios kilómetros entre la montaña, supuse que si golpeábamos la puerta alguien nos iba a abrir. Pasá, pasá, que la casa es chica pero el corazón es grande, le digo. Y me sonríe. Atrás, llega Paz, la miro y me tranquilizo, tiene una mirada muy particular. Quería saber si te sobró algo de comer, sino, con una fruta o algo liviano me confor… Pasá, pasá, que hay algunas bananas en la cocina. Atrás, y con una mirada triste, se presenta Empatía. Tranquilo, me dice, que los invitados ya se van a ir, a veces vienen a casa también, y me generan angustia, entiendo por lo que estás pasando. Qué bueno que te pase lo mismo, respondo. Pasá, andá a la cocina que están Humildad, Esperanza y Paz, seguro que con ellos te vas a sentir bien. Antes de que cierre la puerta, y me apure a llevarle el postre a Ira que me está grita no sé por qué, veo a dos personas más. ¡Esperanos! Me gritan. Y llegan, exhaustos, pero llegan. Se presentan. Somos Amor y Verdad, perdón que lleguemos últimos. Amor tiene una cara indescriptible, la miro y me encandila, una mirada fascinante, mientras que Verdad tiene en sus ojos transparencia, la miro a los ojos y puedo ver su interior, como si no tuviera nada que esconder. ¿Qué necesitan?, pregunto. Un pedazo de pan. Pasen, vayan a la cocina, que ahora los atiendo. Egoísmo no puede entender porque sirvo a estar personas, yo tampoco, pero me nace hacerlo. Mientras preparo el postre en la cocina para esa persona que siempre se encarga de decirme que “no puedo”, los domingos a la tarde/noche, y todos sus amigos, me doy cuenta que me siento bien, que en la cocina estoy tranquilo, con Paz, Humildad y todos los que tocaron la puerta hace un ratito…

Me agarra un malestar tremendo, ¿por qué tengo que estar en el comedor de mi casa con estas bestias? Si yo no quiero que estén. ¿Quién carajo las invito? ¿Cómo pude ser tan boludo de dejarlas pasar? No sólo eso, me cuestiono cómo pude atenderlas, escucharlas y regalarles minutos de mi vida como si se los merecieran… Pateo la puerta de la cocina que da al comedor, y pego un grito bien fuerte: SE VAN. Todos se quedan atónitos, no entie… SE VAN. Pero, si vos nos dejaste entr… SE VAN. Y se van… Nunca me habían visto con tanta autoridad. Hace un rato parecía un mísero servidor que los atendía, pero ya no…

Wow. Qué bien se siente. Eché de mi propia casa a gente que nunca invité, pero que estaba instaladísima, hace horas charlando…

Qué lindo esto de ser dueño de mi propia vida… Vengan Humildad, Esperanza, Paz, Empatía, Amor y Verdad, ustedes se merecen la mesa principal.

Coman tranquilos, que pretendo estar toda esta noche con ustedes y, si me acompañan, mañana también.