La estufa de Madrid

IMG_1003No era una noche más en Madrid, todo anunciaba que iba a ser, sin dudas, la noche más fría del año. Noticieros auguraban hace ya semanas que “la noche del 26 de enero será la noche más fría del año”, la prensa (el diario) de ese mismo día había inundado sus titulares con palabras como “frío”, “grados bajo cero”, “miembros congelados”, “noche helada en Madrid” o “sálvese quién pueda”. Eran las 6 de la tarde, ya de noche, y la temperatura empezó a bajar en el cuarto piso de un edificio viejo en Fernández Villaverde 16. Era un departamento horrible, con las paredes blancas pero llenas de humedad, el piso al estilo 1.300 D.C. con tierra, polvo y pelos, luz tenue en cada ambiente, las puertas de vidrio amarillo que separan mi cuarto del living y un termómetro viejo en la pared.

Habíamos viajado 25 días y 14 hs por el viejo continente, conociendo lugares espectaculares y dejando absolutamente todos los euros que quedaban en nuestras cuentas… Para sobrevivir esos días entre el viaje y la vuelta a Buenos Aires habíamos negociado pasarla mal, pero nunca imaginamos que tan mal.

A las 7 de la tarde nos empezamos a preocupar, el frío que hacia a esa hora generalmente era de unos 2º, pero el termómetro viejo con un logo gastado de “Ikea” decía -3º. Y nuestra moral empezó a caer. Porque el frio es psicológico, si en ese momento ese puto termómetro marcaba 18º, seguramente andaríamos en remera y calzoncillos, pero no… Marcaba tres grados bajo cero.

Estuvimos 42 minutos negociando romper una promesa, no prender las estufas en los 6 meses de estadía. Era una promesa que salía de adentro de nuestro ser, de nuestras venas, influida por nuestra miseria económica porque nos acordábamos que una vez algún gallego de mierda nos había dicho: “tío, ni se les ocurra prender las estufas eléctricas, se les irán los euros de los bolsillos”. Gracias, gracias por decirnos ese comentario a nosotros, los expertos en cuidar el “eulo” como decían los chinos con olor a culo que rodeaban la cuadra. Estuvimos 42 minutos batallando, orgullo contra orgullo, solo por el hecho de decir “no prendimos la estufa un sólo día”, no sé porque pero la idea nos la habíamos tatuado en la piel, nos convencimos como dos boludos de que no íbamos a prender esa estufa. Había algo de heroísmo, algo de decir “no fui a las Malvinas pero aguante el invierno sin prender la estufa” o “no fui Maximus Decimus Meridius, pero no conecté nunca la estufa a la corriente en Madrid”.

IMG_4298Terminamos la batalla, me levanté como un chiquito malcriado con el hombro izquierdo levantado, diciendo “yo prendo la mía, me chupas un huevo, vos, tu vieja, la estufa, los chinos con olor a culo de acá a la vuelta, el forro del portero y todos los gallegos de mierda de este país”. Me levanté con una decisión única, como si me hubieran dicho “Gallardo, si no da el final recursa, asique por favor entre”. Entré al cuarto, corrí el placard 73 centímetros y saqué del costado derecho, contra la pared, la estufa. Esa hija de puta que nos había visto discutir durante 42 minutos para ver si la prendíamos o no. Empecé a moverla, las rueditas negras cubiertas de pelos empezaron a rechinar llenando de más ira mi cerebro, así qué saque un derechazo con la gamba para acomodarla. La puse cerca de la cama, entre la puerta y la mesa de luz, desenrosqué el cable blanco (grisaseo por los años) y sentí una mirada atónita de mi compañero de piso que me hizo transpirar. Me miró a los ojos como aquel profesor que me dijo “Gallardo, usted se copió”, me hizo llenar el culo de preguntas, me hizo dudar el hijo de puta, pero por suerte pude desviar la mirada y seguir con lo mío. Agarré el enchufe de donde se tiene que agarrar para que no te cague a patadas, vi los dos agujeros redondos en la pared y la enchufe…

Chispa, fuego y oscuridad.

La estufa hija de puta hizo saltar la térmica del edificio.

Se empezaron a escuchar gritos al estilo de “joder tío, qué carajo a pasao”, “quién ha sido el subnormal”, “pues coño, me han dejado sin la novela” o “quién puede ser tan gilipollas”. 

IMG_2731Ya eran las 8, ya era la hora de empezar a cocinar para comer (lo único que habíamos hecho en 6 meses), ya hacían 5º bajo cero. Ya me quería volver. Ya me había arrepentido de haber enchufado esa estufa hija de puta en la pared.

Lo único que se es que hoy puedo inflar el pecho y decir, “estuve 6 meses en Madrid y no prendí la estufa”.

PD: no todo es verdad, debo admitir que enchufé la estufa a dos días de volver, la noche en que a las 3 de la mañana se me congeló un huevo y me asusté.