Sí, ahora también construyo

(Mi columna en el Blog de Eidico de diciembre – Personaje Nico Rossi)

Levantarme temprano, un sábado… ¿para ir a jugar al tenis? No. ¿Fútbol? Tampoco. Bueno, ¿bautismo de algún sobrino? ¡No, no! Me levanté para ir a construir una casa ¿Qué? Yo licenciado en Marketing, un tipo de escritorio ¿construyendo una casa? El programa era participar de Un techo para mi País con varios de la oficina. ¡Que duro levantarme temprano! Salimos desde la oficina (ver un sábado a esa hora a mis compañeros de laburo era más raro que ver a Messi en el banco de suplentes) y después de 45 minutos de viaje llegamos a Escobar y nos reunimos en una plaza con todos los voluntarios de distintas empresas. Era increíble: parecíamos un batallón del siglo XVII listo para el ataque, aunque el ataque no era más que un aluvión de solidaridad y nuestras armas, palas, martillos, pinzas, varias heladeritas con morfi adentro y agua (mucha agua) porque el calor era digno de rotisería a las dos de la tarde.

379432_10150375515066130_1002116015_nLlegamos al lugar acompañado por dos voluntarias de Un Techo, que con excelente predisposición nos acompañaron en la jornada de construcción. El barrio era humilde, con calle de tierra, pastos largos y mosquitos (muchos mosquitos). Saludamos a Lidia y Rodri (los futuros dueños de la casa), nos contaron sobre su difícil situación y lo que les había costado acceder a su vivienda propia. Hicieron un breve relato de su historia, de sus obstáculos y de sus sacrificios y los 10 voluntarios los mirábamos con la boca abierta, como si enfrente hubiese un Argentina-Brasil… Después de varios mates con Don Satur ya estábamos listos: cada soldado con su herramienta, esperando las órdenes los Generales. “Un pozo ahí, otro por allá, vos Nico ocupate del pozo del medio, y acordate de que es de un metro de profundidad. ¡Vamos que se hace tarde!” Todavía me río de mi imagen con una pala… Pero el simple hecho de saber que en dos días le vas a estar dando la posibilidad a una familia de vivir en un techo digno te hace convertirte en una especie de Superhéroe en pocas horas. No sé de dónde salió tanta energía y destreza para cavar, pero ese día no me paraba nadie. Cada uno de nosotros daba lo máximo, se preocupaba por el otro y cuando terminaba se acercaba al compañero: todo funcionaba como un reloj Suizo y casi daba miedo la predisposición, el ritmo y la eficacia. Parecíamos hormigas preparándose para el invierno. El trabajo en equipo y lo noble de la causa nos hacía sacar los valores más importantes. Uff, me puse melancólico. Sigo relatando: terminó el sábado, volvimos a la plaza y desde ahí a la oficina, me subí al auto y llegué a casa. Nunca en mi vida valoré tanto bañarme con agua caliente, tirarme en la cama y prender la tele. Es increíble lo acostumbrados que estamos y, en mi caso, lo poco que valoro tener un techo, un baño, un termotanque. Pucha, eso de que uno valora las cosas cuando no las suele tener es más real que el gol del Diego a los ingleses. En mi cabeza pasaron más de mil imágenes del día que me dieron fuerzas para volver a poner el despertador a las 7.30 hs del domingo.

Me desperté sabiendo que iba a ser un día diferente en mi vida, cargué agua en el termo, yerba y el mate. Ya estaba listo. Un beso a mi mujer, otro en la frente a mis dos hijas y… ¡A terminar la casa! Mi ánimo estaba por las nubes, ¡un día haciendo algo bien y uno ya se siente Gardel!

Llegamos a Escobar, las caras de mis compañeros no eran las mismas que las del sábado: eran caras cansadas (era domingo, che), pero esperanzadas. Ni les cuento la cara de Lidia y Rodri al ver que habíamos vuelto para dar el gran paso final. Llegó el momento de las ventanas, el techo, los detalles de las bisagras (mi dedo gordo se va a acordar de ellas por un tiempo) y la puerta. Los soldados seguíamos implacables, al 110% cada uno, ante la atenta mirada de los futuros propietarios.

Llegaron las 5 de la tarde, el momento del último mate y el más esperado por todos: el de entregar ese techo que construimos con nuestras propias manos. Tres o cuatro voluntarios entramos a la casa para adornarla, colgarle globos y un gigante cartel de “BIENVENIDOS”. Contamos hasta tres y las puertas se abrieron. Afuera estaban Lidia y Rodrigo con los ojos llenos de lágrimas, como todos nosotros. Fui afortunado de estar adentro, de ver como los nuevos dueños entraban a su propia casa por primera vez. Nunca me sentí igual. Ojalá algún día tengan suerte, y puedan ser parte de algo así, construir una casa, un sueño y construir una realidad.

PD: Eso que te venden antes de ir a construir diciendo que vas a ayudar a una familia y demás, se llama humo: te venden humo. Me animo a decir que ELLOS te ayudan a vos, es mucho más lo que recibís que lo que das, con su simpleza, con su entrega, con su  sacrificio. A la familia que vas a ayudar le terminás diciendo un “GRACIAS” gigante, empalagoso y sincero.