22 boludos corriendo por una cosa redonda
22 boludos corriendo por una cosa redonda… Así escuché miles y miles de veces definir el fútbol. Pasaron varios años desde qué le empecé a pegar a esa cosa redonda, desde que supe que era derecho gracias a ella. No recuerdo el día exacto, pero vienen a mi cabeza infinidades de momentos con Rafa (mi hermano) acariciando esa cosa redonda. Él fue el precursor de esta enfermedad, diría el único culpable.
Porque no sólo me dijo que esa cosa redonda tenia magia, sino que me hizo hincha del club que hoy llevo tatuado en mi piel. Sí, es tan grande la enfermedad, que no encontré mejor manera de llevarlo conmigo para toda la vida. Si me preguntas sobre mi infancia te contesto que mi recuerdo más feliz es en esa canchita que teníamos en Montes de Oca, atrás de la pileta, con dos arcos pensados por Rafa y fabricados por algún herrero de la zona. Me acuerdo que eran tan altos los palos que tuvimos que cavar bastante para que quede el travesaño relativamente cerca del piso. Me acuerdo como si fuera hoy, te juro. Era gordito y feo (de a poco estoy volviendo a esas épocas) y la excitación que tuve cuando llegaron esos tres caños fue gigante, más qué la primera imagen que tuve de La Bombonera.
Y los años pasaron, y los amigos del barrio no fueron desapareciendo, fueron apareciendo… Teníamos una casa grande, linda, con pileta y canchita de fulbo. Yo era el rey del barrio, el gordito dueño de la pelota y de la cancha. Y volvía del colegio y en lo único que pensaba era en pegarle a esa cosa redonda. Y tocaban el timbre y yo desde la cancha les gritaba “pasen” con voz de adolescente granudo. Y jugábamos al 25, al mete-gol-entra, al arco a arco (cuando solo venía uno), pero en Montes de oca nunca se dejó de pegarle a esa cosa redonda.
Años de peleas, de goles gritados como en la final de un mundial, gastadas y cagadas a trompadas con el grandote (así le dicen a Rafa, creo que es por sus dos metros de altura, nunca me quedó claro), años de entender que esa cosa redonda me cambiaba el humor. Porque si le ganaba, (jugábamos tipo 6 de la tarde) la noche era perfecta, pero si perdía, no tenia ganas ni de sentarme a comer… Y de a poco esa cosa redonda se fue metiendo en mi vida, yo le di paso y ella entro diciendo permiso. Y el grandote dejó de ser el termómetro de mi mal humor porque ese lugar lo empezó a ocupar una camiseta gastada con un azul claro y un amarillo “oro”. Y empecé a seguir a ese equipo los domingos, lo escuchaba por radio, lo veía por televisión y de vez en cuando lo visitaba en su templo, siempre de la mano del grandote. Y llegó el primer mundial, me acuerdo de ese gallo con la cresta roja y la pelota en su mano derecha, con el “France 98” en su pecho, y también llegó el primer llanto por esa cosa redonda.
No me olvido jamás, estaba solo y no entendía porque esa cosa redonda me hacía llorar, no entendía porque lo expulsaban a Ortega, no entendía por qué el grandote no estaba en “el cuartito de la televisión”, por qué no estaba al lado mío para consolarme. Y ahí entendí lo que significa un mundial, porque por él y esa cosa redonda, empecé a llorar, angustiado cómo nunca antes lo había estado, empecé a entender que todo eso tiene un nombre: se llama pasión.
La vida me dio mucho, porque después de eso el club de mis amores empezó a ganar todo, pero todo en serio. Campeones de Argentina, de América y del Mundo, fue el maravilloso año 2.000. Y todas las lágrimas derramadas fueron de alegría, y todos los goles fueron gritados como se deben gritar y todos los abrazos con el grandote fueron experiencias que nunca en mi puta vida me voy a olvidar. Y los años pasaron y salimos campeones de Argentina, de América y del Mundo. Pará, ¿ya lo dije? Ah, claro esto fue en el 2.003. El mundo hablaba de Boca. Y empecé a entender que el fútbol era Boca y nada más, porque seguían pasando los mundiales y yo seguía derramando lágrimas de angustia, lloraba desgarrado frente a la tele viendo a Batistuta totalmente quebrado en llanto. Y la selección se convirtió, poco a poco, en una maquina de hacerme sufrir. Y entonces prefería a esos colombianos que dejaban todo por Boca, y entonces sólo quería ver a mi club.
Y más mundiales y más fracasos. Porque el dolor del mundial 2006 no te lo puedo explicar hermano, porque ese que tenia la 10 en la espalda era el mismo que había ganado todo con mi camiseta, con la azul y oro. Y él no podía pasar unos putos cuartos de final con la celesta y blanca, y Román le cerró las puertas a la selección y yo estaba cada vez más cerca de hacer lo mismo. Hasta que apareció un tal Messi, ese chiquito que lo había visto ganar la copa del mundo sub-20 en el 2005, en el mismo “cuartito del televisor” que me vio llorar 7 años atrás. Y le dije a mi única hermana: “este la va a romper”. Pero ese chiquito tampoco jugaba bien con la celeste y blanca y mi conclusión era cada vez más sólida: Boca y nada más.
Y más fracasos llegaron, Boca no era el mismo de antes y la selección seguía quedando en cuartos… Y pasó Sudáfrica y quedaron más lagrimas derramadas por angustia, en la casita que el grandote tenia en Tigre, junto a su inmensa y diminuta mujer y sus tres magníficos hijos. Y llegó una alegría que nunca me voy a olvidar, el eterno rival en la B Nacional, en otra categoría.
Y me tuve que agarrar de esos momentos para no caer en una depresión, porque Boca algo ganaba pero no era lo que supo ser. Me había acostumbrado a ganar con Boca, y Boca no ganaba y nunca me había acostumbrado a ganar con la selección porque la selección nunca ganaba.
Y llegó el 2014. Y llegó Brasil 2014. Y no quería ni que empiece el mundial porque eso significaba que me iba a quedar sin ver a Boca por tres meses…
Y hoy estoy acá, a tres días de una puta final de un mundial. Después de muchas lagrimas derramabas de alegría, de inmensa alegría. No te lo voy negar, lloré en octavos con el gol de Di María, pero también lloré gracias al chiquito ese que hoy tiene la 10 en su espalda, lagrimeé en todos sus goles. Y volví a llorar en cuartos, y lloré desde el minuto ochenta porque sabía que íbamos a quebrar una puta maldición de 24 años sin semifinales. Nací en el 88 y con apenas dos años mi conciencia no estaba lo suficientemente entrenada para captar alguna imagen de ese momento. Y volví a llorar ayer, y volví a arrodillarme en la tanda de penales como cuando lo hacia con Boca, pero ayer estaba arrodillado por la celeste y blanca.
Y doy gracias que todavía me duelan las rodillas, y les digo gracias a esos 23 boludos que corren por una cosa redonda, que están en el país vecino, dejando todo, absolutamente todo y les doy gracias por hacerme llorar de alegría, de orgullo, de amor por la celeste y blanca. Volví a recuperar el amor, ese amor que tenía en el «cuartito de la televisión» antes de que Holanda nos deje afuera, volví a sentir como lo hacia con 10 años de vida…
Y desde aquel entonces quería ver lo que voy a ver el domingo, quería presenciar por primera vez en mi vida, una final de un mundial. Y quiero ver al chiquito ese, con la 10 en la espalda, brillar, y quiero verlo gritar un gol y quiero verme gritando un gol como se debe gritar un gol, y quiero abrazarme con el grandote y quiero decirle gracias, gracias por hacer de esa cosa redonda la pasión más grande que tengo en la vida.
Vamos chiquito.
Vamos Argentina carajo.