Bendito poeta

Bendito poeta:

Que navega con su pluma por los mares de la inspiración.

Que escribe sobre el desamor y le queda bien guapo.

Que no le importa el qué dirán y vive en libertad.

Que manda flores a la puerta de tu cama y regala palabras cargadas de amor.

Que fluye con el ritmo de la vida, como un cascarón de nuez en el mar.

 

Bendito poeta que me permite jugar con sus letras.

Que sabe que un alma necesita un cuerpo que acariciar.

Que algunas veces vive y otras veces la vida se la va con lo que escribe.

Que recuesta su cabeza en el hombro de la luna y le habla a esa amante inoportuna, que se llama soledad.

Que busca más de cien mentiras para no cortarse de un tajo las venas.

Que enamora con agüita del mar andaluz y grita que no hay nostalgia peor que añorar lo que nunca jamás sucedió.

 

Bendito poeta:

Que por decir lo que piensa sin pensar lo que dice, más de un beso le dieron, y más de un bofetón.

Que logró escribir la canción más hermosa del mundo y agradece a las lágrimas por poder llorar cuando valga la pena.

 

Bendito poeta:

Que se duerme en los entierros de su generación.

Que entiende la diferencia entre tus caderas y tu corazón.

Que sabe que el amor es un juego en el que un par de ciegos juegan a hacerse daño y que el agua apaga el fuego y al ardor los años.

 

Bendito poeta:

Que se enamora de todo y se conforma con nada.

Que sabe que lo bueno de los años es que curan heridas, y lo malo de los besos es que crean adicción.

Que ve tu sombra a la orilla de la chimenea, se pone digno y dice: “Toma mi dirección cuando te hartes de amores baratos”.

Que nunca se calla, pero guarda un par de secretos.

Que afirma que los amores que matan, nunca mueren.

Y que le encantaría tenerte ahora mismo mirando por encima de su hombro lo que escribe.

 

Bendito poeta que dispara siempre al corazón y que duerme con la puerta de su habitación abierta, por si acaso, se te ocurre regresar.

Que vive con un corazón maltrecho y ajado, porque ya van 19 días y 500 noches sin poder olvidarte.

Que vuelve al bar, al año siguiente, a brindar con tu silla vacía anhelando escuchar tu voz diciendo: “Me moría de ganas, querido, de verte otra vez”.

Bendito poeta que me inspira en estos últimos versos que te escribo.

 


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