Buena vida, viajero

Fue hace cuatro meses. Te bajaste de la camioneta, me miraste de lejos y sonreíste. No nos conocíamos. Cruzaste la puerta de entrada y te sentí con una sola certeza: estabas dispuesto a ser feliz. Caminaste, recorriste cada uno de mis rincones y se te cayeron las primeras lágrimas, eran de gratitud. Me habías creado, incluso antes de verme, en tus pensamientos. Yo era lo que vos esperabas.

Entraste tus petates y una perra salchicha te siguió sonriente, como vos.

Le preguntaste “¿Te gusta Tanita?”, y tu perra movió el rabo de un lado al otro. Te acomodaste, llegó la primer noche, prendiste la salamandra, abriste un vino, pusiste música y empezamos a fluir.

A los pocos días, desde Tigre, llegaron un par de cajas. Las vaciaste y me empezaste a poner linda. Colgaste tus cuadros, tus chirimbolos y tu ropa. Clavaste un par de clavos y pusiste, en lo alto del living, la foto de tu amigo que ya no está. Colgaste, más arriba y en mi columna central, la imagen del maestro Jesús, la que mirás todos los días con una sonrisa.

Me llenaste de meditaciones, de podcast, de escritos y reflexiones. Te vi reírte por videollamadas y emocionarte después de terminarlas.

Te vi todas las mañanas, lleno de energía agradeciendo por un día más de vida. Te vi elongar después de entrenar y te vi tirado en un sillón leyendo sin parar.

Te vi reír y bailar con tus sobrinas y te vi tomar unos buenos whiskies con tu hermano.

Te vi con tu amigo del alma (al mismo que le decís socio), disfrutar y convivir en armonía. Los vi abrazarse y emocionarse. Te vi llorar después de despedirlo.

Te vi de nuevo en soledad, con tus procesos, tus lágrimas y sonrisas. Te vi prender y apagar las luces todos los días. Pero hubo una que nunca se apagó, la de tu alma, que tiene la certeza de estar en el lugar correcto, viviendo en coherencia con lo que piensa y siente. Y, lo más importante, la vi llena de Dios. Veo como te estás convirtiendo en ese hombre que siempre quisiste ser.

Este fin de semana partís, te toca seguir viajando, seguir creciendo y a mí, seguir recibiendo huéspedes.

Ojalá que la cabaña de allá, montaña arriba, te vea cada vez más consiente, cada vez más feliz, cada vez más vos.

Que tengas buena vida, viajero.