Esos dos pibes

Estoy sentado en la mesa del fondo del comedor de Ramonita. Tomo, a cambio de $5.-, mi primer copa de vino tinto de la noche. No hay nada más en los bolsillos, así que confirmo, casi con seguridad, que será la última. A veces me cuesta entender como pasa el tiempo, que hace de las suyas e insiste en borrar nuestros recuerdos, esos que vivimos durante tantos años… Esta noche vine especialmente a esta mesa donde compartimos nuestra última charla antes de que te vayas; hablamos de todo, como siempre, nos bajamos dos botellas de vino y terminamos riéndonos con nuestras anécdotas en España, ¿te acordás? Ramonita, bastante más joven que ahora, nos robó la ilusión de permanecer en esos recuerdos un rato más, nos dijo que tenía que cerrar, que ya era tarde, que Faustino se iba a enojar. “Sisi, ya terminamos” contestaste rápido, sin que se te entendiera un carajo y haciendo un ademán con la mano.

Siempre funcionamos igual, cuando vos te enojabas yo ponía la pausa necesaria y cuando yo me enojaba vos plantabas bandera blanca. Una sola vez nos enojamos al mismo tiempo, fue con un plateísta del Real Madrid que quería sacarnos de la fila dos del Bernabeú, lo puteé de arriba abajo rápido y en argento para que no entendiera y vos estabas listo para hacerme la segunda por si contestaba, el caradura nos quería hacer ir a la fila ocho, la que nos correspondía. “Pero si están vacíos papá, que carajo te importa que estemos acá, no rompas las pelotas”, era nuestro argumento. La verdad es que siempre hicimos lo que quisimos, si hasta se la mandamos a guardar a un guardia suizo un 31 de diciembre en la basílica de San Pedro, en Roma, diciéndole que el embajador argentino nos esperaba adentro, todo mentira y terminamos saludando al Papa. Hacía falta una sola frase para que me empujaras a hacer cualquier cagada: “muy tuyo hacer tal cosa” y yo iba y la hacía… porque así funcionábamos, así encastrábamos.

Pero hoy me puse muy melancólico, hermano. Podés creer que escuché en la radio que dos argentinos ganaron la maratón del San Lorenzo del Escorial, en Madrid, esa que llegamos últimos y de pedo. Los tipos se propusieron correrla para juntar guita para una fundación que tienen en Buenos Aires donde sacan gente de la calle. Me acordé de nosotros, de nuestros sueños de pendejo de querer mezclar las ganas de correr con dar una mano siempre, de charlar del Barba con quién se nos cruce y de valorar hasta un pedazo de pan duro; qué simpleza teníamos y vos nunca la perdiste.

Te confieso que no salgo de casa hace más de cuatro meses, tengo polineuritis a los nervios periféricos y me cuesta mucho caminar… Si, ya sé que vos me agarrarías del brazo y me cagarías a pedos por no salir de la cama, pero no sabés lo que me duele, no siento las gambas hermano, y si hasta lagrimeo con solo pensar los kilómetros y kilómetros que corríamos juntos. Hace unas horas, la patrona me llevó un bife con ensalada de tomate, lechuga y cebolla a la cama, me sirvió una copa de vino y a los dos mordiscos me le puse a mariconear: “Hoy escuché por radio que dos tipos ganaron un maratón, la que corrimos juntos con este pelotudo…” y no pude contener las lágrimas. Y viste como es la Magdalena, que no da vueltas; me cacheteó y me dijo “te vas para lo de Ramonita a tomar un vino en su memoria, estás insoportable, a ver si al menos por él salís un rato”. Le hice caso, no sabés lo que me costó caminar, pero lo hice por vos eh…

En el camino al comedor pasé por la plaza, le pusieron un tinglado horrible, yo entiendo que es para que los pibes jueguen a la pelota a toda hora, pero cuiden un poco la estética che. Y además, el cartel de “Sr. Visitante o turista pasar por dirección de información turística de Iruya. Evite accidentes.” lo sacaron y pusieron uno que dice “El estado en tu barrio. WIFI gratis para que vivas conectado”. Se fue todo a la mierda, hermano. La única prioridad es estar conectado. Nosotros priorizábamos conectar con el de al lado y ahora… la discusión de siempre, me entendés.

No sabes lo duro que se me hizo llegar hasta acá, ¿te acordás del escalón de lo de Ramonita? Antes ni lo pisábamos porque pegábamos un salto y hoy me costó como nunca… Y, para serte sincero, no me maté de pedo. Estaba en plena maniobra, perdiendo el equilibrio y aparecieron dos pibes, uno alto grandote con barba y otro más chiquito, me agarraron del brazo y me salvaron porque me iba para atrás. Me entraron al comedor, no sabes la vergüenza que me dio… El alto me preguntó con tono prepotente “¿está bien Don?” y el otro me ofreció una silla en la mesa del fondo, la nuestra, la de nuestra última noche. Me senté. Los pibes desensillaron en la mesa de al lado, se abrieron un vino que traían de afuera. Yo no sé como Ramonita no los cagó a pedos, está vieja la pobre y se le pasan esas cosas. Nunca supimos su edad, pero al menos camina como la gente, y yo me arrastro. Le grité para que me traiga una copa, hoy traje solo $5.- porque sino no freno, me conoces. Aparte, con la nostalgia que tengo voy a terminar peor.

Y acá estoy hermano, a mis ochenta y dos años, rengo, con una copa de vino en mano, mirando por la ventana, brindando a tu salud. Los pibes de al lado se pidieron unas empanadas, ¿te acordás la cagadera que me pegué la vez que Ramonita no cambió el aceite? Si supieran estos pibes lo que están por comer… Pero los veo tan parecidos a nosotros, Tito, se ríen a carcajadas, se ponen serios, se vuelven a reír, ya brindaron como cuatro veces, ¿brindarán “por la vida” como hacíamos vos y yo? Me hago el boludo y entre sorbo y sorbo los espío, tienen nuestra mirada Tito, la que teníamos nosotros, se les nota el hambre de gloria en la cara, ese no se qué que nos desbordaba, que no lo sabíamos explicar y por eso brindábamos “por la vida” cada veinte minutos cada vez que nos abríamos un vino. ¿Te acordás? Siento que tienen esa mística, de amistad profunda, verdadera y hasta me juego el chalé que uno de los dos le lee cuentos de Sacheri al otro, jaja ¿conocerán a Sacheri? Qué tarde esa en Cachi, que terminamos lagrimeando, entre mate y mate, después de que me leas “La promesa”. O cuando nos cagamos en todo y dormimos en carpa arriba de la montaña en Purmamarca, y vos rompiendo las pelotas con tu frase: “no hay mucho más que esto eh” y tenías razón… cuánta nostalgia hermano. Si estos pibes entendieran que no hay mucho más que eso que están viviendo, disfrutando de la vida, con sus proyectos, sus sueños, sus metas por alcanzar, un buen vino y unas empanadas fritas de llama y queso de cabra.

Sabes que uno de los dos se está dando cuenta que me quedé sin vino y me está ofreciendo llenarme la copa… ¿no serás vos pelotudo que querés brindar conmigo?