Gracias por todo, Rudito
Doce años, días más, días menos… Toda una vida amigo, en la que nos soportamos mutuamente. Yo tenía apenas 18 cuando llegaste a casa de la mano del Viejo, quien me regaló el honor de ser tu dueño. Para aquel entonces, la segunda responsabilidad más linda de mi vida; la primera, educar a Polquita, la segunda, educarte a vos. Enseñarte el camino correcto, lo que un perro debía hacer y lo que no. Darte una costilla de asado por debajo de la mesa y decirte “al pasto”, que la agarres y camines despacito hacia el verde para que nadie se enojara por un piso engrasado. Mirar un gato a lo lejos y decirte, con la boca casi cerrada, una especie de “shevelu, shevelu, gatu, gatu” y que salgas como una flecha a atrapar a tu presa. Siempre hiciste respetar nuestro territorio, nuestro mundo de amistad en el que compartimos tantas cosas…
Me viste llorar por relaciones fallidas, por finales desaprobados, por muertes cercanas… Y siempre estuviste ahí. Mirándome y sintiéndome, sentado al lado, apoyando tu hocico en mi muslo y diciéndome con una simple mirada: “todo va a estar bien”. Me fui a vivir afuera unos meses, te extrañé, me extrañaste; nunca voy a olvidar tu recibimiento cuando volví de sorpresa, tus lágrimas, las mías.
Cuántos momentos lindos compartidos… como los goles de Boquita gritados en los que volabas por el aire con cara de cagazo, pisabas la tierra y te ponías a girar en tu propio eje, cagándote de risa… como los asados en familia, en los que te fuiste ganando un lugar gracias a tu linda personalidad y ya tenías un plato más.
En los últimos años te cuidó el viejo, quien lo hizo como si fueras su nuevo hijo más chico. Te regalaba la infaltable banana con dulce de leche después de que pelaras el hueso del bife, y vos te relamías el hocico. Te llevaba de un lado para el otro y te mostraba orgulloso en su triciclo. Formaron una sociedad perfecta, en la que cuidaron el uno del otro. Terminaste en un lugar privilegiado de la familia. No hubo persona cercana y amiga que en estos años no me pregunte por vos, porque eso generabas: amor.
Moriste en tu ley, amigo, persiguiendo un cobarde gato que se trepó a un árbol. Y cuando te resignaste y pegaste la vuelta te olvidaste de mirar para los costados antes de cruzar la calle. Parece que así tenía que ser…
Gracias por tu fidelidad, por acompañarme en cada paso que di en estos 12 años. Por tu alegría, por ponerte a cazar una mosca por el simple hecho de sacarme una sonrisa, y traérmela victorioso en tu hocico. Por tus orejas levantadas cada vez que algo te llamaba la atención (era tu gesto perfecto). Por tener esa capacidad única de hacerme poner la mente en blanco, de obligarme a tirar mis 90 kg al piso para hacerme sentir un chiquito, para ladrar los dos juntos y jugar una guerra en la que siempre ganabas vos.
Te voy a extrañar Rudito… el ruido de tus uñas en el piso de casa, tus besos cada vez que te los pedía, el sentimiento de saber que estabas, que siempre estabas…
Te voy a extrañar, sobre todo los domingos por la tarde, cuando nos tirábamos abrazados en el sillón del living, después de unos mates, a esperar a que se acabe esa puta melancolía que nunca voy a saber de donde viene, esa que hoy se convierte en tristeza.
Gracias por todo, nos vemos arriba.