Jardín difícil

La cuarentena me está mostrando distintos jardines de mi mente. Hay algunos que, de tanto caminarlos, les queda poco pasto… Hay otros, como este que ves en la foto, que están muy pocos caminados. Son los que me las arreglo para hacerme el boludo, y poner excusas como “la vorágine del día a día”, “no puedo parar la pelota”, “si freno, me da cagazo de que todo se venga abajo”. En realidad, culpar a la velocidad del tiempo sería no hacerme cargo. No entro seguido porque se necesita valor. Y las pocas veces que me animé a entrar, dolió. Da la casualidad que siempre fueron domingos a la tarde. Hay otros dos patrones, como el mate en mano y algún perro salchicha durmiendo al lado.

Hoy me animé. Dejé la mochila en la entrada, me saqué los borcegos y prendí la chimenea. Me senté en el banquito, respiré profundo por la nariz y cerré los ojos. El ritual empezó. Una bocana de viento entró por las ventanas, sacudiendo los cuadros, haciendo golpear las puertas de arriba y levantando el polvo de viejos recuerdos. Pocos segundos después, la calma…

El silencio, el crujir de la leña, la luz del atardecer por la ventana y él, parado frente a mí. Jean gastado, camisa a cuadros y remera blanca. Manos curtidas, barba canosa y su forma tan particular de mirar, con el alma. Antes de empezar, me dijo:

Hace rato que no venías.
Ya sé… es que me sale mucho más fácil arreglar la vida de los demás.

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