La guerra en Ucrania

Me desgarra pensar que cientos de miles de personas tienen que dejar su vida atrás, su casa, su techo, su hogar. Que hay chicos como este que dejar de ser chicos porque pierden su inocencia. Que hay personas muy mayores que tienen que volver a empezar porque, en cuestión de días, todo quedó atrás. Que hay padres que dejan su familia para defender a su país. Que hay madres y esposas que pierden al amor de sus vidas y tienen que seguir solas.
Me desgarra pensar que, en este momento, mientras escribo, hay almas inocentes muriendo por decisiones de muy pocos.
Qué angustia y qué impotencia… viviendo una guerra que puede llegar a mayores, una guerra que puede comprometer al mundo y a millones de personas inocentes. ¿Por qué tanto odio? ¿Por qué tanta maldad? ¿Por qué no aprendimos nada?
Una pandemia nos atravesó por la mitad para que entendamos el valor de estar vivos, para que frenemos y revisemos el ritmo con el que veníamos “viviendo”. Nos metieron en nuestras casas y muchos nos animamos a viajar para adentro para intentar revisarnos y salir un poco mejores de ese encierro, otros intentaron hacerlo pero vieron tanta oscuridad en su interior que eligieron seguir adelante como si nada hubiera pasado.
Y esos… esos son los que hoy están destruyendo el mundo. Porque no solo no aprendieron nada, sino que parecería que tomaron envión para hacer daño más fuerte. Esos son los que no tienen conciencia, los que creen que puede llegar a haber argumentos lógicos para iniciar una guerra, los que opinan que lo que está pasando está bien porque Rusia esto o lo otro, los que creen que hay derecho a quitar una vida por el ego, la avaricia, el poder y la locura de unos muy pocos.
En un momento, hace no mucho, tuve la ilusión de creer que la pandemia nos había transformado en personas más conscientes… pero para la oscuridad no hay conciencia que valga.
Trabajemos muy fuertemente para construir un mundo con más paz, trabajemos todos los días de nuestras vidas para intentar dejar este planeta un poquito mejor de lo que lo encontramos.
Trabajemos, incansablemente, en nosotros mismos para que deje de haber, de una vez por todas, inocentes que sufren nuestra miseria.