Maestro, qué bien estamos acá
Cada viernes a la mañana cuando estamos a mitad de Rosario pienso la misma frase que Pedro le dijo a Jesús: “Maestro, qué bien estamos acá”. Y pasan los viernes, los Rosarios, la gente, los presos y la frase se repite. Siempre hay un momento en el que quisiera que el rezo dure absolutamente todo el día. Porque constantemente pasa “algo” que transforma el cemento en un pedazo de cielo, ya lo mencioné en otras notas, lo digo cada vez que me preguntan por Los Espartanos, y lo voy a seguir diciendo: el patio del pabellón 8 de Los Espartanos, los viernes a la mañana se transforma en un pedazo de cielo.
En el patio hay varios bancos que rodean la mesa en donde está la imagen de la Virgen del Rugby pero hay uno que tiene una forma distinta, como si fuera “el trono”. Está justo atrás de la Virgen, en donde se ubica, parado, el preso que quiere rezar ese misterio. Curiosamente en ese banco nadie se sienta. Hace algunos viernes que tengo la teoría de que ese lugar es para Jesús, que se sienta con nosotros a tomar unos mates, a reírse, emocionarse, entristecerse y disfrutar de cada Rosario. Y si alguno, por casualidad, llega a sentarse en el lugar de Jesús, pienso que el barba justo se levanta a calentar más agua… Cada loco con su tema ¿no?
El viernes fue un día muy especial. Sentí muy fuerte la vivencia de un GRAN amigo que me dio la cárcel: el Negro Mendizábal.
Él le viene insistiendo a Gaby (una de los presos) que rece uno de los misterios. Le llevó bastante tiempo convencerlo, no tengo la cuenta exacta pero me arriesgo a decir que fueron entre 10 y 15 viernes de taladrarlo al pobre pibe… Gaby se armó de valor, custodiado por el Negro, y se acercó a rezar el segundo misterio. El Negro se sentó en un banquito al lado de él y Gaby empezó a hablar: “La verdad es que no quería pasar pero el Negro me viene insistiendo hace tiempo a que me pare y rece y acá estoy, tengo muchos nervios porque nunca estuve enfrente de todos. Aprovecho para pedir por…” Y el pibe dio una cátedra de cómo se le pide a Jesús, me asombró con la fe y la seguridad con la que habló, un fenómeno. Después de las intenciones de Gaby y de escuchar varias intenciones de los demás, arrancó con el Padre Nuestro…
El 11 de mayo de 2014 murió de cáncer Mateo Pereyra Zorraquin, un chico de 16 años que estuvo dos años luchando contra su enfermedad. Murió agarrado de la mano de su mejor amigo, Bauti, el hijo mayor del Negro. El dolor y el vacío que dejó Mateo fue enorme, pero las gracias empezaron a aparecer.
El Negro rezó mucho por él, por su familia y por el dolor de su hijo más grande. Su forma de rezar fue particular, porque le hizo a Jesús y a la Virgen un pedido muy especial: “Lo único que quiero es que me avisen cuando Mateo entre en el cielo”. Y no se quedó ahí, sino hasta les dijo la forma en que quería que le avisen: “Quiero sentir olor a rosas”. El Negro sabía que muchas veces la Virgen se había manifestado de esa forma, no le pareció tan loco el pedido y rezó muchísimo para que el alma de Mateo entrara en el cielo.
Cuando Gaby estaba rezando el segundo misterio el Negro sintió algo raro.
– ¿No sentís? Le dijo al que estaba al lado.
– ¿Sentir qué?
– Olor a rosas.
– No seas boludo, Negro, estamos al lado de una rejilla con olor a cloaca.
Intentó buscar cómplices, miró a un lado, miró al otro y nada… Cada uno en la suya, rezando. Pero enseguida se dio cuenta de que no hacía falta que nadie más sintiera ese olor porque era un regalo para él.
Gaby terminó el misterio y le devolvió al Negro su denario “con olor a rosas”, y en ese momento fue tan pero tan fuerte el olor que sintió que rompió en llanto como un chiquito…
Entendió todo.
Jesús y la Virgen se acordaron del pedido.
Mateo entró en el cielo.
Dos misterios después, el Negro, entre lágrimas, se animó a contar lo que había pasado.
El aplauso fue enorme y el patio del pabellón 8 de Los Espartanos, el viernes a la mañana, se transformó otra vez en un pedazo de cielo.
Pasan los viernes, los rosarios, la gente, los presos y la frase se repite: “Maestro, qué bien estamos acá” y, como dice una canción, “ay, si todos pudieran sentir tu paz”.