Un amor efímero
“Es tuya, hasta que se vaya con otro”, me dijo.
No lo dudé, hice las valijas y partí. Sin darme cuenta empezó un amor que duraría lo que duran dos peces de hielo en un whisky on the rocks. Estuvimos juntos un poco tiempo, abrazados, haciéndonos carne uno del otro, como un amor enfermizo.
La primera vez que intercambiamos miradas vi una mujer maltrecha, despeinada y desganada, con pocas ganas de vivir… No me sedujo para nada, pero entendí que quizás estaba así por alguna relación fallida del pasado, donde no la trataron bien, vaya uno a saber, en esto del amor hay cada pareja… Dicen que no hay segundas oportunidades para causar una buena impresión, pero la frase no aplica para este amor.
Nuestra segunda mirada resultó algo no simpática, pero tuve el valor para hacer hincapié en lo importante, su interior. Lo esencial es invisible a los ojos, dicen también por ahí (creo que un principito tomador de mates). Y con el tiempo nos fuimos acomodando, uno al otro, y nos empezamos a llevar bien. Las cosas que me molestaban de ella dejaron de incomodarme, y la empecé a mirar con cariño. Un cariño que se fue convirtiendo en amor…
Sus piernas, llenas de humedad, me hicieron rabiar alguna que otra vez, pero el tiempo es sabio y, de a poco, fui entendiendo que ella no tenía nada que ver. Y el río empezó a tomar protagonismo, dedicándose a separarnos en cada encuentro, haciendo de enemigo íntimo, llenando de adrenalina cada cita pautada, cuando el viento se burlaba de nosotros soplando desde el sudeste. Fueron momentos únicos, pruebas de fuego para ver si nuestro amor era verdaderamente amor, pero qué difícil intentar salir ilesos de esa magia en la que nos hallábamos presos… nos dejó marcas imborrables en nuestra memoria. Y después llegó el frío, como inventando un nuevo rol secundario de una película que no estaba invitado. Fue, quizás el momento más duro de la relación, en donde yo no quería ceder, ni ella tampoco. Y dudé, como dudan los grandes hombres antes de tomar una decisión importante. Y las dudas, cuando los grandes hombres las saben manejar, se van. Y firmé, hasta la enfermedad y la muerte, un pacto para vivir juntos.
Mi vida fue felicidad, pero duró poco.
Porque, dicen que cuando uno está cómodo debe moverse, y esa zona de confort me duró apenas unos meses y, te confieso, me hubiera gustado el confort un tiempo más. Aunque algún Mago de Öz haya dicho alguna vez: “pues, no eres un árbol, para eso tienes dos pies”, me animo a contestarle con altura, diciéndole que la vida es sabia pero esta vez me dejó a gamba.
Y ahora, que me acaba de decir al oído que en un mes se va con otro, el corazón se me desgarra. Y cuando me mira a los ojos, automáticamente doy vuelta la mirada… me destruyó su noticia, no estaba preparado, ni física ni mentalmente para verla sonreír con otra persona.
Ojalá la vida nos de revancha, aunque dicen por ahí que “al lugar donde has sido feliz no debieras tratar de volver”.
Moreno 851, Tigre, alías “El Club”, quiero decirte que por mis venas va, ligero de equipaje, sobre un cascarón de nuez, mi corazón de viaje, luciendo los tatuajes de un pasado bucanero, de un velero al abordaje, de un liguero de mujer. Ojalá te traten mejor que yo, ojalá la persona que venga tenga la suficiente capacidad de amarte como para que te olvides de mí, aunque se que una huella te dejé…
Una historia de rechazo, de medirnos, de aceptarnos, de cariño que se fue convirtiendo en amor, para terminar como un amor de verano, pasional, exótico, efímero…
Te voy a extrañar.