Roberto, un amigo

El de arriba, al medio, dibujado con birome, es la versión original de Roberto. Las que están en lápiz eran para ver si podía dibujar algo mejor, pero sería hipócrita con Roberto. Él nació en el colegio, en el margen de una hoja cuadriculada. Yo estaba en cuarto grado. Era una clase de físicoquímica. Iban 37 minutos ininterrumpidos de escuchar sobre la tabla periódica. Mi mente estaba en blanco y la birome en mano haciendo garabatos. En un momento épico de inspiración, nació Roberto. Fue amor a primera vista, un tipo alegre, de rulos, pocos dientes y nariz puntiaguda. Sensible, con llegada, siempre el consejo justo. Manejaba un taxi, un Taunus del 82. Con el brazo en la ventana y un pucho en la boca, me miró, guiñó un ojo y dijo “¿Te saco de esta clase flaco?” Sí, por favor, llevame al Sur, a pescar, respondí. Y nos fuimos. Qué fácil era viajar de chico, con dibujar a Roberto ya estaba donde quería. Ahora, de grande, me hago tanta mala sangre…

Empezamos a vernos más seguido, en más hojas, más materias y más. Le empecé a contar mis cosas, él las suyas, era un tipo alegre pero si escarbaba un poquito la había pasado fulera. La vida de algunos, bah… Que a medida que pasa deja cicatrices. Viajábamos de un lado a otro, yo era feliz cada vez que me subía a ese taxi. Aprendía con su estilo de vida. Siempre me incitaba a escribir alguna carta de amor, a pedir perdón, a decir “te quiero”, “te extraño”, “qué ganas de verte” y, con el pasar de los años se me fue ablandando el corazón. Terminamos el colegio, llegó la facultad. En las primeras clases no aparecía, había que dar una buena impresión. Pero pasaron las primeras materias y las clases de estadística, y ahí, cuando no entendía nada, aparecía, me guiñaba un ojo y me preguntaba “Flaco, ¿te saco de acá?”. Viajamos un par de veces más, pero con el tiempo desapareció y no lo volví a ver. Me había olvidado hasta de sus rulos.

La semana pasada, en una reunión de laburo, mientras hacía la minuta apareció, sonriente, en el margen izquierdo de la hoja. “Te me pusiste grande y no viajamos más. Te extraño, Fede. Se te ve bien, hermano. Vení, subite un rato que quiero saber de vos, ¿a dónde vamos?”.

Encontrando inspiración

“Si te consigo un lugar en los 21K de Bs As, ¿corrés?” Me preguntó Tito hace 10 días. La primera reacción fue decirle que no, que no llegaba ni en pedo, que estaba con cero entrenamiento, tironeado de un gemelo, comiendo pésimo y varias excusas más… Pero se me hizo difícil decirle que no a la persona que me inspiró a meterme en este mundo del running, y a las horas le contesté “nunca digas no llego”, haciendo referencia a mi mensaje anterior.
La única herramienta disponible que tenía fue la cabeza. Y así corrí, buscando inspiración, kilómetro a kilómetro. Y aparecieron miles de personas, de caras, de charlas, de mates, de momentos, de lugares, de historias… Y ahí estuvo la clave, rodearme en estos últimos años de personas que inspiran, contagiarme y hacerlo propio.
Historias de vida como la de Daniel Arcucci, que tuve la suerte de estar medianamente cerca por trabajo, y entender que su vida, además de su sonrisa, es esfuerzo, entrenamiento, constancia, actitud y alegría…
O como la del @gordo.verde, que con su corta carrera como sacerdote está dejando una huella inigualable e inspirando a miles y miles de personas en Uruguay y Argentina.

O como la de @marubotanaok, que la conocí gracias al Gordo Verde y charlamos sobre sus salidas a correr a las cinco de la mañana, con ocho hijos y una vida profesional agitadísima. Y me cae la ficha de que nadie regala nada, de que las personas “exitosas” en lo suyo dejan la vida y, sin darse cuenta, inspiran a los demás a ser mejores.
O como la de Tito Larrosa, que entrena a cualquier hora, después de trabajar sin parar, y el resultado de eso es terminar hoy #243 entre más de 22.000 corredores.
O como la de Magdalena que no importa cuántos cachetazos le de la vida, ella siempre va a estar sonriendo.
O como Terry Fox, que a sus 18 años le amputaron una pierna por un cáncer y, para recaudar plata para la investigación, creó el “Maratón de la esperanza” en la que corrió, durante 143 días, 5.373 kilómetros. El decía una frase que hoy se me vino a la cabeza: “Correr o lo más cerca que pueda estar de correr”.
#21kBuenosAires

Me sacaron del infierno

¿Loco no? En el único lugar donde encontré paz después de estos días fue hoy a la mañana en el pabellón 4 de la Unidad 47 de San Martín, el de Los Gladiadores. No se habló de Macri, ni de Cristina, ni de Gómez Centurión o Del Caño. Ni de irse del país (me llama la atención con la liviandad con la que se dice). Ni hubo hermanos, primos o amigos distanciados por diferentes ideologías. Ni abortistas, ni providas, ni pañuelos amarillos… Hoy, como todos los miércoles, hubo unos 50 tipos privados de su libertad que, con sus peticiones, me sacaron del infierno en el que se está viviendo acá afuera…

Como Matías, que se puso a llorar en el cuarto misterio, emocionado porque fue uno de los tres seleccionados de un grupo de veinte presos para estudiar enfermería el año que viene: “Agradezco a Dios todo lo que me está pasando, estar en este pabellón, pertenecer a Los Gladiadores, quedar seleccionado para una carrera que siempre quise estudiar… Porque a mi se me murió mi viejita cuando tenía 10 años, la vi morir por una enfermedad y desde ese momento que quiero ser enfermero, para que nadie más vuelva a sufrir lo que yo sufrí”.

O como Ezequiel Nicolás que, después de hacer cumbre en el monte “Elbrus” en Rusia, fue directo a la cárcel a visitar a su hermano y en sus redes sociales dijo: “Que loca qué es la vida, hace 4 años mi hermano me visitaba en alguna de las tantas cárceles que estuve, hoy me toca a mí visitarlo… por suerte es uno de los Gladiadores junto con un gran amigo (DIENTE)”.

O como el Diente, reincidente, que se emocionó por poder ver todo lo que está logrando su viejo amigo Baraja, en lugar de llenarse de envidia o resentimiento. Y hoy se lo vio contento porque tiene un nuevo amigo que se llama “Gustavito”, un perro que camina con una sola pata y una “silla de ruedas”. Y reflexionó: “¿Qué loco no? Que a estos bichos les das un poco de amor y te devuelven el doble. No hay como el amor de un animal”.

¿Loco no? La cantidad de cosas que pasan alrededor de uno, pero como todo, está en uno elegir dónde mirar. Yo prefiero hacerlo donde hay amor, como hoy a la mañana, en el pabellón 4 de Los Gladiadores.
#LosGladiadores 
Fundación Espartanos

La historia detrás de la historia

El sábado a la noche, después de alguna que otra copa de vino, me puse a escribir el relato de Anselmo Gutierrez. Me imaginé su vida, su cara, sus gestos, sus manos, el interior de su barco, nuestro saludo, nuestra amistad… y a esa historia le agregué algunos condimentos verídicos sobre mi vida. Y la pregunta llegó: ¿Anselmo Gutiérrez existe? Pensaba que no. Al menos “no” afuera de esa construcción que hice imaginando el personaje. Pero hoy, cinco días después de publicar su historia, puedo decir que existe. Fueron ustedes, a través de sus comentarios, los que me confirmaron que la realidad supera la ficción. “Con mis viejos desde hace más de 50 años tenemos una casita en el Carapachay, y pasaban dos lanchas almacén, Cachito y la Amancay, nosotros éramos clientes de Anselmo y el solo paraba en nuestro muelle, yo y mi hermano éramos chicos y ver todo lo que había adentro era una cosa increíble,  lo que le pidieras lo tenía, un gran tipo Anselmo”, me escribió uno de ustedes en las redes sociales. Otro agregó: “Gracias por comentar su historia lamento mucho lo de Anselmo, si es que algo le paso, saludos amigo”. También leí: “Muy bello relato!!! No dejes de correr Fede!!! Beso al cielo para Anselmo!!!”. Y “Honrar a Anselmo y seguir la vida”. En los chat familiares redoblaron la apuesta con comentarios del tipo: “Muy linda historia Fede, muy triste, recemos por él”, “Averiguaste algo más de Anselmo? Me intriga mucho”. 

Satisfacción y culpa, una dupla que suele venir de la mano… Culpa por no haber aclarado que el relato era ficticio. Y satisfacción por entender que el personaje tomaba vida. 

El miércoles a la tarde, antes del partido de Boca, caminé con un amigo hasta el muelle de Tedin y Paseo Victorica. Mientras miraba el río me di cuenta que “Cachito” volvía de su recorrido habitual.

Me empecé a reír, era una mezcla de nervios e inseguridad, porque se iba a poner frente a mí y sabía que no me iba a mirar si gritaba “¡Anselmoooooo!”. Le hice señas para que amarre sobre el muelle pero el hombre que timoneaba se limitó a mover el dedo como un péndulo. Lo corrí y no me dio bola. ¿Por qué iba a frenar por un loco barbudo que le suplica con las palmas juntas que amarre en el muelle? Era lógico que “Cachito” siga su camino. Ante la mirada de otros tomadores de mate y la vergüenza de la derrota, volví con la cabeza gacha hasta el banco donde estaba mi amigo. Me estaba yendo cuando “Cachito” tocó tres bocinazos, dos cortos y un último que duró el doble que los anteriores. Pucha que la vida tiene magia… El sábado había creado un saludo que nunca había escuchado entre un personaje ficticio y yo, y cuatro días después, lo escuché. 

–  ¿Escuchaste tres bocinazos? ¿Dos cortos y uno largo? 

– ¡Sí, lo escuché! Sin entender mucho qué pasaba con eso. 

Me desesperé, ¿se habrá enterado de la nota de Anselmo? ¿Por qué saludó así. Llegué ansioso a casa y me puse a googlear. Necesitaba el teléfono de “Cachito” Lo encontré en un blog del 2012. Anibal, número 1165… Llamé. Una vez, nada. Otra, nada. La tercera la intenté por WhatsApp.

¡Anibal! Dije. 

Perdón, no sé quién sos. Me dijo una voz de un hombre joven, pero cansado. 

– Perdón que te llamé tres veces, soy Federico, nos acabamos de ver en Paseo Victorica, soy el alto que te saludó, me gustaría contarte algo que me pasó y no lo vas a poder creer. Es sobre una nota que publiqué. 

El hombre que estaba del otro lado hizo silencio. Dos segundos tal vez. Sentí que en esa pausa se me jugaba la vida.

– Mañana hasta las 12 estoy en el Puerto de Frutos. Contestó y recuperé el aire. 

– Allí estaré. Cerré y pegué dos gritos a la nada. 

Me costó dormirme, no sabía cómo iba a reaccionar Anibal, si me iba a pegar una trompada por haber inventado a Anselmo y usar el nombre de su barco, si me iba a denunciar o qué… 

Ayer me levanté temprano, me saqué lo urgente de encima y salí para el Puerto con la computadora y un libro en mano. Me acerqué a la dársena uno, nervioso, y pregunté por Anibal. Pegaron dos tres gritos y enseguida asomó su cabeza y su cuerpo bajito y fortachón. Tenía cara de pocas pulgas. Cruzó un tablón, estiró la mano y antes de que abra la boca le conté todo lo que me había pasado. No lo dejé respirar, le pedí perdón por el atrevimiento y le pregunté si tenía un ratito para leerle el cuento de “Anselmo Gutierrez”. Contestó que sí y nos sentamos sobre un tablón, a pocos metros de “Cachito”. Llegando al final del cuento, se me entrecortó la voz por la cantidad de cosas que me cruzaban por la cabeza. Terminé de leer, lo miré y me sonrió como no lo había hecho antes:

Muy lindo Fede. Me dijo apretando mi mano con fuerza. 

– Aníbal, ¿por qué el miércoles tocaste tres veces la bocina? ¿Por qué dos cortas y una larga? 

Y, entre risas, contestó:

– No sé, siempre lo hago así; pero no puedo creerlo, igual que la historia que inventaste, esta es la magia de la vida. 

Nos quedamos hablando. Le conté historias de personas privadas de su libertad y anécdotas de la cárcel, él me contó que hace lo mismo pero con los perros abandonados de las islas, los alimenta mientras hace su recorrido por el Delta de Tigre. “Son 31”, me dijo orgulloso. Mientras lo escuchaba, advertí que lo sentía mi amigo. Me invitó a hacer el recorrido en “Cachito” algún día de semana. Nos despedimos. Lo saludé algo tibio, por la vergüenza quizás, y me regaló un abrazo fuerte y sentido.

La vida es mágica cuando se alienan las historias. 

Anselmo Gutierrez

En los últimos años creé el hábito de levantarme temprano y salir a correr antes de que despierte la ciudad en la que vivo. Lo hago los martes, jueves y domingos. Los días de semana suena el despertador a las 6:30hs y los domingos a las 9hs. Desayuno con alguna fruta, me pongo los shorts, dependiendo del clima, camiseta térmica o remera manga corta, medias a la altura del talón y zapatillas.

En la semana, 6:55hs cierro la puerta de casa y las 7hs clavadas me apoyo en la baranda que da al río Luján sobre Tedín y Paseo Victorica para elongar los músculos. Primero los gemelos, después los cuádriceps y antes de estirar la zona lumbar, escucho siempre el mismo ruido. La chata almacén de Anselmo Gutierrez que se acerca despacito sobre el agua mansa. Estamos cronometrados. Yo estiro y el pasa camino al Delta de Tigre a vender sus productos. Llega desde el lado del Río de la Plata, con la bruma del amanecer, el inconfundible ruido del motor Perkins seis cilindros diesel y el golpeteo de las olas contra tierra firme. Cuando estamos enfrentados en una perfecta línea recta, separados por unos 30 metros, hago la venia militar y grito: “¡Anselmoooooo!”. Así, con seis “o” al final, mientras bajo el tono de voz en las últimas tres para terminar con la boca como si estuviera cantando un dos de espada. Él responde tocando tres bocinazos. Los dos primeros cortos y un último que dura el doble que los anteriores. Acompaña el saludo con una sonrisa floja de dientes y una mano arriba, abierta y curtida por el sol, el agua y el laburo. Este ritual lo repetimos durante los últimos cuatro años.

Lo conocí un jueves de febrero de 2015. Estaba elongando cuando lo vi arreglando algo en la cabina. De chusma, me acerqué. Siempre me interesó la vida de estos personajes que usan los barcos y el agua para ganarse el pan. 

– ¿Cómo le va? ¿Lo puedo ayudar en algo? Le dije. 

El hombre me miró fijo… medio de reojo y me contestó: ¿Se anima a sostenerme el timón? 

Me agarré fuerte de la columna del muelle y pegué un salto hasta la chata. Arriba de la puerta tenía un cartel: “Almacén Cachito” y otro más chico que decía “Hoy no se fía, mañana sí”. En el techo había varias bolsas de carbón y otras tantas de leña. Bajé dos escalones y, maravillado, entré a su mundo rodeado de frutas y verduras llenas de colores vibrantes y olor a tierra, la que garantiza la cosecha reciente; acompañaba el lugar una heladera llena de carne y pescado. En los laterales de la chata colgaban varios estantes con productos no perecederos. 

Perdón el desorden, ¿cómo es su nombre? Me preguntó.

Federico, un gusto. Contesté estirando la mano. 

Anselmo Gutiérrez, el gusto es mío. 

Seguí las instrucciones y le sostuve el timón a 45º grados. El hombre pego dos o tres martillazos en la popa de la chata y se acercó sonriendo.

-Tengo que llevarla al taller pero con esto aguanta para la vuelta, aclaró mientras se acomodaba la boina bordó. Me ofreció un mate y lo acepté. Iniciamos una charla ligera, superficial, pero suficiente para hacerme sospechar que nos conocíamos de otra vida o algo así. Miré la hora. El hombre se dió cuenta de que me tenía que ir. 

-Yo también tengo que seguir, me dijo. Me agradeció la ayuda y antes de despedirnos me ofreció una banana “para los calambres”.

El martes siguiente lo volví a ver y empezó el ritual del saludo a la distancia.

Las últimas cuatro Navidades, días más, días menos, frenó a “Cachito” en el muelle de la calle Tedín y compartimos unos mates con pan dulce. Esta última de 2018 le regalé un libro y me prometió acompañarme algún día a la cárcel. Las veces que hablamos del tema siempre se mostró muy empático. 

– Si no fuera por mi viejo, hubiera terminado en cana Fede. El siempre me inculcó que el laburo dignifica pero tardé mucho en darme cuenta… A él le decían Cachito, por eso el nombre de la chata. Por suerte, acá estoy, a mis 78 años ganándome la vida con esto; dijo palmeando el marco de la puerta de la embarcación. Lo noté algo cansado, y más flaco de lo normal. Le pregunté por su salud y respondió con una sonrisa y su clásico “mal pero acostumbrado”.

Durante enero y febrero repetimos el ritual del saludo y en marzo empezó a ausentarse. Lo vi el primer martes de mes y recién volvió a aparecer a la semana siguiente. Le grité para que se acercara al muelle. Me saludó pero hizo como que no escuchaba y siguió navegando. Ese día su sonrisa ya no era tan grande. Lo noté triste y sentí que algo le pasaba. Lo seguí trotando desde tierra firme gritándole que vaya al muelle pero se interpuso la baranda como un tackle de un neozelandés. Quería tirarme al río, pero no era una buena opción… me desesperé y se me inundaron los ojos de lágrimas. Ese martes fue la última vez que lo vi.

Fui a entrenar un par de veces más esperando que aparezca, corriendo con un nudo en la garganta, mirando el río sin auriculares, rogándole a Dios que aparezca el sonido del motor Perkins de “Cachito”… pero nada.

Hace cuatro meses que no corro. El despertador suena a la misma hora, en lugar de los shorts me pongo un jogging y una campera y camino hasta la baranda que da al río Luján sobre Tedín y Paseo Victorica. Me apoyo y reflexiono sobre la vida, la muerte y la amistad. Saco mi cuaderno, anoto algunas conclusiones y hago garabatos de chatas isleñas.

Recién vengo de ahí. Escuché el ruido del motor Perkins. Me quedé paralizado, era “Cachito”. 

– ¡Anselmoooooo, Anselmoooooo!

Grité dos veces pero nadie salió de la cabina. Al ser domingo, hay bastante más ruido de lo normal y supuse que no me escuchó. Cuando la chata estuvo más cerca, hice la venia militar y volví a gritar. Pero esta vez no hubo tres bocinazos de respuesta, ni dos cortos ni uno largo. Apuré el paso para interceptarlo y decirle que quería saber de él, pero ya no colgaba el cartel que rezaba “Hoy no se fía, mañana sí”… ni tampoco timoneaba aquel buen hombre de boina bordó.

Solo queda navegar

Me inspira, todo lo que pasa en este living me inspira. El cuadro, sus colores, ella y su pausa tan necesaria para tomar decisiones antes de cada pincelada. Su pelo, su mirada, sus ojos, su estatura, sus tatuajes, su historia, todo tan perfecto como lo que está sosteniendo el caballete de madera; el que tiene la suerte de haber conversado durante infinitas horas con ella. Es al único al que realmente le tengo envidia en este living. Qué ganas de haber sido testigo de tantas horas de inspiración, qué suerte tuvo un pedazo de madera anaranjado… Me pregunto qué habrán hablado durante todos estos años que yo no estuve, qué aprendizajes ella se habrá animado a contarle y qué victorias le habrá manifestado.

En esta silla todo sigue igual de lento, suave y tranquilo, hay un mate, suena una voz arrugada por los parlantes, el tiempo no pasa pero el reloj insiste en correr las agujas. De repente, en milésimas, todo se acelera, su muñeca va de un lado al otro, primero los claros, después los obscuros, no sé en qué momento pasó, pero ya cae el sol y en el cuadro se ven los reflejos dorados de un atardecer que todavía está sorprendido por lo que pasa en este living.

Me inspira el agua que tiene apenas unas pocas pinceladas pero ya siento como se mueve.

Me inspira que sea su primer cuadro en un año, que yo sea la causa por la que el sol se sorprenda, que un barco perdido en el delta esté buscando la libertad, como ella, como yo… ¿Qué hizo todo este año? ¿dónde estaba su inspiración? ¿qué hizo su muñeca? ¿qué hizo todos estos años? ¿dónde estábamos? ¿por qué ella? Si yo tenía el corazón cerrado por derribo, negado a todo, sin ganas de nada y, de repente, me revolucionó con un torbellino de paz, de risas, de charlas, de lágrimas en un pabellón, de miradas sin pestañar, de silencios llenos de placer, de momentos como este… En el que me inspira mirarla; parada derechita, con su cola en el pelo, yendo de un lado a otro, una hoja en la mano izquierda como machete y un pincel en su derecha, desnudándose frente a un lienzo que disfruta verla, como yo. Y todo se mueve, como las olas de un río lleno de historias, como los nombres «Joaquín» y «Delfina» que ya estaban escritos en su libro y siempre quise escribirlos en el mío, como el nombre de un barco que se llama libertad al que tanto anhelamos subirnos los dos…

Mil preguntas, llenas de ilusiones, de miedos, ¿y si era ella todo lo que estaba buscando? ¿y si todo se esfuma en cuestión de días? ¿y si es un sueño? ¿y si en realidad todo esto es una mentira? ¿y si…? Y si se acaban las preguntas por un rato… y repetimos, mirándonos a los ojos, que solo queda disfrutarnos, solo queda navegar.