En cada país que visitábamos cumplíamos el mismo ritual: supermercado, conocer las costumbres a través de la comida, comprar y salir para el “Free Walking Tour” que ofrecen las grandes ciudades de Europa. Este famoso tour es a la gorra, te imaginarás lo que podían darle dos mugrosos argentos que vivían hace seis meses en Madrid entre el arroz y el jamón crudo por el corto, cortísimo presupuesto que manejaban. Mientras caminábamos nos iban contando la historia de la ciudad, alguna que otra incomprobable anécdota y algo de humor barato para que sea llevadero caminar con -8º de enero.
Llegamos a Ámsterdam. Era el sexto país
que visitábamos. La curiosidad por ver la zona roja era más fuerte que
nosotros, representaba todo lo que estaba prohibido y, para educaciones llenas
de culpa, era lo mejor que nos podía pasar. Pero no tanto como el hambre que
manejábamos, hambre de comida (mal pensad@)…
Iniciamos nuestro ritual, con poquísimas horas de sueño por dormir pésimo en un siniestro ómnibus que nos tomamos en Berlín, entramos al super amsterdamés. Mientras caminaba, ansioso vi mucha birra, embutido y farafa pero, entre las góndolas, encontré algo parecido al altar de mi infancia: una isla llena de bandejas de diferentes tipos de salchichas envueltas, también conocidas como “niños envueltos”, “salchicha con abrigo”, “abrigaditas”, “salchichas en camisa” y demás nombres inventados. Me las cocinaba la vieja cuando era chico y no creí que podía existir en otra parte del mundo.
En los supermercados de Europa hay un
factor llamado confianza, te servís lo que querés en una bandeja y vas a la
caja. Pero mi hambre acumulado, insatisfecho por tantos meses de arroz, me hizo
pecar. Agarré siete diferentes tipos de niños envueltos y los puse en una
bandeja. Algunos tenían queso, otros panceta, mostaza, miel, tomate, cebolla…
Estaba en el cielo. Analicé todas las cámaras que había en el super, también
los rincones donde no era posible que me vieran… Fui hasta un rincón y, mirando
para todos lados, me manduqué cuatro niños envueltos en una milésima de
segundo. Tito me miraba sorprendido, entre la risa, la vergüenza y el miedo a
que nos descubran; se fue a la otra punta del lugar. Cuando llegamos a la caja,
solo tenía tres niños en la bandejita. Pagamos lo que no correspondía y
cruzamos la puerta. En ese instante di cuenta que había concluido mi primer
(creo) hecho delictivo internacional.
Caminamos hacia el tour, la gula y la avaricia estaban presentes y, mientras atravesaba la zona roja, la lujuria también decía “¡Hola, acá estoy!”. Mujeres desnudas en vidrieras me hacían señas para que compartiera tiempo con ellas. Pero no era capaz. No me sentía digno, ni a la altura. Estaba lleno, gordo y avergonzado por mi hurto en el supermercado.
No hay remate.
https://gallardof.com/wp-content/uploads/Tito-y-Fede.png600600administratorhttps://gallardof.com/wp-content/uploads/logo_Mesa-de-trabajo-1.pngadministrator2019-06-27 16:37:232021-03-06 17:33:57Hambre y lujuria
Qué tendrá el ego que busca el aplauso.
Que busca recibir cientos de likes en una foto. Que busca leer comentarios como
“qué bien que lo haces”, “qué bueno sos haciendo esto que haces”, “nunca dejes
de hacerlo”… Y se sienta en una computadora a escribir para intentar tener más
aplausos, más likes, más comentarios… Y la rueda sigue hasta convertirse en un
mísero estado del alma que intenta agradar a los demás; y la creatividad se
pierde en un laberinto obscuro que muere, horas después, sin llegar a más que estos
simples renglones.
“Lo que pasa es que un tatuaje es para toda la vida, y lo que es para toda la vida…”. Me dijo hace unos días un amigo, cerveza de por medio, en el living de casa. Salió disparada de mi boca, filosa como de costumbre, la pregunta sobre qué le garantizaba vivir “para toda la vida”. Me quedó dando vueltas la frase, tanto que, por ejemplo, estas línea están escritas a más de x metros de altura y volar (o perder el control de las cosas) siempre me genera pensar en el límite de la vida y la muerte. Cualquier desperfecto técnico de este avión, cualquier error de cálculo de quien está unos metros adelante sentado en su cabina (espero), me dejan sin vida y el “para toda la vida” se convierte en polvo. Y entonces, ¿por qué nos creemos tan supremos de creer que la vida se va a apagar cuando nosotros queramos? ¿Por qué perdemos la sensibilidad de entender que somos demasiado vulnerables? ¿A dónde queremos llegar? Postergamos la felicidad constantemente, la pateamos como a una pelota de fútbol vieja y desinflada debajo de la ligustrina del jardín, la escondemos porque creemos que hoy no puede ser. “Quizás más adelante” y nos convencemos de que no es para nosotros, que no la merecemos mientras el “para toda la vida” hace su cuenta regresiva. Y pasan los días, las semanas, los meses y los años y no nos animamos a romper nuestra coraza, a meternos en el fondo del barro, ahí donde conviven los miedos más grandes y las inseguridades se nos ríen en la cara porque no tenemos el control. Mientras, el corazón va construyendo, ladrillo a ladrillo, un muro cada vez más grande; y no puede mirar para ningún lado. Sólo miramos con la razón. Y perdemos la sensibilidad, nos convertimos en hombres brutos y sin tacto, vamos por la vida buscando la plenitud en lugares equivocados, mientras la cuenta regresiva se mueve cada vez más rápido. Y así vivimos y, muchas veces, así morimos.
Escuché infinitos cuentos de personas que en el ocaso de su vida se pusieron sensibles, les pidieron a sus familiares que entren, uno por uno, al cuarto de internación para pedirles perdón y decirles todo lo que no se animaron a decir en su plenitud. Ese, al menos, es el mejor de los males, porque tuvieron la oportunidad de hacerlo. Pero tantos otros, tantos otros que dejaron este mundo de un instante al otro y se quedaron con las palabras en la garganta…
Entonces, metete ahí adentro, donde duele, jugá en el barro, no tengas miedo, que las flores más lindas nacen ahí. Mirate al espejo, llorá, reí, viví, enamorate y si no va, salí de ahí las veces que sean necesarias. No te conformes con poco, que siempre llega lo que soñaste y ahí, dejá la vida para que funcione. Y si no, juntá las cartas y a repartir de nuevo. Tomá decisiones consientes y, de vez en cuando, alguna inconsciente, que el tiempo dirá si la pegaste o “solo” te tocó aprender. Cagate de risa del qué dirán. Pedí perdón, decí “te amo” a un amigo o a los viejos (lo demás es fácil). Sensibilizate carajo, que estamos de paso.
Y, volviendo al primer renglón, tatuate si queres hacerlo, amigo, que el “toda la vida”, te juro, se puede terminar.
https://gallardof.com/wp-content/uploads/fede-gallardo-blog-federico-gallardo.jpeg1280720administratorhttps://gallardof.com/wp-content/uploads/logo_Mesa-de-trabajo-1.pngadministrator2019-04-11 19:06:522021-03-06 17:50:59¿Para toda la vida?
Doce años, días más, días menos… Toda una vida amigo, en la que nos soportamos mutuamente. Yo tenía apenas 18 cuando llegaste a casa de la mano del Viejo, quien me regaló el honor de ser tu dueño. Para aquel entonces, la segunda responsabilidad más linda de mi vida; la primera, educar a Polquita, la segunda, educarte a vos. Enseñarte el camino correcto, lo que un perro debía hacer y lo que no. Darte una costilla de asado por debajo de la mesa y decirte “al pasto”, que la agarres y camines despacito hacia el verde para que nadie se enojara por un piso engrasado. Mirar un gato a lo lejos y decirte, con la boca casi cerrada, una especie de “shevelu, shevelu, gatu, gatu” y que salgas como una flecha a atrapar a tu presa. Siempre hiciste respetar nuestro territorio, nuestro mundo de amistad en el que compartimos tantas cosas…
Me viste llorar por relaciones fallidas,
por finales desaprobados, por muertes cercanas… Y siempre estuviste ahí.
Mirándome y sintiéndome, sentado al lado, apoyando tu hocico en mi muslo y
diciéndome con una simple mirada: “todo va a estar bien”. Me fui a vivir afuera
unos meses, te extrañé, me extrañaste; nunca voy a olvidar tu recibimiento
cuando volví de sorpresa, tus lágrimas, las mías.
Cuántos momentos lindos compartidos… como
los goles de Boquita gritados en los que volabas por el aire con cara de
cagazo, pisabas la tierra y te ponías a girar en tu propio eje, cagándote de
risa… como los asados en familia, en los que te fuiste ganando un lugar
gracias a tu linda personalidad y ya tenías un plato más.
En los últimos años te cuidó el viejo,
quien lo hizo como si fueras su nuevo hijo más chico. Te regalaba la infaltable
banana con dulce de leche después de que pelaras el hueso del bife, y vos te
relamías el hocico. Te llevaba de un lado para el otro y te mostraba orgulloso
en su triciclo. Formaron una sociedad perfecta, en la que cuidaron el uno del
otro. Terminaste en un lugar privilegiado de la familia. No hubo persona
cercana y amiga que en estos años no me pregunte por vos, porque eso generabas:
amor.
Moriste en tu ley, amigo, persiguiendo un
cobarde gato que se trepó a un árbol. Y cuando te resignaste y pegaste la
vuelta te olvidaste de mirar para los costados antes de cruzar la calle. Parece
que así tenía que ser…
Gracias por tu fidelidad, por acompañarme
en cada paso que di en estos 12 años. Por tu alegría, por ponerte a cazar una
mosca por el simple hecho de sacarme una sonrisa, y traérmela victorioso en tu
hocico. Por tus orejas levantadas cada vez que algo te llamaba la atención (era
tu gesto perfecto). Por tener esa capacidad única de hacerme poner la mente en
blanco, de obligarme a tirar mis 90 kg al piso para hacerme sentir un chiquito,
para ladrar los dos juntos y jugar una guerra en la que siempre ganabas vos.
Te voy a extrañar Rudito… el ruido de tus
uñas en el piso de casa, tus besos cada vez que te los pedía, el sentimiento de
saber que estabas, que siempre estabas…
Te voy a extrañar, sobre todo los domingos
por la tarde, cuando nos tirábamos abrazados en el sillón del living, después
de unos mates, a esperar a que se acabe esa puta melancolía que nunca voy a
saber de donde viene, esa que hoy se convierte en tristeza.
Gracias por todo, nos vemos arriba.
https://gallardof.com/wp-content/uploads/12494784_10156721560635582_2505889941238627226_n.jpg960960administratorhttps://gallardof.com/wp-content/uploads/logo_Mesa-de-trabajo-1.pngadministrator2019-04-07 20:57:462021-03-06 17:50:59Gracias por todo, Rudito
Un desfile intenso de vendedores ambulantes. Dos enfermeras del Municipio hablando sobre sentarse frente al Juez para pedirle una evaluación en conjunto a no sé quién. Una mujer con el pelo rasurado de un lado y el flequillo que le cubre el resto de la cara del otro, escucha música enojada, su mochila lleva un pañuelo verde. Un hombre que no tiene auriculares, ve videos de sus redes sociales en volumen máximo, no sonríe. Una persona discapacitada en muletas y con los píes mutilados pide ayuda sonriendo. Un joven con arito y pantalones chupines con agujeros intencionalmente cortados a la altura de la rodilla mastica chicle con la boca abierta. Un chico con anteojos lee desde su celular mientras se rasca la nariz. Un padre le ata los cordones a su hijo que habla con un tono agudo e irritante.
Uno de los vendedores ambulantes que desfila frena en la puerta
en la que estoy sentado, tiene una canasta llena de productos artesanales.
Desde 1998 trabaja en un hogar que rehabilita a personas adictas al paco. Se
queja porque la policía hace vista gorda con los vendedores de droga de la
Villa 31 y ningunea a los que venden sándwiches y empanadas. Critica a los
gobernantes de turno: “Señores, si ponen
toda la plata que ponen en impuestos y no pasa nada, pueden poner esa plata en
estas medialunas para el mate que nosotros, con lo que ganamos, abrimos otros
centros de rehabilitación y seguimos sacando gente de la calle”.
Logra convencer a varios y uno le compra dos bandejitas de
pepas. ¿Alguien tiene una bolsa para que
el señor no se las lleve en la mano? Grita ante la atónita mirada de
varios. Un joven deja su libro nuevo desnudo y le contesta: ¿Te sirve?Ya está, ya está, ya tengo bolsa, grita como si el resto de los
pasajeros estuviera pendiente.
Son las 14:14hs, me encanta mirar el reloj cuando los números
coinciden, dicen que es cuando vivís el presente, me pasa cada vez más seguido.
Ya te podes soltar de la reja, ya está todo bien. Ya atravesaste tus miedos, ya perdonaste y pediste perdón. Ya dejaste ir lo que no te hacía bien y entendiste, a través del tiempo, qué es lo que te da paz.
Te miro a los ojos y me siento orgulloso de todo lo que logramos juntos. Cuantos años conviviendo con nuestras luces y sombras, con nuestros éxitos y fracasos, con nuestras virtudes y miserias. Te felicito y nos felicito porque nunca tuvimos miedo de meternos para adentro e intentamos, día a día, tratar de ser mejores personas.
Y cuántas cosas nos quedan por vivir… buenas y malas, como el camino de cualquier persona, sin tanto idealismo, con más realismo. Con los ojos abiertos para tratar de no tropezar con la misma piedra, y la seguridad de saber que si nos equivocamos, en el peor de los casos, aprendemos.
Y a medida que pasan los minutos, que te miro a los ojos entiendo que la vida es muy muy linda, que el de arriba nos dio todo y más, y que solo queda disfrutar. Disfrutá 🤗
https://gallardof.com/wp-content/uploads/fede-gallardo-pasarse-es-como-no-llegar-gallardof.jpg960641administratorhttps://gallardof.com/wp-content/uploads/logo_Mesa-de-trabajo-1.pngadministrator2019-02-18 16:04:372021-03-06 17:50:59Mirando una foto
Hambre y lujuria
/0 Comentarios/en Blog, Madrid /por administratorEn cada país que visitábamos cumplíamos el mismo ritual: supermercado, conocer las costumbres a través de la comida, comprar y salir para el “Free Walking Tour” que ofrecen las grandes ciudades de Europa. Este famoso tour es a la gorra, te imaginarás lo que podían darle dos mugrosos argentos que vivían hace seis meses en Madrid entre el arroz y el jamón crudo por el corto, cortísimo presupuesto que manejaban. Mientras caminábamos nos iban contando la historia de la ciudad, alguna que otra incomprobable anécdota y algo de humor barato para que sea llevadero caminar con -8º de enero.
Llegamos a Ámsterdam. Era el sexto país que visitábamos. La curiosidad por ver la zona roja era más fuerte que nosotros, representaba todo lo que estaba prohibido y, para educaciones llenas de culpa, era lo mejor que nos podía pasar. Pero no tanto como el hambre que manejábamos, hambre de comida (mal pensad@)…
Iniciamos nuestro ritual, con poquísimas horas de sueño por dormir pésimo en un siniestro ómnibus que nos tomamos en Berlín, entramos al super amsterdamés. Mientras caminaba, ansioso vi mucha birra, embutido y farafa pero, entre las góndolas, encontré algo parecido al altar de mi infancia: una isla llena de bandejas de diferentes tipos de salchichas envueltas, también conocidas como “niños envueltos”, “salchicha con abrigo”, “abrigaditas”, “salchichas en camisa” y demás nombres inventados. Me las cocinaba la vieja cuando era chico y no creí que podía existir en otra parte del mundo.
En los supermercados de Europa hay un factor llamado confianza, te servís lo que querés en una bandeja y vas a la caja. Pero mi hambre acumulado, insatisfecho por tantos meses de arroz, me hizo pecar. Agarré siete diferentes tipos de niños envueltos y los puse en una bandeja. Algunos tenían queso, otros panceta, mostaza, miel, tomate, cebolla… Estaba en el cielo. Analicé todas las cámaras que había en el super, también los rincones donde no era posible que me vieran… Fui hasta un rincón y, mirando para todos lados, me manduqué cuatro niños envueltos en una milésima de segundo. Tito me miraba sorprendido, entre la risa, la vergüenza y el miedo a que nos descubran; se fue a la otra punta del lugar. Cuando llegamos a la caja, solo tenía tres niños en la bandejita. Pagamos lo que no correspondía y cruzamos la puerta. En ese instante di cuenta que había concluido mi primer (creo) hecho delictivo internacional.
Caminamos hacia el tour, la gula y la avaricia estaban presentes y, mientras atravesaba la zona roja, la lujuria también decía “¡Hola, acá estoy!”. Mujeres desnudas en vidrieras me hacían señas para que compartiera tiempo con ellas. Pero no era capaz. No me sentía digno, ni a la altura. Estaba lleno, gordo y avergonzado por mi hurto en el supermercado.
No hay remate.
Ego
/0 Comentarios/en Blog, Reflexiones /por administratorQué tendrá el ego que busca el aplauso. Que busca recibir cientos de likes en una foto. Que busca leer comentarios como “qué bien que lo haces”, “qué bueno sos haciendo esto que haces”, “nunca dejes de hacerlo”… Y se sienta en una computadora a escribir para intentar tener más aplausos, más likes, más comentarios… Y la rueda sigue hasta convertirse en un mísero estado del alma que intenta agradar a los demás; y la creatividad se pierde en un laberinto obscuro que muere, horas después, sin llegar a más que estos simples renglones.
¿Para toda la vida?
/2 Comentarios/en Blog, Reflexiones /por administrator“Lo que pasa es que un tatuaje es para toda la vida, y lo que es para toda la vida…”. Me dijo hace unos días un amigo, cerveza de por medio, en el living de casa. Salió disparada de mi boca, filosa como de costumbre, la pregunta sobre qué le garantizaba vivir “para toda la vida”. Me quedó dando vueltas la frase, tanto que, por ejemplo, estas línea están escritas a más de x metros de altura y volar (o perder el control de las cosas) siempre me genera pensar en el límite de la vida y la muerte. Cualquier desperfecto técnico de este avión, cualquier error de cálculo de quien está unos metros adelante sentado en su cabina (espero), me dejan sin vida y el “para toda la vida” se convierte en polvo. Y entonces, ¿por qué nos creemos tan supremos de creer que la vida se va a apagar cuando nosotros queramos? ¿Por qué perdemos la sensibilidad de entender que somos demasiado vulnerables? ¿A dónde queremos llegar? Postergamos la felicidad constantemente, la pateamos como a una pelota de fútbol vieja y desinflada debajo de la ligustrina del jardín, la escondemos porque creemos que hoy no puede ser. “Quizás más adelante” y nos convencemos de que no es para nosotros, que no la merecemos mientras el “para toda la vida” hace su cuenta regresiva. Y pasan los días, las semanas, los meses y los años y no nos animamos a romper nuestra coraza, a meternos en el fondo del barro, ahí donde conviven los miedos más grandes y las inseguridades se nos ríen en la cara porque no tenemos el control. Mientras, el corazón va construyendo, ladrillo a ladrillo, un muro cada vez más grande; y no puede mirar para ningún lado. Sólo miramos con la razón. Y perdemos la sensibilidad, nos convertimos en hombres brutos y sin tacto, vamos por la vida buscando la plenitud en lugares equivocados, mientras la cuenta regresiva se mueve cada vez más rápido. Y así vivimos y, muchas veces, así morimos.
Escuché infinitos cuentos de personas que en el ocaso de su vida se pusieron sensibles, les pidieron a sus familiares que entren, uno por uno, al cuarto de internación para pedirles perdón y decirles todo lo que no se animaron a decir en su plenitud. Ese, al menos, es el mejor de los males, porque tuvieron la oportunidad de hacerlo. Pero tantos otros, tantos otros que dejaron este mundo de un instante al otro y se quedaron con las palabras en la garganta…
Entonces, metete ahí adentro, donde duele, jugá en el barro, no tengas miedo, que las flores más lindas nacen ahí. Mirate al espejo, llorá, reí, viví, enamorate y si no va, salí de ahí las veces que sean necesarias. No te conformes con poco, que siempre llega lo que soñaste y ahí, dejá la vida para que funcione. Y si no, juntá las cartas y a repartir de nuevo. Tomá decisiones consientes y, de vez en cuando, alguna inconsciente, que el tiempo dirá si la pegaste o “solo” te tocó aprender. Cagate de risa del qué dirán. Pedí perdón, decí “te amo” a un amigo o a los viejos (lo demás es fácil). Sensibilizate carajo, que estamos de paso.
Y, volviendo al primer renglón, tatuate si queres hacerlo, amigo, que el “toda la vida”, te juro, se puede terminar.
Gracias por todo, Rudito
/0 Comentarios/en Blog, Reflexiones /por administratorDoce años, días más, días menos… Toda una vida amigo, en la que nos soportamos mutuamente. Yo tenía apenas 18 cuando llegaste a casa de la mano del Viejo, quien me regaló el honor de ser tu dueño. Para aquel entonces, la segunda responsabilidad más linda de mi vida; la primera, educar a Polquita, la segunda, educarte a vos. Enseñarte el camino correcto, lo que un perro debía hacer y lo que no. Darte una costilla de asado por debajo de la mesa y decirte “al pasto”, que la agarres y camines despacito hacia el verde para que nadie se enojara por un piso engrasado. Mirar un gato a lo lejos y decirte, con la boca casi cerrada, una especie de “shevelu, shevelu, gatu, gatu” y que salgas como una flecha a atrapar a tu presa. Siempre hiciste respetar nuestro territorio, nuestro mundo de amistad en el que compartimos tantas cosas…
Me viste llorar por relaciones fallidas, por finales desaprobados, por muertes cercanas… Y siempre estuviste ahí. Mirándome y sintiéndome, sentado al lado, apoyando tu hocico en mi muslo y diciéndome con una simple mirada: “todo va a estar bien”. Me fui a vivir afuera unos meses, te extrañé, me extrañaste; nunca voy a olvidar tu recibimiento cuando volví de sorpresa, tus lágrimas, las mías.
Cuántos momentos lindos compartidos… como los goles de Boquita gritados en los que volabas por el aire con cara de cagazo, pisabas la tierra y te ponías a girar en tu propio eje, cagándote de risa… como los asados en familia, en los que te fuiste ganando un lugar gracias a tu linda personalidad y ya tenías un plato más.
En los últimos años te cuidó el viejo, quien lo hizo como si fueras su nuevo hijo más chico. Te regalaba la infaltable banana con dulce de leche después de que pelaras el hueso del bife, y vos te relamías el hocico. Te llevaba de un lado para el otro y te mostraba orgulloso en su triciclo. Formaron una sociedad perfecta, en la que cuidaron el uno del otro. Terminaste en un lugar privilegiado de la familia. No hubo persona cercana y amiga que en estos años no me pregunte por vos, porque eso generabas: amor.
Moriste en tu ley, amigo, persiguiendo un cobarde gato que se trepó a un árbol. Y cuando te resignaste y pegaste la vuelta te olvidaste de mirar para los costados antes de cruzar la calle. Parece que así tenía que ser…
Gracias por tu fidelidad, por acompañarme en cada paso que di en estos 12 años. Por tu alegría, por ponerte a cazar una mosca por el simple hecho de sacarme una sonrisa, y traérmela victorioso en tu hocico. Por tus orejas levantadas cada vez que algo te llamaba la atención (era tu gesto perfecto). Por tener esa capacidad única de hacerme poner la mente en blanco, de obligarme a tirar mis 90 kg al piso para hacerme sentir un chiquito, para ladrar los dos juntos y jugar una guerra en la que siempre ganabas vos.
Te voy a extrañar Rudito… el ruido de tus uñas en el piso de casa, tus besos cada vez que te los pedía, el sentimiento de saber que estabas, que siempre estabas…
Te voy a extrañar, sobre todo los domingos por la tarde, cuando nos tirábamos abrazados en el sillón del living, después de unos mates, a esperar a que se acabe esa puta melancolía que nunca voy a saber de donde viene, esa que hoy se convierte en tristeza.
Gracias por todo, nos vemos arriba.
Las 14:14 hs
/0 Comentarios/en Blog, Reflexiones /por administratorUn desfile intenso de vendedores ambulantes. Dos enfermeras del Municipio hablando sobre sentarse frente al Juez para pedirle una evaluación en conjunto a no sé quién. Una mujer con el pelo rasurado de un lado y el flequillo que le cubre el resto de la cara del otro, escucha música enojada, su mochila lleva un pañuelo verde. Un hombre que no tiene auriculares, ve videos de sus redes sociales en volumen máximo, no sonríe. Una persona discapacitada en muletas y con los píes mutilados pide ayuda sonriendo. Un joven con arito y pantalones chupines con agujeros intencionalmente cortados a la altura de la rodilla mastica chicle con la boca abierta. Un chico con anteojos lee desde su celular mientras se rasca la nariz. Un padre le ata los cordones a su hijo que habla con un tono agudo e irritante.
Uno de los vendedores ambulantes que desfila frena en la puerta en la que estoy sentado, tiene una canasta llena de productos artesanales. Desde 1998 trabaja en un hogar que rehabilita a personas adictas al paco. Se queja porque la policía hace vista gorda con los vendedores de droga de la Villa 31 y ningunea a los que venden sándwiches y empanadas. Critica a los gobernantes de turno: “Señores, si ponen toda la plata que ponen en impuestos y no pasa nada, pueden poner esa plata en estas medialunas para el mate que nosotros, con lo que ganamos, abrimos otros centros de rehabilitación y seguimos sacando gente de la calle”.
Logra convencer a varios y uno le compra dos bandejitas de pepas. ¿Alguien tiene una bolsa para que el señor no se las lleve en la mano? Grita ante la atónita mirada de varios. Un joven deja su libro nuevo desnudo y le contesta: ¿Te sirve? Ya está, ya está, ya tengo bolsa, grita como si el resto de los pasajeros estuviera pendiente.
Son las 14:14hs, me encanta mirar el reloj cuando los números coinciden, dicen que es cuando vivís el presente, me pasa cada vez más seguido.
Mirando una foto
/0 Comentarios/en Blog, Reflexiones /por administratorYa te podes soltar de la reja, ya está todo bien. Ya atravesaste tus miedos, ya perdonaste y pediste perdón. Ya dejaste ir lo que no te hacía bien y entendiste, a través del tiempo, qué es lo que te da paz.
Te miro a los ojos y me siento orgulloso de todo lo que logramos juntos. Cuantos años conviviendo con nuestras luces y sombras, con nuestros éxitos y fracasos, con nuestras virtudes y miserias. Te felicito y nos felicito porque nunca tuvimos miedo de meternos para adentro e intentamos, día a día, tratar de ser mejores personas.
Y cuántas cosas nos quedan por vivir… buenas y malas, como el camino de cualquier persona, sin tanto idealismo, con más realismo. Con los ojos abiertos para tratar de no tropezar con la misma piedra, y la seguridad de saber que si nos equivocamos, en el peor de los casos, aprendemos.
Y a medida que pasan los minutos, que te miro a los ojos entiendo que la vida es muy muy linda, que el de arriba nos dio todo y más, y que solo queda disfrutar.
Disfrutá 🤗