Un sueño de amor

Casa-del-arbol-pasarse-es-como-no-llegarEra amor y perdoname, pero no sería prudente ponerle un nombre. Ella, con sus más, sus menos, era amor. Y la vi. La vi en un sueño tan real como esta vida, como mi puño y letra que escriben en este momento.

Y me acerqué, le dije que quería pasar el resto de mis días con ella y me dijo, nos vemos a las seis de la tarde en aquél árbol.

Y estuve nervioso todo el día, quizás hasta demasiado.

Me peleé con mi socio a eso de las tres y media, y faltaba poco para encontrarme con ella. Y ya estaba incómodo. Llegué a las cuatro al árbol anterior al que ella me había dicho, estuve ahí un rato y decidí salir a las cinco.

Entre el árbol en el que estaba y el que ella me había dicho pasé por una pileta con poco agua, adentro estaban mis viejos, mis hermanos y mis sobrinos, y todos me pedían que me quede, que ese momento era para estar en familia, que no lo desperdicie, que si me iba era un boludo y bla, bla, bla… Y me discutían, y me retenían con temas poco felices, y no se daban cuenta que iba a conocer al amor y me desesperaba cada vez más…

Y ya eran las seis de la tarde y sabía que estaba llegando tarde y lo que me esperaba allá, en aquel árbol, no era nada menos que el amor. Quizás, las cita más importante de mi vida. Y después de un rato me pude ir. Y cuando empecé a correr con una sensación de libertad inexplicable me di vuelta para ver si realmente me había podido liberar de todo el peso de una familia, y si, lo había hecho. No es que se trate de romper lazos, sino de dejar ir algunas cosas… No me había ido en paz de ese árbol, y algo me molestaba…

El mal humor era grande, pero yo sabía que en aquél árbol de allá estaba ella, con esa sonrisa impoluta y esos ojos tan particulares… Y ese pelo, y esa boca y esos detalles que la hacían única… Y llegué, tarde pero llegué. Y me estaba esperando, hamacándose en su árbol, sonriendo… y ese momento tan único lo viví con la certeza de saber que realmente había llegado el amor. Después de varios cachetazos que la vida me dio, para despabilarme, despertarme y enseñarme, me encontré hamacándome con el amor… Todo era perfecto, ideal.

Y me miró y me dijo contame, quiero saber cómo estás… Y sin saber mucho que responder, por los nervios quizás, empecé a hablar. Hay sensaciones que duelen en la vida, pero de las más desesperantes deben ser las de no poder expresarse.

De mi boca lo único que no salían eran palabras. Empecé a sacarme del estomago literalmente alambre de púa. Cada vez que abría la boca para decir algo, en lugar de frases, me salía alambre. Doloroso e inexplicablemente angustiante. Y ella que no podía ver lo que salía de mis entrañas, pero lo único que sentía era mi silencio a su pregunta.

Dale, respondeme, ¿no me querés hablar? Y a mi se me empezaban a caer las lágrimas. Y el alambre que no paraba de salir y mi desesperación que… bueno, te imaginarás.

Y ella se cansó, porque había llegado tarde a la cita y encima no le respondía, y se bajó de la hamaca y empezó a caminar. Y me salieron las primeras palabras y, ella dándome las espalda, me dijo ya es tarde…

Y al ver el detalle de su cara de lejos la noté vieja, linda, pero vieja. Ya en un segmento de edad similar al de una abuela. Habían pasado los años en los pocos pasos que dió, había tardado mucho en liberarme de otros árboles, y te repito, no hablo de romper, sino de dejar ir.

Y le dije no te vayas, bailemos una vez y por última vez. Y sonrió. Y me estiró su mano y me dijo cuidame, que ya no soy la de antes, que estoy frágil y vieja…

Y le dije quedate tranquila, que este tango te cuido yo.

PD: así sueña un hermano de la vida, que en medio de un viaje relámpago al interior de cada uno, nos encontramos con esto y no hice más que ponerle palabras a un sueño, esas que a él no le salían y que necesitó del tiempo, la sanación y la madurez para poder hablar. El cuento no habla de dejar de laburar, dejar de lado la familia ni a sus padres, sólo para llegar al amor. Habla de sanación, de sanar las heridas que cada uno pueda tener en diferentes «árboles» que va cruzando por la vida… Una vez sanado nuestro pasado, estamos dispuestos a enfrentar una relación y hacer de un vínculo humano, uno para toda la vida. 

A vos Juancito Wolf, que soñás como soñás, te quiero con toda mi alma.

Sigamos soñando juntos.

Historias de perros

perro enjauladoLa historia que sigue relata la historia de dos perros cuya historia, sin dudas, no tienen mucha relación…

El primero de los dos canes de los cuales la historia está por arrancar, nació de la panza de Daysi, una dóberman pura. La raza de este protagonista, aunque no me acuerdo bien, estoy casi seguro que no era pura. Quizás la memoria me falle, pero creo que Daysi no tuvo una buena elección a la hora de intentar pasar una buena noche. Estaba en celo, pobre… y cuando esas cosas pasan… en fin, la naturaleza. Y hubo un privilegiado aquella noche, fue un perro pero, para que entiendas, uno vagabundo y ojo, con esto no quiero decir que me lleve mal con los vagabundos, sino que… no son de mi agrado.

Y así nació el Piojo. ¿Año? Si mal no recuerdo, 1988.

El segundo de los canes de los cuales la historia está por arrancar, tuvo suerte. En realidad, no sé si suerte, sino que los dueños de Waina, una salchicha pura, se ocuparon de que, cuando ella llegue a “su momento”, la pase bien con un perro y con un dato no menor, que sea de su raza. Cosas lógicas si uno se crió en un mundo lógico. ¿Lógico? Quizás quede mejor decir “normal”.
¿Vagabundos? No entran en esta historia.

Y así nació Rudo. ¿Año? Si mal no recuerdo, 1988.

Para mi, juzgar si uno la tuvo más fácil que otro, no corresponde… Pero si hay verdades, hechos y cosas que fueron de una determinada manera. Por ejemplo, el Piojo… El piojo sufrió. Sin tener la culpa de haber nacido con el pelo más largo que el de su madre, una dóberman pura, sufrió. A su padre, aquel vagabundo del que te hablé hace un ratito, nunca más lo vio. ¿Y lo peor? Es que ese desdichado can, aquella noche, la pasó bien, pero eligió no hacerse cargo… Y pobre Piojo, arrancó 1-0 abajo. Empezar a crecer sin la figura de un padre… Siempre es importante el padre, más en historias de canes. Porque el padre enseña a ladrar cuando hay que ladrar, a querer al amo, a ser fiel y compañero pese a las circunstancias y, sobre todo, a mover el rabo cuando el amo llega y a tenerlo entre las patas cuando se va.

Si querés otro ejemplo con hechos, te cuento el de Rudo. Un perro que se crió con un padre, una madre y hermanos, y todos de su misma raza. Es decir, mismo color de pelo, hocicos parecidos, ni hablar del pelo y la cola, diferentes gotas de agua, pero gotas de agua al fin. Y Rudo fue eso, un perro que nació en un ambiente cálido, protegido, lleno de seguridad y buena comida, porque la comida forma parte de un ambiente cálido. Y no es que hubo comida los primeros meses porque “era cachorro y tenía que crecer bien”, la tuvo siempre a disposición de sus manos porque en la casa “tenía que haber buena comida”.

Y apenas empiezo a meterme en la historia de Rudo, aparece esta otra, pobre, que me tiene un poco loco, más el vino, claro.

Es que el Piojo no la tuvo así de fácil, y qué queres que te diga… Me rompe un poco las pelotas. Porque este pobre can, con pelo distinto al de su madre (por ser hijo de un vagabundo) no la tuvo nada fácil y comió poco y nada, gran parte de su niñez. Y esto pasó porque en la casa de Daysi no les gustó un carajo que “sean hijos de un vagabundo” y lo echaron a la mierda a él y a sus hermanos. Y el Piojo, pobre, hizo lo que pudo. Seis de los seis eran más chicos que él y, encima la lleca, es decir, vivir en la calle. ¿Me entendés? El piojo, hecho mierda pobre, bancando a seis hermanos más, en la calle. ¿Y Rudo? Comiendo ProPlan. Pero ojo, no lo mal interpretes, con esto no quiero dividir las clases sociales, eso que está tan latente hoy, que siempre hay que estar de un lado o del otro, mientras la grieta nos come, sino que… No sé, viste, uno tan tan y el otro tan poco…

Y pasaron los años y lo que te voy a contar resulta obvio, porque no había mucha salida para uno, ni para otro.
El Piojo… El Piojo hizo cagadas, cagadas grosas en un ambiente perruno, del estilo de entrar en una carnicería y hacer lo que un perro de la calle puede hacer, o de morder a una vieja por una bolsa del supermercado con olor a carne picada, y cosas de esas, pesadas, que merecen una larga condena…

Y Rudo… Y Rudo siempre se mantuvo en el camino, de manual, lo adoptó una familia Tigrense, supo tratar a su dueño por demás de bien, los huesos del asado los comía en el pasto porque sabía que si los comía en el piso de la galería se armaba quilombo, y dormía en su cucha, no en el sillón… Un perro educado, pero educado en serio, por una buena familia de la que recibió amor del bueno, y pasaron los años y no hizo más que hacer feliz a su dueño.
¿Preocupaciones? Que se termine el ProPlan quizá… Pero no mucho más que eso.

Y el Piojo, cada vez más jodido. Y sus hermanos más chicos rogándole que haga algo para que puedan comer y ante semejante necesidad, no la pudo sostener y esta vez la cagó, la cagó en serio porque al boludo lo agarró la perrera Municipal y esta vez no la pudo dibujar. Ocho años adentro. De un saque. Ocho, sin condicional, sin asco, y el Juez David, esta vez, no tuvo piedad.

Lógico. ¿Lógico?

Lógico por el hecho, pero pobre Piojo, la necesidad tiene cara de hereje…

Y me retumba en la cabeza este temita de una historia y la otra. El Piojo y Rudo, ¿por qué uno tan difícil y el otro… la tuvo tan jodidamente jodida? Y no justifico ni a uno ni a otro, solo pienso este temita de nacer donde le toca a cada un nacer, sin elegir ni madre ni padre, ni hermanos, ni pelo, ni raza, ni comida, ni techo, ni un carajo.

Y ni hablemos del termómetro de amor, uno en 42º y el otro que no llegó ni a los 36º.

Y si la tuviste relativamente “fácil” o te marcaron el camino como a Rudo, hacé algo hermano, por los putos perros que la pasan como el carajo.

Y si la tuviste “jodida” o nunca te marcaron la cancha como a el Piojo, ojalá llegue algún Rudo a tu vida para hacerte ver el camino a seguir, ese que ni Daysi ni tu viejo vagabundo, te pudieron mostrar. Y además, lo puedas sacar a Rudo de su burbuja y se den un abrazo fuerte, y derriben los muros, sin prejuicios ni peros, aceptando que son sólo dos perros cuya historia, de ahora en más, tiene mucha relación. 

Que sueñes con los angelitos

messi-gallardofY un día, cuando mi hijo mayor tenga hijos, y su hijo menor no quiera dormir, y me pida que le cuente un cuento, le diré:
«Nieto querido, hubo una vez un equipo de España, llamado Barcelona, que fue a jugar a la capital de Francia, París. En aquel partido de ida, perdió por un escandaloso 4-0. ¿Y eso qué significa, querido nieto? Que en el partido de vuelta debía hacer 4 goles para pasar a los cuartos de final de aquel famoso y prestigioso torneo europeo de aquellos años, llamado Champions League. Aquel partido, fue más de lo que una mente humana puede imaginar. El Barcelona se puso 3-0 y un jugador Uruguayo, del que no recuerdo el nombre ahora, marcó un gol para el equipo parisino.

¿Y eso qué significa, nieto querido? Que el equipo español debía meter 3 goles más para triunfar. No te conté, nieto querido, que el tercer gol del Barcelona lo metió Lionel Messi, ese extraterrestre del fútbol del que tantas veces te he hablado.

Faltando apenas 5 minutos para que finalice el encuentro, el Barcelona hizo, una vez más, lo inimaginable. Con la presencia del astro brasileño, de nombre o apellido Neymar, no lo recuerdo… metió 2 goles, y al faltar segundos para que termine… Si, exacto, lo que tu sonrisa imagina: metió el sexto gol.
Recuerdo, nieto querido, que en aquel momento yo vivía en un modesto departamento en un piso 13, de Tigre. Para que entiendas lo que este equipo generaba, querido nieto, salí al balcón, y con todas mis fuerzas grité:
«Gracias Dios por haberme permitido ser contemporáneo del mejor equipo de la historia del fútbol».

Porque no he podido ver ni la Naranja Mecánica, ni el Brasil del 70, ni el Napoli de Maradona (todos los equipos del que tantos videos por YouTube te he mostrado), pero si he podido ver al Boca de Carlos, Román y Martín y al Barcelona de Messi.
Y una vez más, nieto querido, entendí que la pasión por el fútbol traspasa fronteras, países y continentes.
Entendí que una vez existió un equipo, de un pequeño pueblo español, capaz de hacer del fútbol, un arte.
Qué sueñes con los angelitos».

Y así, apagaré la luz del cuarto y me iré, con la frente en alto por haberle dejado a mi nieto la misma pasión por el fútbol que estoy seguro que me correrá en mis viejas venas.

Lo niego todo, Joaquín Sabina

Lo-Niego-Todo-Savina-gallardofPasan los años y Joaquín, esta vez, parece destruir el estereotipo del que siempre creímos que fue. Se cae a pedazos, se desarma, se desintegra como un jarrón que cae al piso y se hace añicos.

Ya no es más aquella portada de uno de sus mejores discos, no tiene dos alas a los costados, ni esta orgulloso de sus vicios. Se desetiqueta, no sabe pedir perdón y ni tampoco es un libro abierto, sabe muy bien qué le conviene para hacerse daño.

Pasé horas en la vereda de la calle «De los Relatores», en Madrid, soñando que salga por esa puerta grande de su supuesta casa, preguntándome, entre otras cosas, si hubiera algo que lo haga lagrimear y me contestó: «lloro con las más cursis películas de amor». 

Su sensibilidad dijo presente, entrado en años, parece admitir de una vez por todas, que no es «quien tu te imaginas». No hay nada que ocultar, ni siquiera que «lo echaron de los bares, ni que defraudó a todos». 

Entró en una etapa reflexiva, ni el patatus del año 2.000 logró lo que logra el paso del tiempo, desarmarse para empezar de nuevo.

¿Acaso se cansó también de que le cuenten su vida?

En definitiva, ya no es más aquella persona que yo creía que era… Esta vez, si le pregunto, lo niega todo, incluso la verdad.


Video:

[kad_youtube url=»https://www.youtube.com/watch?v=ToSbLQKqkPA» ]


Letra:

Ni ángel con alas negras
ni profeta del vicio
ni héroe en las barricadas
ni ocupa, ni esquirol
ni rey de los suburbios
ni flor del precipicio
ni cantante de orquesta
ni el Dylan español

Ni el abajo firmante
ni vendedor de humo
ni juglar del asfalto
ni rojo de salón
ni escondo la pasión
ni la perfumo
ni he quemado mis naves
ni sé pedir perdón

Lo niego todo
aquellos polvos y estos lodos,
lo niego todo
incluso la verdad

La leyenda del suicida
y la del bala perdida
la del santo beodo
si me cuentas mi vida,
lo niego todo.

El tiburón de Hacienda
confiscador de bienes
me ha cerrado la tienda,
me ha robado el mes de abril.

Si es para hacerme daño
sé lo que me conviene
he defraudado a todos,
empezando por mi.

Ni soy un libro abierto
ni quien tu te imaginas
lloro con las más cursis
películas de amor

Me echaron de los bares
que usaba de oficina
y una venus latina
me dio la extremaunción.

Lo niego todo
aquellos polvos y estos lodos,
lo niego todo
incluso la verdad

La leyenda del suicida
y la del bala perdida
la del santo de oro
si me cuentas mi vida,
lo niego todo.

Lo niego todo
aquellos polvos y estos lodos,
lo niego todo
incluso la verdad

La leyenda del suicida
y la del bala perdida
la del santo de oro
si me cuentas mi vida,
lo niego todo.

Domingo a la tarde

El comedor de mi menteLa gran mayoría de los domingos a la tarde me pregunto quién es esa persona que se atreve a decirnos que no, que nos llena la cabeza de infinitos “no podes”, “no servís”, “no sos capaz”, “no sos bueno para esto que es lo único que sabes hacer”, “no te arriesgues”, “no vale la pena intentarlo”… Estoy seguro que tengo un reloj químico, que los domingos se activa y llama a esa persona a comer a casa, junto con sus mejores amigos, que son los peores invitados que alguien puede tener en su mesa. Hablan, hablan mucho y los escucho nombrarse entre ellos “Angustia”, “Inferioridad”, “Ego”, “Resentimiento” y muchos otros nombres que no tengo el más mínimo interés que coman conmigo, pero no me queda otra…

Con la comida ya lista, nos sentamos todos juntos y empiezo a servir. Ellos hablan, hablan y hablan… Mientras sirvo, los miro a los ojos y pienso cómo puedo hacer para que salgan del comedor de mi mente, lo antes posible, antes de que generen un daño irreversible, antes de que me convenzan con sus pavadas.

Avaricia ya va por el segundo plato, Envidia se queja de que el Ego tiene más carne que ella, el Ego disfruta y saca pecho de tener el mejor plato de la mesa, la Inferioridad dice “yo me merezco el platito chiquito”, el Resentimiento esta enojado porque ve disfrutar a los demás comer y la Angustia ni siquiera tiene hambre.

Miro y observo, la realidad es que hace unos minutos no tenía ganas de comer con semejantes bestias pero, si los miro detalladamente, creo que esta comida puede serme útil. Puedo entender el rol de cada uno, es más, hasta los logro diferenciar y de a poco los voy conociendo cada vez más. El conocimiento es un gran arma para vencer a tu enemigo, dicen por ahí. Entonces, mientras comemos, me propongo conocerlos. Saber cómo funcionan, qué dicen y qué me quieren transmitir.

Pasan los minutos, siguen hablando y terminan de comer. Levanto los platos, ya parecen satisfechos y las ganas de que se vayan de casa vuelven a nacer. Por la ventana de la casa, que tiene vista al jardín y sus montañas, veo algunas personas cruzar. Movimientos extraños, entre rápidos y tímidos, reconozco que me dan un poco de miedo. Me armo de valor, salgo al jardín y grito ¿Quién está ahí? Pero nadie contesta. Vuelvo a gritar y veo por la pared derecha, alguien que se acerca tímidamente. Soy Humildad, no te quería molestar, pero vi gente comiendo y quería saber si… Pasá, pasá que sobró algo. La acompaño hasta la cocina, en el comedor siguen hablando los “invitados” que no invité y parecen bastante cómodos en el lugar que están.

Hay más movimientos en la ventana, más gente en el jardín, me preocupa que se acerque tanta gente, más un domingo a la noche. Hola, soy Esperanza y venimos de recorrer varios kilómetros entre la montaña, supuse que si golpeábamos la puerta alguien nos iba a abrir. Pasá, pasá, que la casa es chica pero el corazón es grande, le digo. Y me sonríe. Atrás, llega Paz, la miro y me tranquilizo, tiene una mirada muy particular. Quería saber si te sobró algo de comer, sino, con una fruta o algo liviano me confor… Pasá, pasá, que hay algunas bananas en la cocina. Atrás, y con una mirada triste, se presenta Empatía. Tranquilo, me dice, que los invitados ya se van a ir, a veces vienen a casa también, y me generan angustia, entiendo por lo que estás pasando. Qué bueno que te pase lo mismo, respondo. Pasá, andá a la cocina que están Humildad, Esperanza y Paz, seguro que con ellos te vas a sentir bien. Antes de que cierre la puerta, y me apure a llevarle el postre a Ira que me está grita no sé por qué, veo a dos personas más. ¡Esperanos! Me gritan. Y llegan, exhaustos, pero llegan. Se presentan. Somos Amor y Verdad, perdón que lleguemos últimos. Amor tiene una cara indescriptible, la miro y me encandila, una mirada fascinante, mientras que Verdad tiene en sus ojos transparencia, la miro a los ojos y puedo ver su interior, como si no tuviera nada que esconder. ¿Qué necesitan?, pregunto. Un pedazo de pan. Pasen, vayan a la cocina, que ahora los atiendo. Egoísmo no puede entender porque sirvo a estar personas, yo tampoco, pero me nace hacerlo. Mientras preparo el postre en la cocina para esa persona que siempre se encarga de decirme que “no puedo”, los domingos a la tarde/noche, y todos sus amigos, me doy cuenta que me siento bien, que en la cocina estoy tranquilo, con Paz, Humildad y todos los que tocaron la puerta hace un ratito…

Me agarra un malestar tremendo, ¿por qué tengo que estar en el comedor de mi casa con estas bestias? Si yo no quiero que estén. ¿Quién carajo las invito? ¿Cómo pude ser tan boludo de dejarlas pasar? No sólo eso, me cuestiono cómo pude atenderlas, escucharlas y regalarles minutos de mi vida como si se los merecieran… Pateo la puerta de la cocina que da al comedor, y pego un grito bien fuerte: SE VAN. Todos se quedan atónitos, no entie… SE VAN. Pero, si vos nos dejaste entr… SE VAN. Y se van… Nunca me habían visto con tanta autoridad. Hace un rato parecía un mísero servidor que los atendía, pero ya no…

Wow. Qué bien se siente. Eché de mi propia casa a gente que nunca invité, pero que estaba instaladísima, hace horas charlando…

Qué lindo esto de ser dueño de mi propia vida… Vengan Humildad, Esperanza, Paz, Empatía, Amor y Verdad, ustedes se merecen la mesa principal.

Coman tranquilos, que pretendo estar toda esta noche con ustedes y, si me acompañan, mañana también.

Tan distintos e iguales

con-el-piojoEl plan dice “Martes 4/10: 3.000 mts de trote + 4 x 100 mts +4 x 400 (pausa 1´30´´) + 4 x 200 mts (pausa 1´) + 10min de trote”. 

En vez de ir a entrenar por Paseo Victorica y las demás calles que bordean los ríos de Tigre, por distintas circunstancias del día, cambio y voy a entrenar con Esparta.

Hace más de un año y medio que voy prácticamente todos los viernes a rezar al pabellón (lo bueno de manejar mis tiempos…) pero nunca estuve en el penal un martes para entrenar. El rugby no es lo mío y nunca lo fue, aunque desde que #SoyEspartano me agrada cada vez más.

¿Y si voy a hacer el plan al pabellón mientras los muchachos entrenan rugby? ¿Y por qué no? Si el Coliseo es relativamente grande como para correr, voy por el costado, pegado al alambrado, no jodo a nadie y estoy un rato con los muchachos… Plan perfecto.

Entro al pabellón y, esta vez, la protagonista no es la Virgen. No está el patio con la mesa afuera y me siento raro. De a poco voy entendiendo cómo se vive un martes acá adentro, algo distinto hay en el aire: si los viernes es amor, los martes se respira libertad. Se escuchan los tapones de aluminio chocar contra el piso (ese sonido debe estar entre los dos o tres más lindos de la vida), el olor a desinflamatorio por todos los rincones, los gritos de aliento, y los repiqueteos en el pasillo. Están todos Los Espartanos a la espera de que el Servicio Penitenciario abra la puerta para encarar los 60 metros que separan al 8 del Coliseo. Cuando entran al pedazo de tierra, lleno de gloria como la arena de los Gladiadores, hacen un pique corto para que la entrada sea con actitud. Acá no hay medias tintas…

Coco comanda, con tres o cuatro más, los primeros movimientos de calentamiento. Hasta hoy, me preguntaba cómo se tomaban el tema del rugby, y lo pude comprobar. Hay dos o tres chicanas, pero el ambiente es totalmente serio. Las flexiones se hacen hasta tocar el pecho contra la tierra, bien abajo, una y otra vez. En cada entrenamiento, un Espartano se juega, entre otras cosas, un cupo para el próximo partido que hay en la calle. Y no es joda: eso significa vivir la libertad durante 3 o 4 horas, hay personas que no salieron en 10 años del Penal, es una oportunidad sagrada y, lo más importante, es demostrarle a sus familiares que decidieron cambiar, que están más vivos que nunca.

Mientras miro atentamente lo que pasa en la mitad de la cancha me pongo en el pecho la banda que viene con el reloj para saber a cuántas pulsaciones voy a correr (la tecnología de hoy…). Empiezo a elongar y se escuchan las primeras gastadas “Gallardo, ¿no jugás cagón?” Y me voy al mazo contestando que vine a entrenar a mi manera y que cada loco con su tema. Programo el Garmin y arranco. Para completar los 3.000 metros de calentamiento doy 17 vueltas a la cancha, por el costado, mientras Esparta entrena. Empiezo a calcular que un kilómetro serían unas 5 vueltas y monedas a la cancha y que correr un maratón sería dar más de 210 vueltas mientras que mi cabeza sigue girando… Y de a poco empiezo a desmotivarme, una sensación rara, fea, de encierro, se me vienen los paredones encima porque entro en razón del lugar que elegí para correr. A lo lejos lo veo al Piojo que no esta entrenando, con un gesto le pregunto qué le pasa, veo que su brazo izquierdo lo tiene contra el pecho: “tengo mal el hombro” me dice. Le pregunto si quiere correr conmigo a lo que afirma sin hablar y siguiéndome los pasos. Me pregunta por el reloj, le digo todo lo que puede hacer y le comento que tenemos que hacer “4 x 100 mts +4 x 400 (pausa 1´30´´) + 4 x 200 mts (pausa 1´) + 10min de trote”. 

En los primeros 100 metros que corremos pongo a prueba su velocidad: rápido. Me impresiona que no podamos correr 100 metros en línea recta, que tengamos que doblar para seguir por el perímetro de la cancha, porque sino chocamos contra el alambre. Quedan tres series más y el Piojo no se cansa, y las charlas empiezan a ser un poco más profundas “Vengo todos los días a correr, el deporte para mi es libertad, imaginate Fede que hace más de 10 años que estoy preso, sino vengo a descargar a la cancha me muero”. Y arrancamos a hacer las series de 400 metros, me voy midiendo creyendo que si lo dejo atrás se va a desmotivar, pero me sigue los pasos como si fuera mi sombra. Acelero y acelera. Me cuenta lo que es para una persona privada de su libertad el deporte, y me empieza a hablar de Esparta, de lo que significa para él pertenecer al 8: lo que es que vaya la “gente de la calle” a visitarlos, compartir un mate, una factura, que gracias a Esparta cambió su forma de pensar, decir, hacer y vivir. Que no ve la hora de salir en libertad para llevarse el mundo por delante “trabajando y haciendo las cosas bien”.

ColiseoLlegan las series de 200 metros, son 4 y me mentalizo en no dejar nada. Correr con el Piojo al lado me esta motivando. Lo lindo de este tipo de entrenamientos es que uno le pone la intensidad que quiera, y hoy no quiero guardarme nada. Fantaseamos en empezar a correr juntos cuando salga a la calle “¿Te imaginas Fede? Los dos corriendo sin parar” a lo que le contesto, un poco emocionado pero sin demostrárselo, lo que sería un abrazo después de terminar un maratón. Y por primera vez en mucho tiempo corro las 4 series de 200mts a fondo, fundiendo motores. Y el Piojo corre al lado mío, no me pierde pisada y me sorprendo “Qué bien que estás físicamente Piojito” a lo que responde con una sonrisa.

Llegan los 10 minutos de trote finales, ya estamos muertos. Pasó más de una hora y media, Esparta sigue entrenando bajo las órdenes de Coco y compañía y el Piojo me habla de su vida, de su familia y me cuenta quién es realmente ese tipo callado que veo en el pabellón los viernes cuando rezamos. Terminamos el plan del día, nos damos un abrazo, me mira a los ojos y me agradece. Acto seguido vamos a un rincón del Coliseo a elongar. Me agradece porque terminó cansado y gracias a eso hoy a la noche cuando se acueste no va a pensar boludeces, solamente va a apoyar la cabeza en la almohada y dormir. Y empiezo a darme cuenta del significado del deporte en la vida de una persona, más allá de su condición. Y empezamos a hablar del significado de la libertad y del tiempo que perdió ahí adentro, la angustia que sentía hace un rato es más grande porque somos los dos camada 88, tenemos la misma edad y vivimos historias tan diferentes…

Le pido que se tire en el pedacito de pasto que hay en la cancha, lo agarro de las zapatillas para elongarlo y veo las suelas rotas, las medias agujereadas y las piernas con cicatrices de batallas que todavía no me contó. Me miro los pies, con las medias Nike cortitas hasta el tobillo porque son “ más cancheras” que las normales, las zapatillas Asics “ideales para correr millones de kilómetros sin cansarme” y las paredes se me vienen encima… Y me cuenta que a los 10 años ya robaba en su colegio, que se crió viendo a sus hermanos como traficaban droga, que su infancia fue rodeada de una mesa con cocaína y de pistolas mientras que la mía fue una mesa con Playmobils, amigos y El Chavo. Y empiezan cuestionamientos internos que siguen hasta este momento en el que escribo:

¿Qué culpa tuvo él de nacer donde nació? ¿Y qué hice yo para nacer donde nací?

Le toca el turno de elongarme, yo en el piso y el parado. Me avergüenza que me agarre de las zapatillas pero, en definitiva, no me queda otra que aceptar que, en eso, somos distintos. También somos distintos en otra cosa, en la forma de encarar la vida, para mi no fue difícil «hacer las cosas relativamente bien» por mi historia, pero para él, no fue nada fácil romper con su historia. Y eso es lo que me parte la cabeza de los Espartanos, las pelotas que le ponen a la vida para cambiar lo que son y construir una nueva vida.

Le estiro la mano para que me levante y me levanta, ese gesto resume lo que fue el día de hoy.

Nos damos un último abrazo y esta vez el que agradece soy yo.

Qué distintos e iguales somos.