Bajé de la moto y, sin sacarme el casco, empecé a mirarla: enfrente tenía a la casa donde nací, donde aprendí a caminar y a saludar, a reír y llorar. ¿Gallardo? Me preguntó el vecino de enfrente. Sí, contesté. Él es “El Correntino”, vecino de aquellas épocas que no abandonó su rancho. “Debés ser el más chico. Te reconocí por el tamaño y los rasgos. Vos me saludabas todas las mañanas desde aquella ventana…” me dijo mientras señalaba el piso de arriba.
Me di vuelta para meterme en el cuento y ahí estabas, en pijama, chiquitito, saludándome a mí, ya grandote y peludo. Me sonreíste, me miraste a los ojos como examinando en qué me había convertido… y con una simple mirada de paz te dije que yo estaba bien, feliz, pleno… como en ningún otro momento de mi vida.
Y te devolví esa mirada examinadora, porque vine hasta acá a saber de vos, a saber y a conocer a ese chiquito indefenso y aparentemente feliz… Y no te quedaste callado, porque así somos. Me dijiste, con otra mirada (esta vez más pausada y tranquila), que estabas creciendo muy bien, que era difícil no sonreír en una casa con tanto amor, que tus hermanos iban de un lado al otro, que estaban llenos de amigos, que tu hermana había perdido el lugar privilegiado de ser la más chica y que igual te quería, que tu viejo laburaba bastante y llegaba a la casa contento y que tu vieja te mimaba con exceso por ser el menor. Me dijiste que en esa familia no predominaba mucho el orden, pero sí el amor; que la unión que se generó en esa casa duró toda la vida, y que los valores que se repartieron fueron tan fuertes que se quedaron grabados en la piel de todos los que vivíamos ahí: honestidad, sacrificio, fe, amistad, humor, alegría y amor, lo más importante, el amor.
Me dijiste, ya emocionado y con lágrimas en los ojos, que te sentís un afortunado, que tenés mucho más de lo que otros tuvieron, que en la casa dormís bien porque no hay goteras, que tenés una buena cuna, que tenés ropa, que te sentís protegido y cuidado, y sobre todo, que te sentís amado…
Me miraste fijo, y así, chiquito e indefenso, con lágrimas en los ojos me hiciste temblar: “Tuvimos mucha suerte… ¿Qué vas a hacer con todo lo que recibimos?”.
Y ahí me quedé, mudo, paralizado, pensando en lo que hice con todo lo que recibí mientras “El Correntino” me invitaba a tomar un mate y me decía: Gallardo, ¿dulce o amargo?
https://gallardof.com/wp-content/uploads/Federico-Gallardo-San-Pedro.jpg720960administratorhttps://gallardof.com/wp-content/uploads/logo_Mesa-de-trabajo-1.pngadministrator2018-01-31 12:12:272021-03-06 17:51:0029 años después
Agarró su moto, su mochila y la matera. No necesitó de nada más. Iba a reencontrarse con aquello que había sido y que nunca había vuelto a ser, con aquello que jamás más pudo ver porque ni su memoria era capaz de recordar. Era un viaje especial. Se lo debía hace más de 28 años. Entendía que en los últimos años de su vida, la vorágine del mundo exterior lo pasó por encima, y su mundo interior, cultivado desde hace años gracias a la oración, la cárcel y un gran terapeuta, le reclamaba este viaje.
En aquel mundo exterior donde triunfa el que más dinero gana, en el que palabra éxito es lo único que vale, él considera que triunfó. Porque siempre hizo lo que se le antojó la gana e impuso a su estilo su forma de vivir; lo hizo de la forma en que se le antojó la gana y con quién se le antojó la gana. Dios y el camino lo pusieron frente a una de las mejores personas de este mundo, su socio, con quién logró formar su propia empresa. Pasaron ya tres años y ya no sobrevive sino que vive de la forma en la que se le antoja la gana, gracias a un gran equipo de trabajo y mucho esfuerzo. Hace y deshace como quiere, cuando no le gustan las cosas se complica por demás, e intenta siempre buscar un camino diferente. Siempre aconsejado por un excelente grupo de personas que fue eligiendo a través del tiempo, los supo poner como compañeros de la vida. Hoy son sus mejores aliados.
Encontró, pescando en el río que divide al mundo exterior del interior, a una mujer especial. Una mujer que lo potencia día a día, que saca lo mejor de él y que con una simple sonrisa es capaz de derretirlo de amor. Un amor equilibrado en el que ninguno de los dos ama por demás, una relación donde lo justo es para ambos y donde se necesitan en la misma medida. Un amor que pensó no poder encontrar, pero ahí está; mejorando su mundo exterior y, sobre todo, alimentando su mundo interior.
En aquel mundo interior donde habita el mundo interior de cada persona, donde está lo más profundo del ser humano, ahí, él vive feliz. Un mundo en donde se vive con el corazón en la mano, donde las lágrimas por una buena canción o una buena película no están mal vistas, sino aplaudidas. Un mundo en donde se come de verdad, se besa apasionadamente hasta que ardan las velas, se charla con los amigos de verdad hasta que se acabe el mate o el vino, en donde el corazón no tiene capas… Está ahí, tan sensible y penetrable, tan tangible que hasta cualquier viento fuerte lo hace arrugarse de dolor… El resultado no son más que cicatrices, llenas de experiencia y vida, llenas de historias por contar. Ese mismo mundo es el que le reclamó hace tiempo que haga este viaje.
Y hoy se animó.
Agarró su moto, su mochila y la matera. No necesitó de nada más.
Fue a conectarse con lo poco que le queda por conectar, fue a agradecerle a la vida todo lo que le tocó vivir porque gracias a eso, es la persona que es.
Y lo más importante, fue a alimentar su espíritu. Fue a perderse para encontrarse.
Se fue a la casa donde nació, allá, 142 kilómetros al norte de la Provincia de Buenos Aires, en un pueblo llamado San Pedro.
Se va hacia allá, donde no se acuerda de nada, para acordarse de todo, para seguir viviendo tan plenamente como lo hace hasta hoy y para poder decirle a ese Fede, chiquito e indefenso que camina por Ricardo Rojas, que todo, absolutamente todo, está bien.
https://gallardof.com/wp-content/uploads/Fede.gallardo.bebe_.jpg861595administratorhttps://gallardof.com/wp-content/uploads/logo_Mesa-de-trabajo-1.pngadministrator2018-01-28 20:17:432021-03-06 17:51:00Hacia Ricardo Rojas 630, San Pedro
Ella, llena de temores pero con el amor que sólo una mujer que se está por convertir en madre puede tener.
Ambos, con la ilusión intacta.
A los pocos días de confirmar la noticia de la llegada del gurí, ella compró un CD con música infantil para empezar a ponerse en clima. Él, de un lado para el otro, en pleno trajín laboral y con la preocupación de tener que mantener a su primer hijo.
Aquel CD sonó por primera vez en el estéreo del auto cuando el gurí llevaba en la panza de ella no más de tres semanas…
Pasaron los meses, ella se subía al auto entre tres y cuatro veces por día. En cada trayecto, sonaba aquel pedazo de plástico en un volumen tranquilo, con melodías suaves y armoniosas, acorde al crecimiento del gurí.
Así fue durante toda la gestación; mismo auto, mismos trayectos, mismo CD, mismas canciones, mismos sueños intactos de tener al primer hijo en brazos.
Y llegó el noveno mes, aquel trayecto del día ya planeado cambió por un nuevo destino: el hospital. Él manejando rápido, ella gritando con los nervios lógicos de una madre primeriza. Instantes que son fugases, recuerdos que no se olvidan jamás.
Hora después, el gurí explotó en llanto cuando llegó por primera vez a este mundo, ni ganas tenía el pobre de salir de aquel lugar tan único como lo es la panza de una madre, acobijado por el amor absoluto de las caricias de ella y adormecido por la música que estaba en aquel CD, llena de melodías suaves y armoniosas.
Pasaron los meses, el pedazo de plástico decía presente en todos los trayectos cotidianos de ella. Él, descubriendo un amor paternal que nunca pensó que podía tenerlo. Una familia que daba sus primeros pasos.
Pasaron los primeros 3 años del gurí, ya caminaba, corría, reía, lloraba, era feliz, mientras que aquel CD lleno de canciones de melodías suaves y armoniosas seguía sonando…
Hasta que un día, sin fecha en el calendario, sin recuerdos que lo afirmen, el auto se vendió… Pero hubo algo peor que aquella partida de un conjunto de chapas con ruedas; fue el abrupto adiós de aquel CD, donde la música tranquilizaba al gurí hasta dormirlo.
Ni él, ni ella, ni el gurí volvieron a saber de la vida de aquel pedazo de plástico redondo, su destino era incierto, nadie se acordó de él.
Pasaron 9 años de aquella partida… en un viaje cualquiera, el auto buscaba un destino: las vacaciones. La ruta, con lomadas, formaba un paisaje único con un perfecto testigo: el sol cayendo. Él, manejaba tranquilo mientras ella miraba por el espejo derecho a su gurisa, de unos pocos años, que lloraba porque tenía sueño. El gurí, sentado en el asiento de atrás, en perfecta simetría con el espejo retrovisor para poder tener una mirada cómplice con su padre en caso de que su madre lo rete.
La gurisa no cesaba el llanto. Ella, agotando las alternativas para conseguir algo de paz, sacó de la guantera un pilón de CD´s viejos.
Sin saberlo y al azar, introdujo un pedazo de plástico redondo y apretó en la tecla “Play”. Empezó a sonar una canción llena de melodías suaves y armoniosas. Él la miró a ella y le dijo: “¿Te acordás de tu primer embarazo? Escuchábamos siempre esto” y ella con una sonrisa afirmó.
Él miró por el espejo retrovisor para hacer una maniobra y se encontró con el gurí lagrimeando, con las rodillas en el pecho y los brazos entrelasados:
¿Qué te pasa?
Nada papá…
¿Por qué llorás?
Lo que pasa es que esta música me hace sentir como un bebito indefenso, cómo si estuviera en la panza de mamá y no puedo parar de llorar…
Aquel pedazo de plástico redondo llevaba en su interior canciones con melodías llenas de melancolía, sentimiento demasiado fuerte para un gurí que lo único que quería era volver a la panza de su madre.
El poder de la música.
PD: Negro, Julie y Bauti, gracias por la historia.
https://gallardof.com/wp-content/uploads/Melancolia-de-un-guri.jpg6401280administratorhttps://gallardof.com/wp-content/uploads/logo_Mesa-de-trabajo-1.pngadministrator2018-01-23 21:01:002021-03-06 17:51:00Melancolía de un gurí
Usted perdió todo tipo de autoridad moral. ¿Insultar a una persona por lo que cobra a fin de mes? ¿Qué tipo de persona hace eso? Cualquier trabajo es digno señor Sampaoli y quizás, entre sus infinitos tatuajes que tiene, debería tatuarse la frase: «EL TRABAJO ES DIGNIDAD». No se da una idea de la cantidad de gente en el país que no tiene trabajo y que daría muchísimo por poder cobrar «$100.- por mes».
Usted es la persona seleccionada para dirigir a la Selección Argentina de Fútbol, la misma que representa a millones de argentinos fanáticos del fútbol. Usted debería dar el ejemplo más que nadie; usted no debería convertirse en un hincha más, gritando y pidiendo desesperadamente que el árbitro pite falta. Usted acaba de demostrar que no es ejemplo ni afuera, ni adentro de la cancha…
Y pensar que usted dirige a la Selección Argentina de Fútbol, la misma que representa a millones de argentinos fanáticos del fútbol.
INFOBAE
Ya no creeré en sus conferencias de prensa repletas de infinitas palabras rebuscadas para demostrar algo que no sé qué es…
Ya no creeré en sus comunicados para justificar lo que dijo porque hay algo que es sumamente preocupante; a usted Señor Sampoli, esa frase le salió de adentro, de lo más profundo de su ser.
Ojalá el policía que hizo su labor pueda cobrar lo que usted cobra. Animarse a plantarse al «DT de la Selección», sin importarle un carajo quién usted sea, habla de una persona con unas pelotas mucho más grandes que la de una persona que detrás de la línea de cal de una cancha de fútbol hace un show siniestro en cada partido.
Esto debería ser un antes y un después. Ojalá los responsables sean responsables y lo alejen del cargo. Entonces así, Señor Sampaoli, ya sin trabajo, quizás empiece a valorar lo que son $100.- por mes. Saludos.
Lo dijo el autor del libro que cuenta la historia de Los Espartanos, el equipo de rugby que se formó en un penal de Buenos Aires. «Cuando conocés sus infancias te das cuenta de que no tenían mucha alternativa», reveló.
«Si nos acercamos a una cárcel vamos a encontrarnos con un muro de hormigón, pero hay otro, mucho más fuerte y pesado que es el ideológico, construido con perjuicios. Las historias de este libro intentan derribarlo», dice la introducción de «No permanecer caído: La historia de Los Espartanos» donde las vidas de 15 hombres buscan la luz de un futuro bueno que los aleje de aquellos días en los que el delito era visto como la única alternativa.
Cada uno de los try que fueron seguidos por fantasmas de polvo de la cancha levantada en el patio de la Unidad Penitenciaria N° 48 de San Martín hoy se sacuden para formar las páginas del texto que cuenta algunas de las historias que los llevó a esas celdas y del cambio en sus vidas desde que se convirtieron en «espartanos». ¿Quiénes son Los Espartanos y qué significa éste libro?
La historia de un libro que cuenta historias
Los Espartanos es un equipo de rugby creado por Eduardo «Coco» Oderigo que logró cambiar la vida de ciento de personas gracias al deporte, la espiritualidad, la educación y el trabajo formal. Todos habían cometido un delito, fueron juzgados y mientras cumplían su condena conocieron a «Coco», quien les dio la posibilidad que no dejaron pasar porque, como dijo Gallardo, «hay personas que están condenadas desde la cuna a tener una vida de maltratos. Sus infancias son relatos crudos, postales del infierno mismo».
Gallardo conoció a los Espartanos en 2015. Se acercó a sus vidas y dejó que esas historias lo colmen. Fue tanta la necesidad de hacerlas escuchar que nació en él la idea de escribirlo para otros las conocieran y hacer de ellas un libro con el cual ayudarlos porque la totalidad de lo recaudado por la venta será para laFundación Espartanos.
«Desde 2015 estoy muy involucrado con la causa de Los Espartanos y establecí mucha confianza con los chicos», dijo Gallardo a Infobae y aseguró que cada entrevista se realizó tomando mate con los jugadores del equipo y que «siempre cerramos con alguna lágrima porque terminamos hablando de sus infancias y siempre había algo que les dolía y que les sigue doliendo. Las quince entrevistas fueron con mucho dolor».
La mayoría de las entrevistas que realizó no fueron en la cárcel sino en libertad. El punto de reunión era alguna casa, al lado de las familias del espartano de turno.
Gallardo contó que actualmente «más de 60 integrantes del equipo está en libertad» y que sus vidas dieron un vuelco gracias al aprendizaje que se les inculcó y que incluye cuatro ejes: deporte, espiritualidad, educación y trabajo.
«Hay un cambio muy grande y tiene que ver con el contexto que ellos se encuentran afuera porque salen convencidos de querer cambiar y no volver hacer lo que hicieron, pero todo tiene que ver con el contexto que encuentren cuando salen», aseguró sobre la realidad que los hace volver a repensar sus pasos afuera del penal donde ya no habrá equipo ni contarán todo el tiempo con las personas que allí los contenían.
La realidad y el afuera se convierte en el desafío a vencer: «Necesitan salir y comenzar a trabajar». Si bien existe el compromiso de algunas empresas son pocas porque «actualmente apenas 30 los ayudan y les dan posibilidades de trabajo, pero hay otros que al salir se encuentran con contexto poco favorable», explicó Gallardo y subrayó especialmente la infancia, a veces inimaginable, que vivieron y que indefectiblemente tanto los marcó.
«Cuando conocés sus infancias te das cuenta de que no tenían mucha alternativa. De verdad no la tenían porque los criaron para que roben y no sólo eso sino para que sean los mejores robando. Muchos nunca trabajaron. A los 12 ó 13 años ya consumían drogas y a esa edad comenzaron los robos más grandes… Muchos dicen que se criaron convencidos de que tenían que ser el mejor ladrón, que esa era la meta con la que los criaban porque ese fue el entorno. A muchos de los que estuvieron presos se les enseñó de chicos que tenían que ser el mejor ladrón y no un buen abogado, por eso ninguno pensaba, en otra cosa que ser el mejor robando«, reveló Gallardo sobre la coincidencia en esa parte de la historia de los hombres que entrevistó y que hoy pelean con ése pasado y apuestan a un futuro para no volver a delinquir.
Siguió: «Cuando empezaron con sus primeros robos fuertes y vieron que podían conseguir 10 ó 15 mil pesos en 15 minutos se les volvió una adicción y dejó de ser una necesidad».
Los días en prisión con un objetivo colaboró mucho para que trocaran de paradigma. «Hoy cambiaron ese concepto y cada vez que pueden explican lo difícil que es ganar en un mes el mismo dinero que ‘ganaban’ en 15 minutos. Les cuesta, pero estar cerca de sus familias y dormir tranquilos es el único precio que están dispuestos a pagar y el que elijen porque en los años de delincuencia solían dormir con una pistola debajo de la almohada«.
Hacer bien, ayudar y no estigmatizar
Desde 2009 hasta el presente pasaron más de 600 espartanos por el programa de reinserción a través del deporte . Actualmente se juega rugby en 34 penales del país y en todos los casos tienen sus propios equipos de rugby y se reza el Rosario en muchos de ellos.
El proyecto crece: en 2016 se formó el equipo de rugby femenino en la Unidad Nº 47 de San Martín y este año se inauguró la primera cancha de rugby de pasto sintético en una Unidad Penitenciaria a nivel mundial, bautizada «Coliseo Bernardo Miguens», en homenaje al jugador de Los Pumas que murió en enero de este año.
Además, «Coco» Oderigo, fundador del programa Los Espartanos, fue reconocido por World Rugby (la asociación de rugby a nivel mundial) como el creador del mejor proyecto social mundial del año.
«Yo también tenía prejuicio con los presos y estaba convencido de que debían morir ahí, pero al entrar a la cárcel, cuando los conocí a ellos y comencé ayudar en la Fundación Espartanos, supe que la cárcel es un infierno», finalizó.
https://gallardof.com/wp-content/uploads/No-permanecer-caído.jpg7651360administratorhttps://gallardof.com/wp-content/uploads/logo_Mesa-de-trabajo-1.pngadministrator2017-12-12 10:20:062021-03-06 17:34:36«A muchos presos se les enseñó de chicos que tenían que ser el mejor ladrón y no un buen abogado»
El marinero ya había dejado todo listo algunas horas antes de zarpar. Era su viaje mensual, su trabajo, su vida. Le tocaban 25 días en el mar y unos 5 en tierra. Casi 1,90 cms de alto, unos 90 kg de panza, pelo corto, barba, algunos tatuajes, un espíritu salvaje y sensible, una combinación rara pero más normal de lo que uno cree.
Ya en el muelle, su mujer, con la que llevaba algunos roces lógicos por el trajín de los desenfrenados últimos meses, le dijo: “Usted y yo tenemos que hablar, pero lo haremos a su vuelta”. Él, ansioso por unanimidad, le dijo: “Imposible que esté tanto tiempo afuera pensando en lo que tiene usted para decirme. Por favor, dígamelo ahora”. “No es conveniente” aseguró ella. El marinero utilizó todo tipo de recursos para sacar de ella algún tipo de información y lo logró, aunque hubiera preferido nunca escucharla… Ella, con lágrimas en sus ojos soltó una desgarradora daga que clavó en el pecho de aquel desprevenido joven: “Es probable que a su vuelta, yo no me encuentre en casa”. “¿Cómo? ¿Es usted consciente de lo que está diciendo?” soltó el marinero con tono poco conciliador. “Consciente. No quiero su distancia para mi vida”. No hubo momentos para revertir semejante situación, el Capitán del barco había tocado ya dos veces la trompeta, a la tercera, el marinero corría el riesgo de quedar juntando migas de pan para comer en la esquina de la panadería. El ambiente en aquel puerto era hostil, ella agarró su sombrero para que no se le volara por semejante vendaval; se fue corriendo y llorando… Y él, entre el orgullo herido y el dolor en el pecho, llevó sus pertenencias al hombro y subió al navío. No hubo tiempo de lágrimas ni de reflexiones, no estaba preparado para semejante cachetazo…
Ya en el barco, días después, silbaba uno de los marineros algunas canciones viejas de un cantautor español de aquella época que le hacían retorcer el corazón al pobre chaval. La dureza y crudeza de aquel ambiente no le permitía mostrar sus sentimientos, sólo derramar algunas lágrimas poniendo como excusa al viento. Se preguntaba como ella había podido llegar a semejante decisión, consciente de que no todo era color de rosas, pero también del amor que le tenía a aquella mujer. “Si yo con usted entendí la palabra juntos por primera vez, cómo puede ser…” le gritaba, enojado, a las olas que le contestaban rugiendo contra el agua. El enojo, el orgullo resentido, el ego desecho y las primeras conclusiones que regalaba el mar.
Pasaron los días, seguían las preguntas y el dolor era cada vez mayor. El Capitán exigía más esfuerzo, el oleaje necesitaba de cada vez más coraje. Las horas, infinitas… el frío aumentaba la angustia y melancolía de aquel pobre muchacho; y semejante panorama convirtió el enojo en reflexión… “No quiero su distancia para mi vida” le había dicho ella. Aquella distancia marcada por el miedo de frustraciones pasadas, de relaciones que no llegaron a buen puerto, no hizo más que alejar a su soñadora mujer. Lo que ella necesitaba era seguridad y fue lo que el menos le pudo dar; fueron dos pájaros llenos de temor, que nunca se animaron a volar de la mano, y apenas lo intentaron, el viento se ocupo de machacarlos… Qué vacío deja la ansiedad de no poder concretar algo que nunca se imaginaron que lo tenían frente a sus ojos…
Pasaron las semanas y el marinero aún empezaba sus días a las 4 de la mañana, desvelado por el llanto y el dolor. Siempre fue el del pecho inflado y la frente en alto. Siempre fue el Don Juan que le dijo a más de muchas mujeres que ellas no eran lo que el quería para su vida… Y ahora, tan vacío y angustiado, tan de rodillas al lado de la cama intentado sacar el monstruo que le azotaba el pulmón y no lo dejaba respirar: “Angustia, deme unos meses de vida, no me mates así, por favor” le rogó. A la deriva, sin timón ni timonel, iba su nueva vida repleta de soledad al haber perdido a su mujer…
Navegando al fondo de su ser, fue a revolver en el cajón de los recuerdos olvidados, buscando qué es lo que quería para su vida y encontró un papel que decía: “Trabajar, con la esperanza de que tal vez sirva para algo; luego el descanso, la naturaleza, los libros, la música, el amor al prójimo… En esto consiste mi idea de felicidad. Y finalmente, por encima de todo, tenerte a ti como compañera y, quizá, tener hijos… ¿Qué más puede desear el corazón de un hombre?”. Y lo entendió todo. Aquella mujer que se atrevió a hacerle caso a su propio corazón y ponerle fin a una relación que no le hacía bien, era todo lo que él quería… Pero el orgullo decía presente y no le permitía volver a buscarla. Rehacer su vida como si nada hubiera pasado, sin sacarle provecho a semejante dolor hubiera sido de mediocre, y él nunca lo fue.
Intentó analizar cada minuto de su propio dolor, hacerse cargo de lo suyo, que no era poco, e intentar revertir la situación. ¿Ella? Arruinada del dolor, caminaba por las calles del pueblo viendo a su marinero en cada una de las caras de los distintos habitantes… Intentaba hacerse fuerte, pero la melancolía la destruía por saber que se había caído como un nido de palomas al piso, aquel sueño que izaba con una bandera que mencionaba la palabra “Juntos”.
Pasaron los días, llegó el marinero al puerto; no estaba su mujer, ni tampoco su perro. No había nadie esperándolo en aquel muelle plagado de falta de esperanza. Abrió la puerta de su casa y no vio ni la sombra de aquella rubia con ojos verdes; todo fue desconsuelo, lágrimas que valían la pena porque no hacían más que demostrarle cuánto la quería y lo poco que se la había jugado… Y así terminó, de la mano de incontables horas de vino y escritura barata, intentando no morir de amor.
Y pasaron los vientos y se atrevió a buscarla por las calles del pueblo, con jazmines en mano, cacao en los bolsillos, y lágrimas en los ojos, para decirle que la necesitaba mucho más de lo que él creía, para decirle que la amaba mucho más de lo que se imaginaba y para rogarle a Dios que no sea demasiado tarde.
Ella también caminaba por el pueblo para encontrarlo, para decirle que no todo era su culpa, que las relaciones eran de a dos y que ella también tenía muchas cosas para mejorar.
El destino, las estrellas, el mar y las calles del pueblo se alinearon: se encontraron.
Las piernas del marinero temblaron ante semejante escena, la miró a los ojos, se armó de valor y le dijo todo lo que su maltrecho corazón tenía para decirle. Ella, lo mismo. Lloraron, pero ni un abrazo se regalaron. Él, media vuelta, una invitación a un concierto y hasta luego. Ella, muchas cosas que pensar. Él, con la tranquilidad de haberle dicho todo. Ella, con las dudas que provocan los miedos.
Y pasaron los días, al marinero le llegó una carta de la joven a puño y letra que decía: “¿Es demasiado tarde para aceptar su invitación?”. Las lágrimas de aquel joven se convirtieron en un llanto desconsolado de felicidad: “Nunca es tarde para usted, señorita” contestó. “Entonces mañana tendremos una cita” y sonrieron.
A la noche siguiente, unas velas, una guitarra, un viejo cantante español, el mar y las estrellas, fueron testigos del amor de dos jóvenes soñadores que nunca se habían animado a entregarse por completo. Aquella noche, fue la primera vez que lo hicieron, se dieron, el uno al otro, el corazón, y una certeza: “De ahora en adelante, sin miedos ni peros, con amor y alegría y con la bandera que izamos desde aquel día en el que el mar nos presentó, esa que en su interior tiene la palabra “Juntos”.
La luna cayó sobre el mar, el viento sopló y la bandera flameó…
https://gallardof.com/wp-content/uploads/900B3C3D-E04E-4E11-932B-E7B66D4364E9.jpeg510725administratorhttps://gallardof.com/wp-content/uploads/logo_Mesa-de-trabajo-1.pngadministrator2017-12-08 23:30:512021-03-06 17:57:00Historia de amor de un marinero
29 años después
/0 Comentarios/en Blog, Reflexiones /por administratorMe di vuelta para meterme en el cuento y ahí estabas, en pijama, chiquitito, saludándome a mí, ya grandote y peludo. Me sonreíste, me miraste a los ojos como examinando en qué me había convertido… y con una simple mirada de paz te dije que yo estaba bien, feliz, pleno… como en ningún otro momento de mi vida.
Y te devolví esa mirada examinadora, porque vine hasta acá a saber de vos, a saber y a conocer a ese chiquito indefenso y aparentemente feliz… Y no te quedaste callado, porque así somos. Me dijiste, con otra mirada (esta vez más pausada y tranquila), que estabas creciendo muy bien, que era difícil no sonreír en una casa con tanto amor, que tus hermanos iban de un lado al otro, que estaban llenos de amigos, que tu hermana había perdido el lugar privilegiado de ser la más chica y que igual te quería, que tu viejo laburaba bastante y llegaba a la casa contento y que tu vieja te mimaba con exceso por ser el menor. Me dijiste que en esa familia no predominaba mucho el orden, pero sí el amor; que la unión que se generó en esa casa duró toda la vida, y que los valores que se repartieron fueron tan fuertes que se quedaron grabados en la piel de todos los que vivíamos ahí: honestidad, sacrificio, fe, amistad, humor, alegría y amor, lo más importante, el amor.
Me dijiste, ya emocionado y con lágrimas en los ojos, que te sentís un afortunado, que tenés mucho más de lo que otros tuvieron, que en la casa dormís bien porque no hay goteras, que tenés una buena cuna, que tenés ropa, que te sentís protegido y cuidado, y sobre todo, que te sentís amado…
Me miraste fijo, y así, chiquito e indefenso, con lágrimas en los ojos me hiciste temblar: “Tuvimos mucha suerte… ¿Qué vas a hacer con todo lo que recibimos?”.
Y ahí me quedé, mudo, paralizado, pensando en lo que hice con todo lo que recibí mientras “El Correntino” me invitaba a tomar un mate y me decía: Gallardo, ¿dulce o amargo?
Hacia Ricardo Rojas 630, San Pedro
/4 Comentarios/en Blog, Reflexiones /por administratorEn aquel mundo exterior donde triunfa el que más dinero gana, en el que palabra éxito es lo único que vale, él considera que triunfó. Porque siempre hizo lo que se le antojó la gana e impuso a su estilo su forma de vivir; lo hizo de la forma en que se le antojó la gana y con quién se le antojó la gana. Dios y el camino lo pusieron frente a una de las mejores personas de este mundo, su socio, con quién logró formar su propia empresa. Pasaron ya tres años y ya no sobrevive sino que vive de la forma en la que se le antoja la gana, gracias a un gran equipo de trabajo y mucho esfuerzo. Hace y deshace como quiere, cuando no le gustan las cosas se complica por demás, e intenta siempre buscar un camino diferente. Siempre aconsejado por un excelente grupo de personas que fue eligiendo a través del tiempo, los supo poner como compañeros de la vida. Hoy son sus mejores aliados.
Encontró, pescando en el río que divide al mundo exterior del interior, a una mujer especial. Una mujer que lo potencia día a día, que saca lo mejor de él y que con una simple sonrisa es capaz de derretirlo de amor. Un amor equilibrado en el que ninguno de los dos ama por demás, una relación donde lo justo es para ambos y donde se necesitan en la misma medida. Un amor que pensó no poder encontrar, pero ahí está; mejorando su mundo exterior y, sobre todo, alimentando su mundo interior.
En aquel mundo interior donde habita el mundo interior de cada persona, donde está lo más profundo del ser humano, ahí, él vive feliz. Un mundo en donde se vive con el corazón en la mano, donde las lágrimas por una buena canción o una buena película no están mal vistas, sino aplaudidas. Un mundo en donde se come de verdad, se besa apasionadamente hasta que ardan las velas, se charla con los amigos de verdad hasta que se acabe el mate o el vino, en donde el corazón no tiene capas… Está ahí, tan sensible y penetrable, tan tangible que hasta cualquier viento fuerte lo hace arrugarse de dolor… El resultado no son más que cicatrices, llenas de experiencia y vida, llenas de historias por contar. Ese mismo mundo es el que le reclamó hace tiempo que haga este viaje.
Y hoy se animó.
Agarró su moto, su mochila y la matera. No necesitó de nada más.
Fue a conectarse con lo poco que le queda por conectar, fue a agradecerle a la vida todo lo que le tocó vivir porque gracias a eso, es la persona que es.
Y lo más importante, fue a alimentar su espíritu. Fue a perderse para encontrarse.
Se fue a la casa donde nació, allá, 142 kilómetros al norte de la Provincia de Buenos Aires, en un pueblo llamado San Pedro.
Se va hacia allá, donde no se acuerda de nada, para acordarse de todo, para seguir viviendo tan plenamente como lo hace hasta hoy y para poder decirle a ese Fede, chiquito e indefenso que camina por Ricardo Rojas, que todo, absolutamente todo, está bien.
Melancolía de un gurí
/1 Comentario/en Blog, Reflexiones /por administratorÉl, padre nervioso y ansioso.
Ella, llena de temores pero con el amor que sólo una mujer que se está por convertir en madre puede tener.
Ambos, con la ilusión intacta.
A los pocos días de confirmar la noticia de la llegada del gurí, ella compró un CD con música infantil para empezar a ponerse en clima. Él, de un lado para el otro, en pleno trajín laboral y con la preocupación de tener que mantener a su primer hijo.
Aquel CD sonó por primera vez en el estéreo del auto cuando el gurí llevaba en la panza de ella no más de tres semanas…
Pasaron los meses, ella se subía al auto entre tres y cuatro veces por día. En cada trayecto, sonaba aquel pedazo de plástico en un volumen tranquilo, con melodías suaves y armoniosas, acorde al crecimiento del gurí.
Así fue durante toda la gestación; mismo auto, mismos trayectos, mismo CD, mismas canciones, mismos sueños intactos de tener al primer hijo en brazos.
Y llegó el noveno mes, aquel trayecto del día ya planeado cambió por un nuevo destino: el hospital. Él manejando rápido, ella gritando con los nervios lógicos de una madre primeriza. Instantes que son fugases, recuerdos que no se olvidan jamás.
Hora después, el gurí explotó en llanto cuando llegó por primera vez a este mundo, ni ganas tenía el pobre de salir de aquel lugar tan único como lo es la panza de una madre, acobijado por el amor absoluto de las caricias de ella y adormecido por la música que estaba en aquel CD, llena de melodías suaves y armoniosas.
Pasaron los meses, el pedazo de plástico decía presente en todos los trayectos cotidianos de ella. Él, descubriendo un amor paternal que nunca pensó que podía tenerlo. Una familia que daba sus primeros pasos.
Pasaron los primeros 3 años del gurí, ya caminaba, corría, reía, lloraba, era feliz, mientras que aquel CD lleno de canciones de melodías suaves y armoniosas seguía sonando…
Hasta que un día, sin fecha en el calendario, sin recuerdos que lo afirmen, el auto se vendió… Pero hubo algo peor que aquella partida de un conjunto de chapas con ruedas; fue el abrupto adiós de aquel CD, donde la música tranquilizaba al gurí hasta dormirlo.
Ni él, ni ella, ni el gurí volvieron a saber de la vida de aquel pedazo de plástico redondo, su destino era incierto, nadie se acordó de él.
Pasaron 9 años de aquella partida… en un viaje cualquiera, el auto buscaba un destino: las vacaciones. La ruta, con lomadas, formaba un paisaje único con un perfecto testigo: el sol cayendo. Él, manejaba tranquilo mientras ella miraba por el espejo derecho a su gurisa, de unos pocos años, que lloraba porque tenía sueño. El gurí, sentado en el asiento de atrás, en perfecta simetría con el espejo retrovisor para poder tener una mirada cómplice con su padre en caso de que su madre lo rete.
La gurisa no cesaba el llanto. Ella, agotando las alternativas para conseguir algo de paz, sacó de la guantera un pilón de CD´s viejos.
Sin saberlo y al azar, introdujo un pedazo de plástico redondo y apretó en la tecla “Play”. Empezó a sonar una canción llena de melodías suaves y armoniosas. Él la miró a ella y le dijo: “¿Te acordás de tu primer embarazo? Escuchábamos siempre esto” y ella con una sonrisa afirmó.
Él miró por el espejo retrovisor para hacer una maniobra y se encontró con el gurí lagrimeando, con las rodillas en el pecho y los brazos entrelasados:
Aquel pedazo de plástico redondo llevaba en su interior canciones con melodías llenas de melancolía, sentimiento demasiado fuerte para un gurí que lo único que quería era volver a la panza de su madre.
El poder de la música.
PD: Negro, Julie y Bauti, gracias por la historia.
Señor Sampaoli
/0 Comentarios/en Blog, Reflexiones /por administrator@FCO.RODZ
Usted perdió todo tipo de autoridad moral.
¿Insultar a una persona por lo que cobra a fin de mes? ¿Qué tipo de persona hace eso? Cualquier trabajo es digno señor Sampaoli y quizás, entre sus infinitos tatuajes que tiene, debería tatuarse la frase: «EL TRABAJO ES DIGNIDAD».
No se da una idea de la cantidad de gente en el país que no tiene trabajo y que daría muchísimo por poder cobrar «$100.- por mes».
Usted es la persona seleccionada para dirigir a la Selección Argentina de Fútbol, la misma que representa a millones de argentinos fanáticos del fútbol. Usted debería dar el ejemplo más que nadie; usted no debería convertirse en un hincha más, gritando y pidiendo desesperadamente que el árbitro pite falta. Usted acaba de demostrar que no es ejemplo ni afuera, ni adentro de la cancha…
Y pensar que usted dirige a la Selección Argentina de Fútbol, la misma que representa a millones de argentinos fanáticos del fútbol.
INFOBAE
Ya no creeré en sus conferencias de prensa repletas de infinitas palabras rebuscadas para demostrar algo que no sé qué es…
Ya no creeré en sus comunicados para justificar lo que dijo porque hay algo que es sumamente preocupante; a usted Señor Sampoli, esa frase le salió de adentro, de lo más profundo de su ser.
Ojalá el policía que hizo su labor pueda cobrar lo que usted cobra. Animarse a plantarse al «DT de la Selección», sin importarle un carajo quién usted sea, habla de una persona con unas pelotas mucho más grandes que la de una persona que detrás de la línea de cal de una cancha de fútbol hace un show siniestro en cada partido.
Esto debería ser un antes y un después. Ojalá los responsables sean responsables y lo alejen del cargo. Entonces así, Señor Sampaoli, ya sin trabajo, quizás empiece a valorar lo que son $100.- por mes.
Saludos.
«A muchos presos se les enseñó de chicos que tenían que ser el mejor ladrón y no un buen abogado»
/0 Comentarios/en Blog, La cárcel /por administrator«Si nos acercamos a una cárcel vamos a encontrarnos con un muro de hormigón, pero hay otro, mucho más fuerte y pesado que es el ideológico, construido con perjuicios. Las historias de este libro intentan derribarlo», dice la introducción de «No permanecer caído: La historia de Los Espartanos» donde las vidas de 15 hombres buscan la luz de un futuro bueno que los aleje de aquellos días en los que el delito era visto como la única alternativa.
Cada uno de los try que fueron seguidos por fantasmas de polvo de la cancha levantada en el patio de la Unidad Penitenciaria N° 48 de San Martín hoy se sacuden para formar las páginas del texto que cuenta algunas de las historias que los llevó a esas celdas y del cambio en sus vidas desde que se convirtieron en «espartanos». ¿Quiénes son Los Espartanos y qué significa éste libro?
La historia de un libro que cuenta historias
Los Espartanos es un equipo de rugby creado por Eduardo «Coco» Oderigo que logró cambiar la vida de ciento de personas gracias al deporte, la espiritualidad, la educación y el trabajo formal. Todos habían cometido un delito, fueron juzgados y mientras cumplían su condena conocieron a «Coco», quien les dio la posibilidad que no dejaron pasar porque, como dijo Gallardo, «hay personas que están condenadas desde la cuna a tener una vida de maltratos. Sus infancias son relatos crudos, postales del infierno mismo».
Gallardo conoció a los Espartanos en 2015. Se acercó a sus vidas y dejó que esas historias lo colmen. Fue tanta la necesidad de hacerlas escuchar que nació en él la idea de escribirlo para otros las conocieran y hacer de ellas un libro con el cual ayudarlos porque la totalidad de lo recaudado por la venta será para la Fundación Espartanos.
«Desde 2015 estoy muy involucrado con la causa de Los Espartanos y establecí mucha confianza con los chicos», dijo Gallardo a Infobae y aseguró que cada entrevista se realizó tomando mate con los jugadores del equipo y que «siempre cerramos con alguna lágrima porque terminamos hablando de sus infancias y siempre había algo que les dolía y que les sigue doliendo. Las quince entrevistas fueron con mucho dolor».
La mayoría de las entrevistas que realizó no fueron en la cárcel sino en libertad. El punto de reunión era alguna casa, al lado de las familias del espartano de turno.
Gallardo contó que actualmente «más de 60 integrantes del equipo está en libertad» y que sus vidas dieron un vuelco gracias al aprendizaje que se les inculcó y que incluye cuatro ejes: deporte, espiritualidad, educación y trabajo.
«Hay un cambio muy grande y tiene que ver con el contexto que ellos se encuentran afuera porque salen convencidos de querer cambiar y no volver hacer lo que hicieron, pero todo tiene que ver con el contexto que encuentren cuando salen», aseguró sobre la realidad que los hace volver a repensar sus pasos afuera del penal donde ya no habrá equipo ni contarán todo el tiempo con las personas que allí los contenían.
La realidad y el afuera se convierte en el desafío a vencer: «Necesitan salir y comenzar a trabajar». Si bien existe el compromiso de algunas empresas son pocas porque «actualmente apenas 30 los ayudan y les dan posibilidades de trabajo, pero hay otros que al salir se encuentran con contexto poco favorable», explicó Gallardo y subrayó especialmente la infancia, a veces inimaginable, que vivieron y que indefectiblemente tanto los marcó.
«Cuando conocés sus infancias te das cuenta de que no tenían mucha alternativa. De verdad no la tenían porque los criaron para que roben y no sólo eso sino para que sean los mejores robando. Muchos nunca trabajaron. A los 12 ó 13 años ya consumían drogas y a esa edad comenzaron los robos más grandes… Muchos dicen que se criaron convencidos de que tenían que ser el mejor ladrón, que esa era la meta con la que los criaban porque ese fue el entorno. A muchos de los que estuvieron presos se les enseñó de chicos que tenían que ser el mejor ladrón y no un buen abogado, por eso ninguno pensaba, en otra cosa que ser el mejor robando«, reveló Gallardo sobre la coincidencia en esa parte de la historia de los hombres que entrevistó y que hoy pelean con ése pasado y apuestan a un futuro para no volver a delinquir.
Siguió: «Cuando empezaron con sus primeros robos fuertes y vieron que podían conseguir 10 ó 15 mil pesos en 15 minutos se les volvió una adicción y dejó de ser una necesidad».
Los días en prisión con un objetivo colaboró mucho para que trocaran de paradigma. «Hoy cambiaron ese concepto y cada vez que pueden explican lo difícil que es ganar en un mes el mismo dinero que ‘ganaban’ en 15 minutos. Les cuesta, pero estar cerca de sus familias y dormir tranquilos es el único precio que están dispuestos a pagar y el que elijen porque en los años de delincuencia solían dormir con una pistola debajo de la almohada«.
Hacer bien, ayudar y no estigmatizar
Desde 2009 hasta el presente pasaron más de 600 espartanos por el programa de reinserción a través del deporte . Actualmente se juega rugby en 34 penales del país y en todos los casos tienen sus propios equipos de rugby y se reza el Rosario en muchos de ellos.
El proyecto crece: en 2016 se formó el equipo de rugby femenino en la Unidad Nº 47 de San Martín y este año se inauguró la primera cancha de rugby de pasto sintético en una Unidad Penitenciaria a nivel mundial, bautizada «Coliseo Bernardo Miguens», en homenaje al jugador de Los Pumas que murió en enero de este año.
Además, «Coco» Oderigo, fundador del programa Los Espartanos, fue reconocido por World Rugby (la asociación de rugby a nivel mundial) como el creador del mejor proyecto social mundial del año.
«Yo también tenía prejuicio con los presos y estaba convencido de que debían morir ahí, pero al entrar a la cárcel, cuando los conocí a ellos y comencé ayudar en la Fundación Espartanos, supe que la cárcel es un infierno», finalizó.
Fuente: Infoae.
Historia de amor de un marinero
/5 Comentarios/en Blog, Cuentos /por administratorYa en el muelle, su mujer, con la que llevaba algunos roces lógicos por el trajín de los desenfrenados últimos meses, le dijo: “Usted y yo tenemos que hablar, pero lo haremos a su vuelta”. Él, ansioso por unanimidad, le dijo: “Imposible que esté tanto tiempo afuera pensando en lo que tiene usted para decirme. Por favor, dígamelo ahora”. “No es conveniente” aseguró ella. El marinero utilizó todo tipo de recursos para sacar de ella algún tipo de información y lo logró, aunque hubiera preferido nunca escucharla… Ella, con lágrimas en sus ojos soltó una desgarradora daga que clavó en el pecho de aquel desprevenido joven: “Es probable que a su vuelta, yo no me encuentre en casa”. “¿Cómo? ¿Es usted consciente de lo que está diciendo?” soltó el marinero con tono poco conciliador. “Consciente. No quiero su distancia para mi vida”. No hubo momentos para revertir semejante situación, el Capitán del barco había tocado ya dos veces la trompeta, a la tercera, el marinero corría el riesgo de quedar juntando migas de pan para comer en la esquina de la panadería. El ambiente en aquel puerto era hostil, ella agarró su sombrero para que no se le volara por semejante vendaval; se fue corriendo y llorando… Y él, entre el orgullo herido y el dolor en el pecho, llevó sus pertenencias al hombro y subió al navío. No hubo tiempo de lágrimas ni de reflexiones, no estaba preparado para semejante cachetazo…
Ya en el barco, días después, silbaba uno de los marineros algunas canciones viejas de un cantautor español de aquella época que le hacían retorcer el corazón al pobre chaval. La dureza y crudeza de aquel ambiente no le permitía mostrar sus sentimientos, sólo derramar algunas lágrimas poniendo como excusa al viento. Se preguntaba como ella había podido llegar a semejante decisión, consciente de que no todo era color de rosas, pero también del amor que le tenía a aquella mujer. “Si yo con usted entendí la palabra juntos por primera vez, cómo puede ser…” le gritaba, enojado, a las olas que le contestaban rugiendo contra el agua. El enojo, el orgullo resentido, el ego desecho y las primeras conclusiones que regalaba el mar.
Pasaron los días, seguían las preguntas y el dolor era cada vez mayor. El Capitán exigía más esfuerzo, el oleaje necesitaba de cada vez más coraje. Las horas, infinitas… el frío aumentaba la angustia y melancolía de aquel pobre muchacho; y semejante panorama convirtió el enojo en reflexión… “No quiero su distancia para mi vida” le había dicho ella. Aquella distancia marcada por el miedo de frustraciones pasadas, de relaciones que no llegaron a buen puerto, no hizo más que alejar a su soñadora mujer. Lo que ella necesitaba era seguridad y fue lo que el menos le pudo dar; fueron dos pájaros llenos de temor, que nunca se animaron a volar de la mano, y apenas lo intentaron, el viento se ocupo de machacarlos… Qué vacío deja la ansiedad de no poder concretar algo que nunca se imaginaron que lo tenían frente a sus ojos…
Pasaron las semanas y el marinero aún empezaba sus días a las 4 de la mañana, desvelado por el llanto y el dolor. Siempre fue el del pecho inflado y la frente en alto. Siempre fue el Don Juan que le dijo a más de muchas mujeres que ellas no eran lo que el quería para su vida… Y ahora, tan vacío y angustiado, tan de rodillas al lado de la cama intentado sacar el monstruo que le azotaba el pulmón y no lo dejaba respirar: “Angustia, deme unos meses de vida, no me mates así, por favor” le rogó. A la deriva, sin timón ni timonel, iba su nueva vida repleta de soledad al haber perdido a su mujer…
Navegando al fondo de su ser, fue a revolver en el cajón de los recuerdos olvidados, buscando qué es lo que quería para su vida y encontró un papel que decía: “Trabajar, con la esperanza de que tal vez sirva para algo; luego el descanso, la naturaleza, los libros, la música, el amor al prójimo… En esto consiste mi idea de felicidad. Y finalmente, por encima de todo, tenerte a ti como compañera y, quizá, tener hijos… ¿Qué más puede desear el corazón de un hombre?”. Y lo entendió todo. Aquella mujer que se atrevió a hacerle caso a su propio corazón y ponerle fin a una relación que no le hacía bien, era todo lo que él quería… Pero el orgullo decía presente y no le permitía volver a buscarla. Rehacer su vida como si nada hubiera pasado, sin sacarle provecho a semejante dolor hubiera sido de mediocre, y él nunca lo fue.
Intentó analizar cada minuto de su propio dolor, hacerse cargo de lo suyo, que no era poco, e intentar revertir la situación. ¿Ella? Arruinada del dolor, caminaba por las calles del pueblo viendo a su marinero en cada una de las caras de los distintos habitantes… Intentaba hacerse fuerte, pero la melancolía la destruía por saber que se había caído como un nido de palomas al piso, aquel sueño que izaba con una bandera que mencionaba la palabra “Juntos”.
Pasaron los días, llegó el marinero al puerto; no estaba su mujer, ni tampoco su perro. No había nadie esperándolo en aquel muelle plagado de falta de esperanza. Abrió la puerta de su casa y no vio ni la sombra de aquella rubia con ojos verdes; todo fue desconsuelo, lágrimas que valían la pena porque no hacían más que demostrarle cuánto la quería y lo poco que se la había jugado… Y así terminó, de la mano de incontables horas de vino y escritura barata, intentando no morir de amor.
Y pasaron los vientos y se atrevió a buscarla por las calles del pueblo, con jazmines en mano, cacao en los bolsillos, y lágrimas en los ojos, para decirle que la necesitaba mucho más de lo que él creía, para decirle que la amaba mucho más de lo que se imaginaba y para rogarle a Dios que no sea demasiado tarde.
Ella también caminaba por el pueblo para encontrarlo, para decirle que no todo era su culpa, que las relaciones eran de a dos y que ella también tenía muchas cosas para mejorar.
El destino, las estrellas, el mar y las calles del pueblo se alinearon: se encontraron.
Las piernas del marinero temblaron ante semejante escena, la miró a los ojos, se armó de valor y le dijo todo lo que su maltrecho corazón tenía para decirle. Ella, lo mismo. Lloraron, pero ni un abrazo se regalaron. Él, media vuelta, una invitación a un concierto y hasta luego. Ella, muchas cosas que pensar. Él, con la tranquilidad de haberle dicho todo. Ella, con las dudas que provocan los miedos.
Y pasaron los días, al marinero le llegó una carta de la joven a puño y letra que decía: “¿Es demasiado tarde para aceptar su invitación?”. Las lágrimas de aquel joven se convirtieron en un llanto desconsolado de felicidad: “Nunca es tarde para usted, señorita” contestó. “Entonces mañana tendremos una cita” y sonrieron.
A la noche siguiente, unas velas, una guitarra, un viejo cantante español, el mar y las estrellas, fueron testigos del amor de dos jóvenes soñadores que nunca se habían animado a entregarse por completo. Aquella noche, fue la primera vez que lo hicieron, se dieron, el uno al otro, el corazón, y una certeza: “De ahora en adelante, sin miedos ni peros, con amor y alegría y con la bandera que izamos desde aquel día en el que el mar nos presentó, esa que en su interior tiene la palabra “Juntos”.
La luna cayó sobre el mar, el viento sopló y la bandera flameó…