Te vi venir. Estabas lejos. Me apoyé en la baranda para tenerte enfrente. Venías despacio. No te importaba la velocidad del mundo. Quería verte. Me intrigaba tu cara, tu ropa, tus manos, tu historia.
Te esperé en un trance entre egoísmo y empatía. Lo primero, para usarte como objeto de creatividad en el momento en el que quiera escribir alguna historia. Lo segundo, para decirte con la mirada, que quería remar un poquito por vos, palmearte el hombro y murmurarte que ahora me tocaba a mí.
Tu bote no era para remar, lo sé porque la carcasa tenía un agujero en la popa para apoyar un motor. Y quizás, para vos, ese sea el lugar por donde se esfumaban tus sueños.
Pero no lo sé. Perdón.
Remaste enfrente mío. Estabas sentado sobre una viga de madera. Tenía unos 30 centímetros de ancho y el largo de tu bote. Calculo que con un buen asiento todo se te haría un poco más fácil, pero no lo sé, es sólo una conclusión de un hombre rodeado de comodidades.
Perdón.
Trasladabas bidones de agua potable, o al menos se la veía más clara que la del río. Me pregunté si tendrías familia, si vivirías solo o si tu mujer sería una buena compañera. Si trabajarías en un astillero o con tus manos y los mimbres de la isla. Quizás dirigías una escuela rural para chicos carenciados o tal vez eras maestro mayor de obra y buscabas agua para los muchachos.
Pero no lo sé.
Entre palada y palada me miraste a los ojos. Lo hiciste algo cansado. Nos separaban unos 10 metros y a mí, se me detuvo el tiempo. Cerré la boca, puse los labios para abajo, cerré los ojos y asentí con la cabeza. Todo al mismo tiempo. Todavía no sé si fue una señal de respeto o un gesto lapidario, como si estuvieras llevando el cuerpo de tu mujer al cementerio.
Sentí tristeza y por eso el gesto.
Perdón.
No pude hacer otra cosa. Quizás solo estabas algo cansado y no supe animarte. No supe sonreírte ni alentarte. Tampoco decirte que faltaba menos o que tu técnica de remo era digna de un campeón olímpico.
No pude, perdón…
Solo pude cerrar la boca, bajar los labios, cerrar los ojos y abrazarte con el alma.
¿Lo sentiste?
https://gallardof.com/wp-content/uploads/delta-de-tigre-remero.jpg18001440Fede Gallardohttps://gallardof.com/wp-content/uploads/logo_Mesa-de-trabajo-1.pngFede Gallardo2022-03-11 23:11:332022-03-11 23:11:33Un abrazo con el alma
A todos nosotros, hombres, que alguna vez nos la jugamos por amor:
Feliz día.
Porque alguna vez, hace muchos años, llamamos a la reina de la primaria a la casa y rogamos para que no atienda su viejo.
Ja, qué épocas: ¿Hola con lo de tal, está fulana?
Porque aprendimos las letras de Sin Bandera, Arjona o Enrique Iglesias para conquistarla.
Porque sabemos lo que es caminar con un ramo de flores por la calle, con cara de póker, como si la vieja las hubiera pedido para el florero del living de casa.
Porque nos pusimos una camisa después de bañarnos, nos tiramos perfume, nos miramos al espejo, guiñamos un ojo y dijimos: “Hoy la rompo”.
Porque lavamos la nave para pasarla a buscar por primera vez y que sienta que todo está en orden.
Porque pusimos “Esta noche contigo” del Maestro Joaquín antes de que se subiera al auto para sentirnos un poquito más seguros… (y si no quieres ni decir en qué he fallado, ahre).
Porque todavía hay canciones que nos hacen acordar a ella.
Porque nos ponemos algo para hacer un programa y lo validamos antes de salir: ¿Estoy bien así?
Porque más de una vez nos endeudamos para hacerle tremendo regalo o llevarla a comer al típico lugar donde el momento de ver la cuenta se llama: “Uh, qué rompimo”.
Porque nos quedamos más de dos horas colgados al teléfono con cara de bobos y moviendo los piecitos escuchándola.
Porque escribimos cartas de amor y tuvimos los huevos de entregárselas.
Porque lloramos de rodillas frente a la cama durante semanas porque escuchamos de su boca un “necesito estar sola”.
Porque miramos durante meses enteros el teléfono para ver si llegaba un mensaje de ella.
Porque, quizás, la tenemos enfrente de nuestros ojos y, mientras nos mira, podemos decir “Qué oj*te tuve, cómo me dio bola”.
Porque la que fue alguna vez un proyecto lleno de ilusiones y nos jugamos la vida para enamorarla, es hoy la madre de nuestros hijos.
Porque muchos de nosotros disfrutamos de estar enamorados y, aunque tenga mala prensa, también sufrimos y lloramos.
Porque la vida es linda, pero más linda si la vivimos enamorados (de otro, de vos, de un perro, o de un gato), en fin…
Feliz día a todos los que nos la jugamos por amor
https://gallardof.com/wp-content/uploads/fede-gallardo-gallardof-1.jpg18001440Fede Gallardohttps://gallardof.com/wp-content/uploads/logo_Mesa-de-trabajo-1.pngFede Gallardo2022-03-11 23:05:242022-03-11 23:06:47A todos nosotros
Salí de casa temprano. Llegué a la esquina, dejé pasar a una señora con una mueca de respeto después de que me agradeciera, y abrí la puerta. El olor a café recién hecho, el sol tempranero de otoño y la calidez de la mesa donde siempre me siento me hacen creer en los pequeños milagros del día. Betina me conoce desde hace años y, en cierto modo de agasajo, me hace ahorrar algunos pasos en la burocracia de pedir el desayuno. Ya ni me pregunta lo que quiero, ni tampoco me hace ir a la caja antes de consumir el café, para algunos pueden ser pequeñeces, pero para mí, pequeños gestos que le cambian a uno el día.
Todas mis mañanas empiezan de la misma manera, me siento y espero el café con leche y las dos medialunas; una de grasa y otra de manteca. En ese momento en el que espero a Betina, me instalo y apoyo la mochila en la silla que no voy a ocupar. Antes de sentarme tomo una de las grandes decisiones del día; o agarro la computadora y activo mi vida profesional, o saco mi cuaderno con tapa de cuero y mi birome Uni-ball y activo mi día espiritual.
Hace tiempo que elijo la segunda.
Durante la semana y en mis ratos libres, por fuera de mi agenda laboral, dicto un taller de escritura para los que tienen ganas de conectar con ellos mismos. Nunca entendí el por qué animarme a darlo, no estudié letras, ni tengo miles de horas de lectura como para decir que llevo conmigo un vocabulario exquisito, tampoco tengo una redacción muy fluida e incluso puedo estar horas editando un mismo párrafo. Pero hay algo, quizás sea el no tenerle miedo a nada o la confianza en mí, en mis años de trabajo interior y en mi facilidad para expresarme, lo que me hizo y hace dar, hace más de tres años, este taller.
Mientras abro el cuaderno, Betina se acerca y me deja el desayuno en un rincón de la mesa. Sonríe y me pregunta sin necesidad de oír la respuesta: “¿Va a escribir otra historia de amor o va hablar de sus pacientes, Doctor?”. Sólo me da tiempo a sonreírle antes de que sé de vuelta y atienda la mesa de al lado. Vuelvo a mi cuaderno y empiezo a relatar, con muchísima fluidez, la cantidad de coincidencias que se dieron anoche en el último encuentro de escritura del año. Lo recuerdo y me emociono, porque fue como si una cierta cantidad de almas desconocidas en esta vida, pero totalmente vinculadas en otras, hubieran necesitado encontrarse una vez más. Como si hubieran planeado ese encuentro hace cientos de años y yo, sin saberlo, me convertiría en un simple psicólogo con anhelos de escritor, orquestando esa mesa y haciendo malabares para sostener ese océano de vulnerabilidad.
Debo confesar que siempre salgo bien parado, como si recibiera, en el momento justo de dar una devolución, la palabra precisa para acariciar una herida en forma de letra. No es mérito propio, ni nunca voy a jactarme de eso, siempre me repito que soy un facilitador que pone el tiempo y el espacio para que ciertas cosas sucedan. Pero lo de anoche fue más de lo imaginado.
Me encontré con almas repletas de sabiduría, con mucho bagaje de experiencias, con una enorme variedad de edades y de bellezas, sedientas de sanar ciertas heridas (algunas compartidas), que se sentaron en mi living y, sin decirlo, me dijeron: “Gracias a una hoja en blanco y su consigna, pude escribir y sanar, Doctor, mi dolor más profundo. Salgo de acá, mejor de lo que entré”.
Levanto la mirada, intento agarrar el café pero veo como tiembla una de mis manos. Es mucho para un simple taller de escritura, pensé. Me inunda la emoción de saber que pude ser testigo de como se curan algunas almas…
Respiro profundo y veo que se acerca Betina, trae consigo un colchón de servilletas para las lágrimas, me apoya su mano en mi hombro izquierdo y me susurra: “La escritura, Roberto, la escritura sana”.
#PasarseEsComoNoLlegar
https://gallardof.com/wp-content/uploads/1_YrEpaazU6X623BNOQFugAA.jpeg4661400Fede Gallardohttps://gallardof.com/wp-content/uploads/logo_Mesa-de-trabajo-1.pngFede Gallardo2022-02-13 21:21:212022-02-14 14:59:14El Doctor
Primer podcast del 2022. Nos volvemos a encontrar.
Grabamos físicamente en el mismo lugar, ya no nos separan las pantallas. Segunda quincena de enero, 30º de calor y tomando mate. Todo el contexto de verano para sentarnos a charlar sobre las preguntas que nuestros oyentes dejaron hace unas semanas:
¿Qué es la espiritualidad? ¿Qué es la fé? ¿Qué es el alma? y ¿Quién es Dios?
Un podcast dinámico y divertido, donde abordaremos estos profundos temas desde nuestra óptica y con alegría.
Usted debe retractarse, enojado y con un dedo acusador, le dijo. Y continuó… Están prohibidas todas esas actitudes que parecería tener incorporadas, ¿no se da cuenta que desafía a los demás? Usted no puede caminar así de libre, sintiéndose tan plena, ¿cómo se le ocurre? Y encima cuando habla… ¡escupe lo que piensa! Qué bajeza, Dios mío, eso sí que es de otra clase.
Sinceramente, no sé a dónde iremos a parar, lo único que tengo claro es que usted debe estar donde tiene que estar, ahí, cuidadita y cuánto más encerrada y calladita, mejor. ¿Por qué sabe lo que pasa si la dejo libre? Usted sale al mundo, ahí, a pregonar su estilo de vida, su libertad, su “serse fiel a uno mismo” y esas ganzadas que dice, pero ¿sabe qué? No se lo voy a permitir, porque usted baja la vara. Sí, como me escucha, usted busca llevar a la gente a la mediocridad. Nosotros trabajando día a día, esforzándonos por vivir en la excelencia y usted… anda por ahí disfrutando. Mire, ¿sabe qué? Mejor no se retracte nada, pero eso sí, dése vuelta, entre en su habitación y no se le ocurra salir. ¿Me escuchó?
Ella bajó la cabeza, miró el piso y, arrastrando los pies, abrió la puerta del “deber ser” y se encerró, para siempre, junto a cientos de miles de almas libres más.
PD: dedicado a todas las almas libres que se suicidan junto a sus sueños. Hey, vos, alma libre, no mueras, despertá.
https://gallardof.com/wp-content/uploads/fede-gallardo-gallardof-pasarse-es-como-no-llegar.jpeg640480Fede Gallardohttps://gallardof.com/wp-content/uploads/logo_Mesa-de-trabajo-1.pngFede Gallardo2022-01-11 09:55:382022-01-11 09:55:38Un alma libre
Aparece, de la nada y por un instante, un recuerdo borroso. Un campo, una laguna, un muelle, quizás dos reposeras, un mate, una caña de pescar, una boyita naranja, un par de lombrices, un niño, un hombre y una mujer. La boyita se hunde, el niño levanta la caña y ríe, la mojarra se sacude en el aire y el padre festeja. La madre levanta la mirada de su libro y sonríe. El cielo se cubre de naranja, el recuerdo se esfuma… y sigo pescando.
Pesco con aquel niño encima de mis hombros. Pesco con su frescura y su incansable capacidad de asombro. Pesco con su sonrisa e inocencia. Pesco con su perseverancia y humildad. Pesco con su alegría y transparencia.
Pesco porque no existe el tiempo. Pesco porque no siento el miedo. Pesco porque no hay tristeza ni ansiedad.
Pesco porque disfruto el presente. Pesco porque mis partes rotas se vuelven a unir. Pesco porque cuerpo, mente y alma sienten paz.
Pesco porque miro al cielo y agradezco. Pesco porque miro el agua y medito. Pesco porque miro las montañas y rezo.
Y pesco, por sobre todo, para que no se borre aquel grato recuerdo del niño que fui.
Un abrazo con el alma
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/0 Comentarios/en Blog, Reflexiones /por Fede GallardoEl Doctor
/0 Comentarios/en Blog, Cuentos /por Fede GallardoTodas mis mañanas empiezan de la misma manera, me siento y espero el café con leche y las dos medialunas; una de grasa y otra de manteca. En ese momento en el que espero a Betina, me instalo y apoyo la mochila en la silla que no voy a ocupar. Antes de sentarme tomo una de las grandes decisiones del día; o agarro la computadora y activo mi vida profesional, o saco mi cuaderno con tapa de cuero y mi birome Uni-ball y activo mi día espiritual.
Hace tiempo que elijo la segunda.
Durante la semana y en mis ratos libres, por fuera de mi agenda laboral, dicto un taller de escritura para los que tienen ganas de conectar con ellos mismos. Nunca entendí el por qué animarme a darlo, no estudié letras, ni tengo miles de horas de lectura como para decir que llevo conmigo un vocabulario exquisito, tampoco tengo una redacción muy fluida e incluso puedo estar horas editando un mismo párrafo. Pero hay algo, quizás sea el no tenerle miedo a nada o la confianza en mí, en mis años de trabajo interior y en mi facilidad para expresarme, lo que me hizo y hace dar, hace más de tres años, este taller.
Mientras abro el cuaderno, Betina se acerca y me deja el desayuno en un rincón de la mesa. Sonríe y me pregunta sin necesidad de oír la respuesta: “¿Va a escribir otra historia de amor o va hablar de sus pacientes, Doctor?”. Sólo me da tiempo a sonreírle antes de que sé de vuelta y atienda la mesa de al lado. Vuelvo a mi cuaderno y empiezo a relatar, con muchísima fluidez, la cantidad de coincidencias que se dieron anoche en el último encuentro de escritura del año. Lo recuerdo y me emociono, porque fue como si una cierta cantidad de almas desconocidas en esta vida, pero totalmente vinculadas en otras, hubieran necesitado encontrarse una vez más. Como si hubieran planeado ese encuentro hace cientos de años y yo, sin saberlo, me convertiría en un simple psicólogo con anhelos de escritor, orquestando esa mesa y haciendo malabares para sostener ese océano de vulnerabilidad.
Debo confesar que siempre salgo bien parado, como si recibiera, en el momento justo de dar una devolución, la palabra precisa para acariciar una herida en forma de letra. No es mérito propio, ni nunca voy a jactarme de eso, siempre me repito que soy un facilitador que pone el tiempo y el espacio para que ciertas cosas sucedan. Pero lo de anoche fue más de lo imaginado.
Me encontré con almas repletas de sabiduría, con mucho bagaje de experiencias, con una enorme variedad de edades y de bellezas, sedientas de sanar ciertas heridas (algunas compartidas), que se sentaron en mi living y, sin decirlo, me dijeron: “Gracias a una hoja en blanco y su consigna, pude escribir y sanar, Doctor, mi dolor más profundo. Salgo de acá, mejor de lo que entré”.
Levanto la mirada, intento agarrar el café pero veo como tiembla una de mis manos. Es mucho para un simple taller de escritura, pensé. Me inunda la emoción de saber que pude ser testigo de como se curan algunas almas…
Respiro profundo y veo que se acerca Betina, trae consigo un colchón de servilletas para las lágrimas, me apoya su mano en mi hombro izquierdo y me susurra: “La escritura, Roberto, la escritura sana”.
#PasarseEsComoNoLlegar
La espiritualidad
/0 Comentarios/en Podcast /por Fede GallardoPrimer podcast del 2022. Nos volvemos a encontrar.
Grabamos físicamente en el mismo lugar, ya no nos separan las pantallas. Segunda quincena de enero, 30º de calor y tomando mate. Todo el contexto de verano para sentarnos a charlar sobre las preguntas que nuestros oyentes dejaron hace unas semanas:
¿Qué es la espiritualidad? ¿Qué es la fé? ¿Qué es el alma? y ¿Quién es Dios?
Un podcast dinámico y divertido, donde abordaremos estos profundos temas desde nuestra óptica y con alegría.
Un alma libre
/0 Comentarios/en Blog, Reflexiones /por Fede GallardoPD: dedicado a todas las almas libres que se suicidan junto a sus sueños. Hey, vos, alma libre, no mueras, despertá.
¿Por qué pesco?
/0 Comentarios/en Blog, Reflexiones /por Fede GallardoPesco con aquel niño encima de mis hombros.
Pesco con su frescura y su incansable capacidad de asombro.
Pesco con su sonrisa e inocencia.
Pesco con su perseverancia y humildad.
Pesco con su alegría y transparencia.
Pesco porque no existe el tiempo.
Pesco porque no siento el miedo.
Pesco porque no hay tristeza ni ansiedad.
Pesco porque disfruto el presente.
Pesco porque mis partes rotas se vuelven a unir.
Pesco porque cuerpo, mente y alma sienten paz.
Pesco porque miro al cielo y agradezco.
Pesco porque miro el agua y medito.
Pesco porque miro las montañas y rezo.
Y pesco, por sobre todo, para que no se borre aquel grato recuerdo del niño que fui.
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Gracias por tremenda semana de pesca @jglanuza y @juampi.pizarro 🙌🏻
#FlyFishing #SanMartínDeLosAndes