Los lunes y los jueves 👴🏻

Tenía 80 años. Se sentaba dos veces por semana en el escritorio de su cabaña con vista al lago y las montañas nevadas de la Patagonia. Lo hacía desde que el sol caía hasta el oscurecer, todos los lunes y los jueves. En su agenda decía “Escritura y creatividad”. Buscaba seguir inspirando a sus lectores a través de la escritura. Sobre el viejo escritorio de madera, con patas de hierro trabajadas por el herrero del pueblo, tenía su altar; un retrato con la mujer de su vida, una pequeña imagen de yeso blanco de la Virgen María, una vela aromática encendida a su lado, un calendario de papel con los días tachados, una caña de bambú en un recipiente de vidrio alargado, el mismo termo verde con el que hace 49 años cebaba en su mate y un cuaderno abierto de par en par. Su cuaderno tenía nombre, se llamaba “Compinche”, estaba forrado con una tela verde y todavía le quedaban algunas hojas rayadas con renglones vacíos. Renglones que anhelaban ser estropeados por la tinta de la lapicera que descansaba en su mano derecha. Lapicera que recibió para su trigésimo primer aniversario de vida, regalo que le hicieron sus padres, años antes de partir.

Acompañaban sus tardes los agradables sonidos de un piano y la presencia de su anciana perra salchicha acurrucada sobre un costado del sillón de la habitación. Allí comenzaba y terminaba su proceso de escritura, también respondía los mails de lectores sumamente agradecidos por sus obras, de alumnos de viejos talleres y de amigos de incontables viajes que había hecho por el mundo.

Diez minutos antes de terminar y recibir el llamado de su señora mujer para comer, el cerraba su cuaderno, miraba la imagen de la Virgen y sentía, con ojos húmedos, la grata certeza de saber que había cumplido su misión en esta tierra.

Y así transcurrieron sus últimos años de vida, en paz.

#PasarseEsComoNoLlegar #ConBuenaLetra