Visitando a «Los Espartanos»
El despertador suena a las ocho, tarde para un día laboral, temprano para un feriado. Cansado por el trajín de la semana, me levanto a las puteadas, pero sabiendo que lo que me espera en unas horas puede estar bueno. Llegué hace unos días al país después de estar viviendo un tiempo en Madrid, comparto techo con mis viejos, que gentilmente me recibieron hasta que me organizara un poco.
Me cruzo un “buen día” con el viejo que prende la cafetera para hacer café, pero el agua sale demasiado transparente: “Viejo, la próxima tratá de ponerle café a la cafetera”. Asumiendo su error, sonríe. Me baño, me cambio, tomo el café y salimos rumbo al anexo del SIC, donde hacemos base con otros siete autos. Unos flacos que hace tiempo intentan hacer algo distinto todos los viernes a la mañana charlan en ronda como si fueran adolescentes. Cuando llegamos, nos sonríen y nos reciben con un cálido abrazo.
Al parecer, después de unos diez minutos, noto que ya estamos todos, hacemos la división de autos para optimizar recursos y partimos. El destino es la Unidad Nº 48 de San Martín.
Mientras nos acercamos al penal, me empieza a agarrar la sensación de lo desconocido, que solo me agarra cuando hago cosas por primera vez. No es fácil describirla, pero no está lejos de palabras como miedo y ansiedad.
Llegamos a destino. Nos abren la primera barrera que se levanta con un “Vamos al pabellón 8”; en la segunda, nos vuelven a interrogar, nos vuelven a abrir y estacionamos los autos para ir caminando hasta la entrada de la Unidad 48. Después de pasar algunos requisitos de seguridad, presentación de DNI, requisa de las cosas que llevamos (algunas facturas y yerba) llegamos a la puerta del pabellón 8, en donde viven “Los Espartanos”. Me cuentan que algunos están hace unos pocos meses; otros, hace más de siete años. El miedo, la ansiedad y la sensación ante lo desconocido siguen, siento una parte de mí que quiere “entregarse”, porque en definitiva, cuando se cierre la puerta del pabellón no me va a quedar otra opción que quedarme ahí, pero ni siquiera tengo demasiado tiempo para seguir pensando porque enseguida me empiezan a abrazar. No sé quiénes son, ni de dónde vienen, ni por qué están ahí, pero me abrazan. No salgo de mi asombro, no logro entender qué es lo que pasa, me miro desde arriba como si estuviera en una especie de Google Maps y me veo entrando en una cárcel, donde hay personas que están presas y… ¡me están abrazando!
Dejamos las cosas del desayuno en la mesa del patio, que está perfectamente preparada y rodeada de bancos. El ambiente tiene la cálida luz matinal que sólo sabe dar el sol, lograda también por una media sombra verde atada con alambres a las paredes del patio. La protagonista de la escena es una imagen ubicada en el extremo derecho de la mesa, rodeada de rosarios, fotos e intenciones: la Virgen María, hacia quien poco a poco nos vamos acercando para rezarle uno de los más increíbles rosarios de mi vida.
Cuando cada uno ocupa su lugar, aleatorio por cierto, empiezo a mirar al que va a dirigir “la orquesta” custodiado por la imagen de la Virgen. Emocionado, da lugar al Primer Misterio, siempre son las manos de los presos los que dirigen los Misterios. Las intenciones son estremecedoras, humildes, sencillas y ahí, de a poco, noto que empieza a “pasar algo”. Un preso agradece “por un día más de vida”. Automáticamente, me pregunto si soy agradecido, si agradezco por levantarme cada mañana y rápido cae la primer ficha: acá se vive minuto a minuto, segundo a segundo y la intensidad de estar preso lleva a lo más sencillo, a agradecer por un día más de vida. Otro interno, que debe tener no mucho más de veinticinco años, agradece y pide “al Señor” por sus hijos, por su mujer y porque le falta poco para recuperar la libertad. Pide para no volver a tropezar con la misma piedra, para que esta transformación que vivió gracias a “Los Espartanos” la pueda llevar adelante “allá afuera” en “la calle”. Deja en claro una frase que le había dicho su madre: “un fruto no cae del árbol hasta que está maduro” y él entiende que está dispuesto a caer de la copa más alta, porque logró el punto ideal de maduración, después de atravesar siete dolorosos años de cosechas fallidas (su condena).
Antes del Segundo Misterio, otro preso ruega por el alma de su abuelo, que falleció ayer y a quien hace tiempo no veía, la respuesta unánime se hace escuchar: “te lo pedimos, Señor”.
El Tercer Misterio lo reza una de los internos al que noto algo incómodo, nervioso e inquieto. Tengo la sensación de que tiene algo fuerte para decir. Se para y toma uno de los rosarios que están en la mesa, pide por algunas intenciones: agradece por “un día más de vida”, por la gente que está enferma de cáncer, que tiene HIV, por “Los Espartanos”, por su padre, por el Papa Francisco y por algo especial, muy especial: “Hoy quiero pedir por algo que nunca en mi vida tuve el valor de pedir”, con la voz quebrada, suelta entre lágrimas un desconsolado: “por mi madre que me abandonó cuando nací y nunca me animé a pedir por ella”. Veo valor y fortaleza. Qué herida tan grande se anima a sanar, justo hoy, un Viernes Santo.
Estas cosas pasan en este “pedacito de cielo”: se curan heridas que llevan largo tiempo dentro de cada preso, se comparten dolores y golpes de la vida que estuvieron años “martillando” la mente de cada persona privada de su libertad.
Víctor, otro de los internos, me cuenta que hace tiempo “Los Espartanos” rezan por un chico de veintinueve años que tiene cáncer, cuya foto está al lado de la Virgen, al extremo derecho de la mesa. El padre de ese chico está hoy acá, sin que los presos (ni varios de nosotros, “los de la calle”) lo sepamos. En el Cuarto Misterio este hombre se arma de valor, se para enfrente de todos y se anima a dirigirlo. Es la primera vez que alguien que no vive dentro del pabellón dirige un Misterio. Como es costumbre en el pabellón, antes de empezar el Padre nuestro, se da lugar a las peticiones. Después de escuchar algunas, toma la palabra y durante veinticinco minutos les agradece de corazón (parado y custodiado por la Virgen) por sus rezos y por las cosas buenas que habían empezado a sucederle a su hijo desde que Los Espartanos habían decidido rezar por él. Me pregunto qué hace un padre de un hijo enfermo de cáncer terminal en la cárcel agradeciéndole a un grupo de presos. Este tipo de cosas pasan acá y, para mi asombro, una de los muchachos le dedica unas palabras de aliento, llenas de amor y también realistas, poniendo una verdad sobre la mesa: “estamos acá por algo, pagando por los errores del pasado, pero estamos creciendo, haciendo un esfuerzo por cambiar y pidiendo por la salud de su hijo, y le aseguro que se va a recuperar y que va a venir a rezar el Rosario acá con nosotros…”. Uno de adentro animando a uno de afuera.
Otro de los presos agradece por ser uno de los nuevos jugadores de “Los Espartanos”, porque los referentes del pabellón le abrieron las puertas y también agradece a los que van a rezar los viernes a la mañana: “A muchos de nosotros no nos viene a visitar ni siquiera nuestra familia, y ustedes se acercan desinteresadamente a compartir un mate. Para nosotros eso es muy valioso”.
Dice también, que nunca se había rodeado de gente buena, durante toda su vida su entorno había sido malo y ahora tiene la oportunidad de conocer gente distinta, que le hace bien y que le da una razón para cambiar… No son solo ellos los que hablan en voz alta, uno de los integrantes de este grupo de flacos que viene todos los viernes a rezar, agradece por el momento que estamos pasando, por el rosario tan lindo que estamos rezado y porque puede estar compartiendo todo esto con su mujer y sus dos hijas. También quiere dejar en claro que el cielo es esto y que lo que está viviendo esta mañana no lo vivió ni en la propia Iglesia. Fue el pionero en decir “esto es un pedazo de cielo; yo esta mañana me siento en el cielo.”
El último Misterio, como aparenta ser costumbre, lo rezamos abrazados, con lágrimas en los ojos, con la brisa del viento en la cara, todos al mismo tiempo, en voz alta, a una sola voz diciendo: “Dios te salve, María, llena eres de gracia, el Señor es contigo…”.
En esas tres o cuatro horas en las que el patio de la cárcel se transforma en un pedazo de cielo, todos los que estamos ahí desnudamos el alma de tal manera que termina pasando algo único, eterno e irrepetible… Me gusta pensar que Jesús estuvo sentado en un rincón, toda la mañana, tomando mates y sonriendo, igual que nosotros, que estamos en el otro rincón del patio.
Te invito a que hagas algo distinto un viernes a la mañana y después saques tus propias conclusiones…
Ojalá vengas.
PD 1: el nivel de reincidencia de los internos de la Provincia de Buenos Aires es mayor al 60%. El nivel de reincidencia de los internos que salen en libertad de las cárceles en donde juegan al rugby bajó a menos del 5%.
PD 2: este es el video del Papa Francisco que vimos después del Rosario: