Me fui al Sur

Llega un momento en el que mirás por el espejo retrovisor y no hay nada más que luz. Sonreís y te felicitás por haberte animado a encarar todo eso que no tenías ganas de encarar.

Llega un momento en que la respuesta a los “¿por qué te metés tanto para adentro?” deja de ser un dolor de estómago por sentirte raro y se transforma en una sonrisa del deber cumplido.

Llega un momento en el que empezás a sentirte en paz con vos y con el mundo… y la paz trae el silencio. El silencio trae la oportunidad de escuchar al alma sabía que habita en nosotros, la que tiene todas las respuestas. Y el alma dice mucho. Y cuando dice cosas que no tenemos ganas de escuchar, es porque tenemos que sanar. Y cuando dice cosas que tenemos ganas de escuchar, es porque hay que seguirle la corriente.

El silencio de mi cuarentena me hablaba del silencio de la montaña, ese al que tantas veces acudí y entendí que, cuando estaba ahí, vibraba de una forma distinta. Me hice cargo, agarré mis pocos petates y acá estoy… Rodeado de montañas que me hablan con su silencio. Me murmuran sobre proyectos y sueños que aún quedan por cumplir y sobre el deber de mi misión en esta vida, porque a eso vinimos…

Y llega un momento en el que mirás para atrás y sonreís porque todo está en orden. Y volvés a sonreír porque entendés que te ocupaste, y ese es el gran mérito. Cuantas veces uno mira para atrás y ve oscuridad, y prefiere salir corriendo, la pregunta es ¿para donde?

Por eso mi respuesta a los “¿por qué te metés tanto para adentro?” es que hay que dejar la casa en orden para tomar decisiones. Hay que mirar para atrás y ver luz, para poder caminar en paz.

Somos tan buenos para castigarnos, que de vez en cuando tenemos que escucharnos y mimarnos.

Y llega un momento en el que mirás para adelante y sonreís, porque los sueños te bailan en la cara y te das cuenta que todo valió la pena.

#PasarseEsComoNoLlegar