Cuando te vas 😢

Si supieras lo sola que me siento cuando cerrás esa puerta. Cuando corro al balcón para confirmar que te subís al auto y te vas… y a veces lo haces sin siquiera darte vuelta para mirarme. Me quedo un rato para ver si volvés, pero no…. Entro a casa, aburrida, sola por no se cuántas horas, angustiada. Me subo al sillón y mastico ese “juguete para mascotas” ridículo que me regalaste pensando que me iba a gustar, un hueso que ni siquiera es hueso, es un pedazo de cuero duro que se va ablandando a medida que pasa el tiempo… y ni siquiera tiene sabor.

Me acerco al tacho de basura, a ver si por lo menos hay algo más rico, pero está tapado, siempre lo dejás tapado. Una sola vez te olvidaste y me hice un festín, revolví todo, absolutamente todo y dejé el living bien decorado. Fue de los días más felices de mi vida… pero hoy no. Y se me cae la baba con el olor de la pata de pollo que comiste anoche y no me quisiste dar. Intento tirar ese balde de metal horrible pero no puedo. Me enveneno cada vez más, y ya no me importa que te hayas ido por miles de horas o si volvés, ¿sabés lo que me importa ahora? Dejarte en la puerta de entrada un regalito para asegurarme de que cuando entres, lo pises. Y sé que después viene algún grito o corrida pero, como no me alcanzás, me importa un carajo. Al menos disfruto, desde lejos, viéndote maldecir al aire mientras lavas las zapatillas.

Y otra cosa que duele (sí, hoy es un día de pasarte factura) es que dejes las puertas cerradas de los cuartos, solo me queda el living para dar vueltas, y me aburre demasiado… Ni siquiera me das el gusto de poder ir a tu cama y disfrutar tu olor, sería mucho más corta la agonía… y me vuelvo a subir al sillón, duermo, me despierto. Y pasan las horas, y no llegás, y ya no sé que hacer sin vos. Y me siento, otra vez, en el balcón, rendida, ofuscada, a ver cómo sigue esta vida de perros, con mi hocico apoyado en el piso, mis manos para adelante y mis orejas caídas.

Pero lo lindo que tiene la vida de perros es que todo cambia en un segundo porque de repente, te veo. Llegás en tu auto negro y soy pura felicidad. Me encanta ese silbido que pegas antes de subir las ventanas. Y cuando te bajas y cerrás la puerta, ¡cuando cerras la puerta! Es esa sensación tan inexplicable de que llegaste, de que no me importa más nada y me pongo a dar vueltas en círculos como una tonta, grito, ladro y voy corriendo a la puerta.

Entonces me acuerdo del regalito que te dejé y reculo. Me quedo estratégicamente ubicada abajo de la mesa ratona (porque sé que no llegas), y te espero panza arriba, con cara de circunstancia porque que algo no hice bien, pero perdón… estaba enojada y todavía no me controlo… Entendé que muero por darte un lengüetazo y decirte que te extrañé y que ojalá no te vayas nunca más. No seas malo, no me la hagas difícil, saludame.

Tu perra.