Charlas con mi perro

fede-gallardo-casa-de-campo-madridEran las 5 y media de la tarde pasadas. Una tarde de otoño en la que el sol empezó a despedirse un poco más temprano que lo habitual.

Había paz, mucha paz, acompañada de una cantidad incontable de árboles, de pasto obediente (de aquel que crece pero siempre queda cortito) y un color predeterminante: el verde…

Había dos o tres mesas desparramadas por ahí, hechas de madera vieja, sufrida, de un color grisáceo que delataba el paso del tiempo. Las acompañaban dos banquetas (una a cada lado) fabricadas con, aparenemtente, el mismo material.

Estaba solo, disfrutaba de unos mates y leía, y así estuve un largo tiempo.

Pasaron las horas, el sol saludó por última vez haciendo del atardecer un hecho. Levanté la vista del libro y, a lo lejos, identifiqué una figura extraña pero familiar: orejas largas, patas cortitas, hocico puntiagudo y una cola larga y finita…

Era él, mi mejor amigo, el mejor amigo del hombre, mi perro, mi chucho, mi firulais, mi can.

Fue tal la alegría que salté del banco en una milésima de segundo y corrí a abrazarlo, a el no le daban las patas, esas cortitas que tiene, para que ese abrazo no se extendiera un sólo segundo más…

Fue mágico, solo me acuerdo que fue mágico. 

Después del éxtasis del encuentro y horas de charlas y charlas nos empezamos a poner profundos, en realidad era una profundidad simple, tan simple como profunda. Yo hablaba, le contaba de cómo la estaba pasando en Madrid y cómo me sentía. No podía parar de hablar, era un cuasi monógolo. Pero mi can no había venido solo a escuchar. Me levantó su mano derecha para hacerme callar y me callé. Una cuestión de respeto, más con un amigo.

Y entre silencio y sielecio me dijo: “Te quiero hacer un par de preguntas que las tengo guardadas desde el día en que nos conocimos, y nunca se dio el espacio para poder hacértelas”.

Sorprendido y con miedo solté un suave: “Adelante…” 

Y soltó la primera, me miró a los ojos y preguntó:  “¿Qué es la felicidad para ustedes?” 

Y suspiré, resoplé y le dije sin pensar: – “La felicidad amigo mío, la felicidad esta en lo simple, en la simpleza que a veces es tan difícil encontrarla que la buscamos complicar. No hay más que tomar un mate con un amigo y tener una charla con él, de corazón a corazón, eso es simple ¿no? Es un mate y un amigo. Pero lo que pasa es que a veces buscamos más, donde no hay más que eso… Un mate y un amigo.

Es un paisaje, amigo, es encontrarse con uno mismo en un paisaje. Sentarse en una montaña, a la orilla de un río, de un lago, del mar y contemplar a la más linda y más antigua señora que habita en este mundo: la naturaleza, la señora naturaleza. Encontrarse con uno mismo y darse cuenta que no hay mucho para reprocharse…

La felicidad está en lo simple… lo que pasa es que lo simple es tan difícil captarlo que uno siempre quiere y busca más. Porque ver lo simple en las cosas lleva años y años de entrenamiento, entrenar la vista para tener una mirada diferente. Ser simple es tener una mirada más profunda de las cosas, es ser capaz de decir: “No busques más que esto porque no hay más que esto, disfrutalo”. Y entonces uno ahí deja de complicar las cosas y empieza a disfrutar, como los ejemplos que te puse arriba, amigo, y como esos dos, hay miles.” 

Soltó un pequeño ladrido, en tono de risa, de costado, casi en tono de burla y me dijo:  “Pero ¿por qué nadie piensa como vos?” 

– No sé si nadie, pero es verdad que somos pocos los que pensamos así. Lo que pasa es que, lamentablemente, hay cada vez más personas que sacian su felicidad con poder, con estatus, con cosas materiales, con propiedades… Pero esas personas, Rudo querido, están perdidas desde el primer momento en que empiezan a correr esa carrera loca a la que falsamente llaman “felicidad”. Ya perdieron antes de arrancar, porque esa carrera no tiene fin, porque hasta que no lo tengan todo no van a poder ser “felices”… Y aún teniéndolo todo, dirán: “Esto no me llena, quiero más”. Y a veces me pregunto, amigo, ¿es posible tenerlo todo? ¿Es posible tener guita, fama, poder, autos lujosos, propiedades? Y siempre me respondo lo mismo: No. No es posible tenerlo todo. Y hay otra pregunta que me hice con el tiempo… ¿quiero eso? Y no, la respuesta es que no.

 «Y entonces, ¿por qué tantas personas acumulan autos, casas, guita y demás cosas? ¿No estarás vos equivocado?»

– “No sé, no hay una verdad, amigo. Pero pude comprobar en cada una de esas personas que lo material no los saciaba, que la guita que tenían no les era suficiente, que de un día para el otro la clase social a la cual pertenecían les parecía una ofensa e intentaban ascender a una clase que de clase ya no le quedaba nada, absolutamente nada. Te puedo decir que el auto que tenían hace un par de meses ya es viejo, porque tiene unos “demasiados” 10.000 kilómetros… Estoy convencido que la felicidad no va por ahí, amigo.” 

– “Antes me nombraste la “riqueza de las personas”, ¿qué riqueza hay que no sea tangible?” 

– “Para mí, amigo, la riqueza no está en algo más que en una simple persona que tenga el corazón dispusto a compartir un momento. Ese corazón es tangible, se toca. Porque cuando esa persona se dispone a compartir su corazón, lo saca de su cuerpo, lo pone en tu mano, te lo ofrece y comparte. Al compartirlo se convierte en algo tan tangible como un auto, como una casa, como un billete. Ese corazón ya no le pertenece a a la persona que te lo da, ese corazón, amigo, es también tuyo. Por eso es tan difícil poner lo más preciado que tenemos en la mano de otra persona, porque se convierte en algo vulnerable, y generalmente no nos gusta estar en esa posición. Preferimos seguridad y estabilidad.

Pongamos el siguiente ejemplo: si yo te doy un mate y empezamos a charlar, vamos a poder hablar de autos, de casas, de billetes y de cosas tangibles. Pero en el mismísimo momento en que yo saque mi corazón y lo ponga en mi mano vos vas a notar algo diferente, algo distinto en el aire e inmediatamente tu instinto va a querer sacar tu corazón, para ponerlo en tu mano, para que se conecten, el tuyo y el mío. Y ahí, amigo del alma, precisamente ahí, es cuando se produce la riqueza en las personas. Cuando se produce una conexión abstracta entre dos corazones tangibles se genera riqueza, riqueza tan grande que no tiene valor. Y creo yo, amigo, que por ahí va la cosa, por la conexión entre corazones, porque así, de esa forma, se llegan a los verdaderas vínculos. Y esos vínculos hacen a una persona rica, rica en serio”.

Se quedó callado por un rato y comenzó a recordar pequeños momentos de su vida, en los que había tenido la posibilidad de generar vínculos, de conectar con otros perros. Me miró, se acercó y me lamió la mitad de la barba. Nos dos nos reímos y nos fundimos en un nuevo abrazo. Le seguí contando de Madrid, pero antes de que siga mis relatos me advirtió: “Mirá que tengo muchas más preguntas…” a lo que asentí con la cabeza contestándole que acá estaba, para responderle lo que quiera.

Y seguí con mis anécdotas de viaje…