#Día10 – No tengo para comer

Rosa agarra el teléfono y llama por videollamada a Paula, su veterinaria y amiga.
¡Hey! Qué bueno verte, ¿le pasó algo a la perra?
No no, está perfecta, va y vuelve con la pelotita. Hoy te llamaba como amiga…
Ay sí Rosa, tantas cosas para charlar, esperá que me muevo así hablamos tranquilas, ¿cómo estás?
 
Ay Pau, si supieras el día de hoy… A la mañana con Roberto escuchamos a un psicólogo que dio una charla espectacular sobre el tema de la cuarentena… Terminamos haciendo una meditación enfocada en agradecer. Si nos vieras, los dos abrazados, emocionados, la verdad es que estamos tan bien… Pero a veces siento una angustia tremenda, como que cada cosa que hace la hace despidiéndose, y es tan difícil Pau…
 
Llora mientras Paula la consuela y le da palabras de aliento. Rosa toma aire y sigue:
 
Por favor, no le digas a nadie de esto, no lo saben ni los chicos, ni Cacho, sólo lo sabés vos. Bueno, te sigo contando, hace un rato me habló por Whatsapp uno de los chicos del hogar. Me saludó y me mostró dos videos de el cartoneando. Le contesté que me alegraba verlo así, trabajando y lo alenté a que siga, que ya va a aparecer alguna empresa que quiera darle trabajo.
 
Escuchá lo que me contestó: “Las palabras no llenan la heladera ni pagan una casa, pero alivian el alma y dan esperanza para seguir adelante, gracias Doña Rosa. Yo con el tema de la cuarentena no puedo salir a la calle a trabajar y, si no salgo, no como Doña. Se me acabó lo que tenía y hace un día y medio que estoy sin comer”. Le contesté seco “En media hora en la YPF de Acceso”.
 
Me mató Pau, me agarró una bola en el estomago que salí disparada a la cocina y puse en una caja todo lo que había en la alacena. Apareció Roberto y me preguntó alarmado qué pasaba y por qué lloraba. Le conté. Nos subimos al auto y salimos. Por suerte no nos frenó nadie. Llegamos a la estación de servicio, lo ví y después de darle la caja le di un abrazo. Me olvidé del coronavirus por un segundo. “Gracias Doña, que Dios le devuelva el doble” me dijo. Y yo quería decirle “Gracias a vos por dejarme volver a abrazar a los que menos tienen”.
 
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#Día9 – Brindemos Rosa

¿Cómo te sentís gordo?
Hoy estoy mejor Rosa, escribirte esa carta me animó, como que me lo saqué de encima viste, sabés que no me gusta guardarme nada… Y me distraje con la computadora, no miré las noticias, fui a lo de Jorge a buscar papel higiénico… Ver el río de lejos, nadar un rato en la pileta, hacer un poco de ejercicio y llegar a esta hora animado, no es poco Rosa. Ya van 213 horas bajo techo y hay gente que la debe estar pasando muy mal…

¿Pero sabés lo que también me animó hoy Rosita? Pequeñas cosas… Mirá, a la mañana entró por la ventana del escritorio un olor a pasto recién cortado que me trasladó como cincuenta años atrás, cuando el viejo empezaba a cortar y al ratito me pedía que yo siguiera… No sabés como sonreí, lo extraño. Después, camino a lo de Jorge, estaban esos dos viejitos sentados tomando un mate… Con la alegría que me saludaron Rosa, deseando ver gente, pobres. Yo creo que los que están acostumbrados a sociabilizar desde la vereda la deben estar pasando muy mal.
Cuando volvía me crucé con la policía y me preguntó qué hacía. Le dije que vivía acá a media cuadra, que fui al almacén y me pidieron que me meta rápido adentro, pero lo hicieron con una educación Rosa, que yo no vi en mi vida. Antes de entrar a casa, la vecina estaba sacando el pasto a la vereda, le conté lo que me pasó y me dijo “no sólo sonreíste vos, la naturaleza lo está haciendo hace nueve días”. Me dejó pensando… Y ayer justo vi un video del Papa que decía “Dios perdona siempre, el hombre a veces, la naturaleza nunca”. ¿Loco no?
Los humanos encerrados, aplaudimos a los que se la juegan; médicos, enfermeros, almaceneros, veterinarios, recolectores de basura, camioneros y tantos otros… Y hace días que a las 21 hs aplaudimos sólos en el medio del living a toda esta gente, mientras la perra ladra como loca. ¿Estamos un poco más unidos Rosa? No digo nosotros Rosita, digo el mundo. Me da esa inocente sensación… Pero por otro lado, me da miedo que no entendamos el nuevo orden de prioridades que está planteando todo esto…

Terminado el monólogo, Rosa sirve dos copas de vino, mira a Roberto los ojos y le sonríe. Por el mundo y un futuro mejor, dijeron al mismo tiempo.

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#Día8 – La carta de Roberto

Roberto evadió la pregunta y contestó:

Ya estoy mejor, olvidate… es esto del virus. Hace un rato pasó la policía de nuevo, con ese megáfono gritando “Les rogamos permanecer en sus hogares”, es el momento que más me angustia Cacho. Me hace acordar a Chernóbil, la serie esa ¿la viste?

Sí, tenés razón que hay algo de eso…

Terminaron la conversación una hora después.

¿Le contaste? Preguntó Rosa cuando lo vio salir del escritorio.

No pude, calculo que lo haré este fin de semana…

Comieron tranquilos y se fueron a dormir.

Hoy temprano, Roberto se levantó antes que Rosa. Preparó un mate y se encerró en el escritorio. Agarró papel y birome y escribió:

“Yo no sé cuántos días me quedan Rosa, no sé si son semanas, meses, años… viste que cada cuerpo reacciona diferente. Hoy no tengo dolor, pero los dos sabemos que cuando esto avance, no hay vuelta atrás. Por eso, Rosita, yo quería agradecerte. Puedo estar días enteros escribiendo sobre lo nuestro pero esta carta es sólo para agradecerte.

Agradecerte por tantos años juntos. Por haberme soportado con mis malhumores, por haber aguantado tanta intensidad, por hacerme creer que yo tenía el control de todo cuando, en realidad, vos tenías las pilas.

Gracias porque, hasta que llegaste a mi vida, yo era un tipo que sólo pensaba en mí, descreído de las relaciones, tóxico, intolerante, mandón, acostumbrado a buscar el conflicto y… me diste vuelta como una media.

Me sonreíste por primera vez Rosita, y supe que eras vos. Me enseñaste a amar, me mostraste que en una relación también hay una amistad. Me enseñaste a compartir, a disfrutar de la vida, a ser más simple y a sonreír ante todo. Eso me enseñaste Rosa, a tratar de poner la mejor cara siempre. Porque así sos vos, vas siempre para adelante, te llevás todo puesto… Y puedo decir que tengo la dicha de abrazarte cuando te quitás la capa. Ahí… cuando te aflojás, yo estoy para abrazarte y eso me hace sentir la persona más afortunada del mundo Rosita.

Te admiro, y no hay nada mejor para un hombre que admirar a su mujer.

Gracias Rosa, por todo.
Y con lo mío, que sea lo que el barba quiera… sólo quería agradecerte”.
 

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#Día7 – Gato por liebre

Gracias Rosita por hacerme entender que esto no es sólo mío. Esto también es de los que me quieren. Dame unos días para hablar con los chicos, hoy necesito hablarlo con Cacho. Es jueves, y sabés que los jueves siempre nos juntamos. Me voy al escritorio.

Andá mi amor, cerrá la puerta y disfrutá, yo te aviso cuando esté la comida.

Horas antes, Roberto y Cacho habían quedado en hablar a las 19.30hs por videollamada. Suena el celular de Roberto.

Hola Cachito querido…

Pero qué dice mi amigo Roberto, epa… qué cara hermano.

Y… he tenido días mejores.

Pero ¿qué pasó?

Nooo, nada Cacho, esto del virus viste. Hoy en Italia, 683 muertos. Y muchos de nuestra edad…

Pero te dije Roberto que no mirés más.

Sí, pero no es fácil… sacame, contame alguna anécdota de nosotros que me traslade. Qué rico está este whisky…

Cacho mira el teléfono que lo tiene centímetros debajo de su pera. Sonríe levemente a la cámara con los anteojos a mitad de la nariz.

Cuál querés, tenemos tantas… Te acordás cuando fuimos a casar gatos con la carabina 22, qué manera de hinchar las bolas. Le levantamos la capocha al Citroën 2CV, manejaba Rosita y hasta creo que estaba embarazada… Yo tiraba, Rosita frenaba y vos juntabas el gato. Llenamos el Citroen de gatos… gatos de casas de por ahí, una locura. Entramos al corralón de lo de Martínez y empezamos a cuerearlos, qué olor a salvaje. Pero tenían carne blanca…

Una bala quedó en la calle y la vieja loca del pueblo, esa mañana, dijo que era la que había matado a Kennedy, estaba chiflada la pobre.

La noche siguiente invitamos a varios matrimonios a casa, el menú era “Conejo a la cazadora”. Ese día entraba una cocinera nueva a laburar, “qué costumbres raras tiene esta casa” dijo, después se quedó treinta años jajaja. En esa mesa éramos 10 o 12. Empezamos a comer, algunos repetían, y de repente vos pegás un maullido de esos que hacés y Chiche dice: “Esto es gato hijo de puta, mirá los huesitos” y se armó un quilombo… Unos vomitaron, otros se fueron a la mierda y quedó el cuento: “que no te vendan gato por liebre”.

Jajaja, qué linda noche esa…

Cacho se ríe, toma un sorbo de whisky, y dice: ¿Me vas a contar por qué estás tristón?

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#Día6 – La carta de Rosa

La noche de ayer no terminó bien. Roberto se levantó de la mesa. Los ravioles quedaron en el plato, fríos, duros, atónitos de tanta tensión. Rosa es la segunda vez que llora en dos días. Todo la tiene a flor de piel. Duermen separados por primera vez en la cuarentena. Rosa se levanta a las cuatro de la mañana. Intentó dormir en el sillón del escritorio. No pudo. Se va a la cocina preparar un Cachamai. Observa cómo se tiñe de verde claro el agua de la taza. Lagrimea. Vuelve al escritorio, agarra un papel y una birome:

“Esta siempre fue la mejor forma de entendernos. Sin reacciones que nos saquen del juego y nos dejen paralizados. Sin ciclos tóxicos de enojos, lágrimas y abrazos. Ya sabemos, mi amor, cuales son las herramientas que siempre nos funcionaron. Por eso esta carta para que leas en tu desayuno. Sólo quiero que sepas que estoy partida al medio. Que entiendo que este sea tu proceso. Entiendo también, que quieras hacer como si nada pasara. Que quieras alejarte de la realidad. Que lleves a la perra a la veterinaria. Que te tomes un whisky con Cacho hasta cualquier hora de la madrugada. Entiendo que acordarte de viejas historias te saque de esto que estás, y estamos viviendo, aunque ni siquiera le hayas contado. Entiendo que no quieras hablarlo, ya vamos una semana sin tocar el tema. Entiendo todo gordo, o al menos, eso intento. Intento ponerme en tus zapatos a toda hora.

 Y que no podamos salir de casa por si te pasa algo, al menos a mí, me angustia. Y que las clínicas sean un horror por tema del virus… Te entiendo, mi amor, pero necesitamos contárselo a Juan y a Victoria. Son nuestros hijos. Y por más que estén lejos, merecen saber lo que te pasa”.

Rosa preparó el desayuno en la bandeja de siempre. Dejó la carta entre dos tostadas, en la panera. Entró a su cuarto, le dio un beso en la frente y apoyó la bandeja en la mesa de luz: te dejo el café, mi amor.

Roberto salió del cuarto recién hace una hora.

Siguen abrazados.

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#Día5 – De eso no se puede hablar

Martes a la noche. Rosa termina de poner la mesa. Roberto lee en su escritorio “El poder de ser vulnerable” de Brené Brown. Está algo molesto, no sabe si es por lo que pasó hoy a la mañana o por los whiskies que tomó ayer mientras hacía una videollamada con Cacho. “Hay por Dios, lo que me duele la cabeza. Qué manera de reírnos, ¡repitámoslo amigo!” recibe en su Whatsapp. “Jajaja, yo estoy un poco mejor pero me levanté roto. Qué lindas anécdotas, yo creo que los viejos amigos tienen que tener su propio diario, para que nos lo lean nuestros hijos cuando estemos en las últimas”, le contesta. “Podemos empezar por la del afano al kiosco de la Toti, cuando éramos pibitos y le sacamos tres cajas de Mogul de abajo del mostrador, es el día de hoy que veo uno y se me revuelve el estomago”, dice Cacho. “Jajaja, qué memoria tenés Cachito, te envidio…”.

Gordo, están los ravioles servidos. ¿Venís?

Voy Rosita, voy. Al acercarse al comedor diario dice: Epa, ¿comemos en el comedor hoy?

Se sientan en la punta de la mesa grande, de lejos suena un piano suave y armonioso.

¿A qué se debe tanto lujo Rosa?¿Querés un vinito?

No, tomo Coca… Y el lujo, a nada, a cambiar de aire, lo de hoy a la mañana no estuvo bueno, para ninguno de lo dos.

Ya sé Rosita, pero vamos cinco días encerrados y, de repente tocamos temas que joden, viste. Yo sé que muchos dicen que este es un momento de introspección, para hablar de esas cositas que están ahí, para nutrir la pareja, pero justo hablar de eso, me pone los pelos de punta Rosa. Y me conocés, exploto en un segundo, me bloqueo, vos te ponés sensible, se te cae una lágrima, me tranquilizo, te pido perdón, nos abrazamos… y ya sé que lo nuestro no es tóxico, porque nos entendemos, porque sabemos frenar antes de tiempo. Pero este tema Rosa… hablémoslo cuando pase un poco este virus, ¿querés?

Lo que pasa Roberto es que, con o sin virus, de eso no te puedo hablar. Y hace tiempo que lo tengo atragantado.

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