#Día6 – La carta de Rosa
La noche de ayer no terminó bien. Roberto se levantó de la mesa. Los ravioles quedaron en el plato, fríos, duros, atónitos de tanta tensión. Rosa es la segunda vez que llora en dos días. Todo la tiene a flor de piel. Duermen separados por primera vez en la cuarentena. Rosa se levanta a las cuatro de la mañana. Intentó dormir en el sillón del escritorio. No pudo. Se va a la cocina preparar un Cachamai. Observa cómo se tiñe de verde claro el agua de la taza. Lagrimea. Vuelve al escritorio, agarra un papel y una birome:
“Esta siempre fue la mejor forma de entendernos. Sin reacciones que nos saquen del juego y nos dejen paralizados. Sin ciclos tóxicos de enojos, lágrimas y abrazos. Ya sabemos, mi amor, cuales son las herramientas que siempre nos funcionaron. Por eso esta carta para que leas en tu desayuno. Sólo quiero que sepas que estoy partida al medio. Que entiendo que este sea tu proceso. Entiendo también, que quieras hacer como si nada pasara. Que quieras alejarte de la realidad. Que lleves a la perra a la veterinaria. Que te tomes un whisky con Cacho hasta cualquier hora de la madrugada. Entiendo que acordarte de viejas historias te saque de esto que estás, y estamos viviendo, aunque ni siquiera le hayas contado. Entiendo que no quieras hablarlo, ya vamos una semana sin tocar el tema. Entiendo todo gordo, o al menos, eso intento. Intento ponerme en tus zapatos a toda hora.
Y que no podamos salir de casa por si te pasa algo, al menos a mí, me angustia. Y que las clínicas sean un horror por tema del virus… Te entiendo, mi amor, pero necesitamos contárselo a Juan y a Victoria. Son nuestros hijos. Y por más que estén lejos, merecen saber lo que te pasa”.
Rosa preparó el desayuno en la bandeja de siempre. Dejó la carta entre dos tostadas, en la panera. Entró a su cuarto, le dio un beso en la frente y apoyó la bandeja en la mesa de luz: te dejo el café, mi amor.
Roberto salió del cuarto recién hace una hora.
Siguen abrazados.
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