Federico Gallardo, coach y comunicador: “La masculinidad está herida y es momento de transformarla”
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Una charla sobre cómo su propio recorrido de transformación, guiado por la espiritualidad, lo llevó a trabajar con varones para ayudarlos a construir una masculinidad profunda y significativa.
POR María Eugenia Sidoti
8 de septiembre de 2025
No es a la muerte propiamente dicha a lo que teme Federico Gallardo (37). Lo que en verdad le provoca inquietud, según dice, es que llegado el momento de cruzar el umbral de ese instante final y trascendente, una voz lo reciba y le diga: “Fede, ¿nada más que ese poquito hiciste con todos los dones que te di?”.
Se refiere al encuentro con la fuente divina que la espiritualidad vislumbra al otro lado de la orilla de la vida. Él, por ejemplo, tiene la ilusión, o más bien la certeza, de que será Jesús quien le de la bienvenida cuando su alma llegue hasta ahí. “Si al morir mi Gran Maestro me dice que esperaba más de mí, que no lo di todo, me voy a sentir muy triste”, confiesa.
Coach, comunicador y cofundador de la Fundación Espartanos, la noble gesta que comenzó con el equipo de rugby nacido dentro de la Unidad N° 48 del penal de San Martín, siente el llamado de hacer “algo más”, a no dar solo un poquito. “A veces entregamos solo un treinta por ciento de nosotros, de nuestros dones, y parece que con eso alcanza. Pero si no diste el cien, el día de mañana te vas a arrepentir”.
Por eso, hace dos años tomó una decisión: hacer que su trabajo sea, además de un medio de vida, una misión. Fue así que vendió su empresa, que atravesaba un gran momento, y se decidió a acompañar desde el coaching ontológico a varones de entre 35 y 55 años, para ayudarlos a transitar un momento desafiante: el de una masculinidad herida que los necesita sensibles, empáticos y receptivos, pero sobre todo espirituales. Un proceso que implica desoír mandatos y animarse a sanar.
Según cuenta, fue la muerte de su mejor amigo lo que lo hirió a él, con apenas 15 años. Y, al poco tiempo, también la de un vecino, su gran referente. Esas dos partidas abrieron una búsqueda interior muy intensa que incluyó muchos noviazgos, algunas equivocaciones y, sobre todo, la necesidad de encontrar respuesta al ¿para qué estamos acá?. “Durante años caminé al filo, fui al límite de algunas situaciones”, confiesa.
Su despertador fue entrar a la cárcel de la mano de su padre. “Antes yo juzgaba a las personas que estaban presas, creía que se tenían que pudrir adentro”, señala. Conocer ese mundo le permitió abrirse a una mirada más humana y así lo cuenta en su libro No permanecer caído, que va por su décima edición, donde comparte vivencias, testimonios, y también la belleza de haber descubierto lo más luminoso del alma humana brillando a pesar de la oscuridad del encierro. “En la cárcel aprendí a pedir perdón y a entender que, cuando uno realmente toma la decisión de cambiar, se puede. Fue una gran lección de humildad”.
–¿Qué ves cuando mirás para atrás, cuando tratás de darle sentido a ese rompecabezas que es la vida?
–Lo que veo es una mano de Dios guiándome en un montón de momentos. Él me fue diciendo “Fede, por acá no”. Y de repente llegué a un momento cúlmine de mi vida, que fue a los 35 años, cuando me dijo: “Por acá, sí”. Eso tiene que ver con haber tomado las dos grandes decisiones de mi vida: casarme con la mujer perfecta para mí y haber vendido mi propia empresa, que creé y lideré durante casi diez años, para dedicarme de lleno a trabajar con las personas.
–¿A qué atribuís que haya sucedido “justo” en ese momento?
–Las culturas antiguas hablan de que en la vida del hombre hay una cierta maduración cada siete años, los diferentes septenios. Son momentos que nos invitan a reflexionar, a profundizar. A mis 35 años, justo es el septenio del propósito, recibí un llamado interior para hacerme cargo de lo que vine a hacer al mundo. Escucharlo requiere trabajo interior, silencio, discernimiento, y Dios me guió en todo ese recorrido.
–¿Identificás alguna crisis que te haya llevado a conectar con esa necesidad?
–Cuando en 2015 acepté la invitación de mi papá para ir a la cárcel, mi vida se transformó. Primero, porque pude entender la suerte que yo había tenido de haber recibido todo lo que recibí: tuve una familia sana que me educó con valores, con fe. El lugar en el que nacés puede llevarte para un lado o para el otro. Ahí empecé a tomar conciencia de todo lo que había recibido, y mi herida empezó a sanar. Vi muchas transformaciones en la cárcel a través del trabajo cuerpo, mente y alma, que es un poco lo que hacemos en Fundación Espartanos. Y si esas personas lo lograban, sentí que los que estábamos afuera ya no teníamos excusa.
–A partir de tu trabajo como coach ¿cuáles son las excusas que identificás en general?
–Veo que en vez de tomar dimensión de todo lo que tenemos, lo primero que nos sale es identificar nuestras fallas, el “yo no sirvo para esto”. En mi caso, esa experiencia me llevó a ver para qué era bueno. Si recibí un don, ¿cómo lo voy a poner al servicio del otro? Entonces fueron apareciendo un montón de mentores en la vida, que me mostraron el camino. Personas que me ayudaron a formarme espiritualmente. Estudié Coaching Ontológico y después me especialicé en coaching ejecutivo. Me gusta mucho la energía de los empresarios, esa fuerza masculina que lidera, que va hacia el frente.
–¿Qué lugar ocupa en ese intercambio la espiritualidad?
–Recuerdo la frase de una mentora que me dijo: “Si vas a largar todo para ponerte al servicio, no te preocupes, porque Dios siempre ayuda a los que trabajan para él”. Mi misión es guiarlos a que encuentren lo que anhelan y vayan tras eso. Siento que la vida es muy corta como para no estar haciendo lo que uno vino a hacer. Todo está en nuestras creencias: cuando empezás a decirte “sí puedo acceder a este trabajo”, “sí puedo formar una familia”, “sí puedo tener una vida sana”, todo se empieza a dar. La palabra tiene un poder enorme. Yo soy como ese guía de montaña: te ayudo a subir a la cumbre, pero en realidad subís vos.
–Trabajás acompañando a los varones en un tiempo desafiante ¿cómo los ves, cómo llegan a vos?
–Están totalmente desorientados, se sienten en un barco a la deriva sin un puerto seguro adonde ir. Por eso trabajo con ellos, para que recuperen su corazón salvaje. Y, sobre todo, la espiritualidad, porque al recuperarla renacen a una fortaleza interna que los lleva a lograr cosas que nunca habían pensado. Muchos lograron un montón de cosas: se casaron con la mujer que querían, compraron la casa que querían, tienen el auto que querían. Sin embargo, sienten un vacío profundo al que tapan con el “seguir haciendo”, con el “seguir facturando”, no pueden frenar. Ahí es donde entro yo para decirles: “Pará. Recapacitá. ¿Qué es lo que necesitás? ¿Hacia dónde querés ir? ¿Por qué?”. Todos mis procesos tienen un inicio y un fin ya establecidos, son a 3, 6 o 9 meses. No busco generar dependencia sino dar herramientas para que la persona encuentre lo que necesita y pueda continuar su camino sin mí.
–Decís que esos hombres están librando una batalla, ¿a qué te referís?
–Siento que libramos una batalla espiritual entre el bien y el mal, y que cada una de las heridas que marcaron nuestra vida tienen que ver con lo que nos jugó el enemigo. Cuando te das cuenta de eso, es momento de ponerte de pie y de armar esa fortaleza interior para hacer el bien, para contrarrestar, entendiendo que nuestra masculinidad está herida y es momento de transformarla.
–¿Cómo podemos acompañar las mujeres en ese proceso? Porque el cambio de consciencia es un trabajo conjunto…
–Exacto. A muchos de mis clientes les digo que se tomen dos o tres días en soledad, como un retiro; que vayan a la naturaleza a desconectar absolutamente de todo y se encuentren con su silencio. Y cuando se lo proponen a sus parejas, ellas quedan sorprendidas y los impulsan a ir. La mujer entiende que si el hombre está bien y sabe hacia dónde va, se vuelve un aliado, un compañero, un ser humano que está disponible, que escucha, que cuida. Cuando eso ocurre crecen los dos, van juntos hacia un nuevo lugar. Las mujeres tienen mucho que ver con la transformación de los hombres, y pueden ayudar invitándolos a que encuentren conversaciones como ésta.
–Pero para reconocer que necesitan de lo femenino, que durante tanto tiempo fue invisibilizado, hace falta mucha humildad…
–Diste en un tema clave, que es el saberse necesitado. Si Jesús, que es la persona que dividió la historia en dos, se iba solo al desierto a rezar y a pedirle fortaleza a Dios, a su Padre, ¿cómo no vamos a necesitar nosotros de una energía superior en algunos momentos de nuestra vida? Cuando comprendemos que solos no podemos, sucede algo hermoso. Muchas veces me contactan empresarios importantes que se ponen a trabajar conmigo, que a lo mejor soy más joven o tengo menos experiencia que ellos, y pienso qué importante es la humildad. Elegir estar del lado del aprendiz hace que la vida se enriquezca.
–¿Por qué creés que tantas cosas nos están costando últimamente a las personas?
–Porque hace falta comprender que somos seres creadores y estamos permanentemente creando, aunque no seamos conscientes de eso. La gran mayoría de las veces creamos drama, carencia, escasez, pero cuando empezamos a ser conscientes de que lo que podemos lograr, las cosas se mueven de otra manera. Jesús, por ejemplo, nos enseña a manifestar: en el Evangelio le agradece a Dios antes de que Lázaro resucite, al decir: “Gracias, Padre, porque me has oído”. Él nos invita a rezar de una manera diferente, a generar manifestación desde la gratitud absoluta. Porque, al hacerlo, nos abrimos al milagro.
–¿Qué pasa cuando le decís estas cosas a las personas que no creen?
–Me buscan personas que no creen, y las respeto mucho. Pero siento que se están perdiendo una parte gigante de la vida. ¿Quién hace que tu corazón esté latiendo, vos? Es difícil no creer… Después cada uno le pondrá el nombre que quiera: Dios, Jesús, Buda, María, Universo, Energía, fortaleza interior. La orfandad de pensar que no hay algo más allá de nosotros mismos genera una gran soledad.
–En tus podcasts y posteos mostrás una relación muy estrecha con Jesús. ¿Cómo vivís ese vínculo?
–A mi Jesús me transformó. En su figura reconozco todo lo que está bien y siempre les agradezco a mis padres que me hayan hecho conocerlo. Tengo una conexión muy fuerte con Él, pero desde un lado más espiritual y no tanto religioso. Lo veo como un guía de lo masculino, con todas las aristas a las que el hombre debería aspirar: agresividad en los momentos precisos, fortaleza interior para hacerse cargo de su misión, compañero y amigo fiel. Hay un montón de aspectos suyos que muestran el modelo de hombre a seguir.
–¿Cómo encarnás este modelo en tu día a día?
–Me levanto a las 05:30, medito, leo, escribo y entreno, y recién ahí estoy listo para salir al mundo. Si no hago eso, sale una versión mía que es muy mediocre: un Fede iracundo, sin paciencia, irascible. Tengo que aplicarme mi propio antídoto y lo asumo, porque también es parte del proceso. La transformación es una construcción diaria y al final de cada día lo que me da paz es ser coherente, dar lo mejor de mí y ser la mejor versión posible para mi mujer y para las personas que me necesitan.
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