Mi primer maratón: San Lorenzo de El Escorial
Ayer fue el día más duro e increíble de mi vida. Cumplí un sueño. Uno de los tantos que me propuse y, gracias a Dios, uno de los tantos que pude cumplir. Corrí mi primer maratón en San Lorenzo de El Escorial: “La Montaña Solidaria”. Lo de ayer fue un sueño cumplido dentro de otro sueño cumplido, que es estar acá en Madrid, escribiendo desde el Parque del Retiro, tomando unos mates y agradeciéndole al de arriba por todo lo que me esta dando.
Ahí va…
La noche del viernes en el hotel la puedo definir como “la puerta de entrada al cielo”. Fue todo espectacular: el plato de fideos en un restaurant, los mensajes motivadores, la cabeza a mil por hora, la ansiedad ganándole a prácticamente todos los sentimientos y, por otro lado, el auto convencimiento en cada segundo de la noche de que podíamos lograrlo, que esa carrera era mía, era nuestra y que nada nos iba a frenar. Con esa fe nos fuimos a intentar dormir un rato.
Nos levantamos el sábado a las 6 de la mañana, desayunamos cereales con banana, nueces, pasas de uva y miel, un buen shock de energía para ir a la guerra. Nos cambiamos, después de un buen baño y mucha música motivadora, armamos las valijas, las dejamos en la recepción del hotel y partimos. No éramos muchos, para la de 42 KM éramos apenas 170 (muy poco para la fiebre que se vive por el running en España), pero había ochocientos y pico para la de 21 KM. Había mucha gente realmente entrenada, mucha pilcha de montaña, grandes mochilas, tremendas camperas, bastones, buenas zapatillas con suelas especiales y mucha calza larga… nos miramos con Tito y nos preguntamos: “¿Dónde mierda nos metimos?”. Nosotros estábamos con las mochilas, zapatillas viejas y no mucho más…
En fin, ya no había vuelta atrás.
Unos minutos antes de las 9:00 AM nos fuimos para el lugar de la zarpada, el organizador se encargó de animar y motivar a los corredores, muchos con cara de susto, porque lo que se venia no era algo normal. Y empezó el típico “Tres, dos, UNO… VAMOSHHH” y arrancó el sueño, empezaron las 6 horas y 54 minutos más fuertes, intensas y espectaculares de mi vida.
Los primeros kilómetros fueron duros, muy duros, diría destructores. Prácticamente todos los animales que vi empilchadísimos a la salida, empezaron a caminar y a subir despacio, no entendía por qué pero al ratito entendí que había que guardar fuerzas para lo que se venia. Hasta el kilómetro 7 fue todo subida, arrancamos la carrera en 1.032 metros y llegamos a los 1.751 metros lugar donde alcanzamos el pico del largo trayecto. Ahí fui testigo de una de las vistas más imponentes del maratón.
Hasta ese entonces íbamos hora y cuarto de carrera. Mis piernas ya no podían más, no estaban preparas para tanta piedra, tanta subida, tanta guerra. Desde ahí hasta el kilómetro 16 nos encargamos de bajar hasta los 1.200 metros.
Antes de la carrera veía el mapa con los desniveles y pensaba que bajar iba a ser fácil, demasiado fácil y así, como en la vida, subestimé las cosas que parecen fáciles… No te imaginas lo que fue bajar, mucha piedra, mucha pendiente hacia abajo, el cuerpo me empujaba para adelante y mis rodillas no sabían como frenar, mis tobillos como aguantar y mis pies no sabían donde apoyar para evitar lo peor, una caída, un esguince, o algo que me despierte del sueño.
Llegué a rogar para que se acabara la pendiente hacia abajo, prefería subir… Y enseguida la montaña me escuchó, porque tuvimos que subir hasta el kilómetro 23, tuvimos que llegar a 1.600 metros en donde el aire empezó a faltar… Volvimos a bajar hasta el kilómetro 25 y de nuevo subir al deseado kilómetro 30, el segundo pico más alto de la carrera con aproximadamente 1.700 metros de altura.
Entre los kilómetros 25 y el famoso kilómetro 30 experimenté uno de los dolores más fuertes que sentí en mi vida, el dolor total de la cintura para abajo y sobre todo el dolor emocional de creer que quizás había una remota posibilidad de no llegar… Llegué a experimentar el dolor a niveles inimaginables, no me avergüenza decirlo, corrí varios kilómetros con lágrimas en los ojos, pero en todo momento había algo que me empujaba un poco más, me hacia dar un paso más. Para mis adentros resonaba la famosa frase de Rocky: “No hay dolor” y así iba tratando de hacerle entender a mi cuerpo que yo no iba a abandonar…
El convencimiento en la cabeza hacía su aporte pero el físico contrarrestaba el optimismo, convirtiendo una lucha interior en mi cuerpo que nunca había vivido. Logré entender lo que dicen los libros de running, lo que cuentan los maratonistas y lo que nunca vas a poder entender si no lo vivís. Llegar al famoso kilómetro 30 no es tan difícil, lo difícil es seguir. ¿Por qué le agrego el “famoso”? Las personas que se dedican a esto, que investigan y que se encargan de difundir la pasión por correr dicen que en el kilómetro 30 arranca el verdadero maratón, porque tu cuerpo se va quedando sin nafta y empiezan los 12 kilómetros y 195 metros que te separan de un sueño, de que tu vida cambie para siempre. Dicen que son los kilómetros MÁS difíciles de todo maratón, porque empieza a jugar el rol de la cabeza y si no estas preparado, si no tenés espíritu para correr lo que falta es probable que abandones, y así fue como vi a varios dejar de lado su sueño por no poder más ni física ni mentalmente…
Yo sabia que tenia que llegar a ese kilómetro como fuera pero nunca imaginé llegar tan pero tan cansado físicamente. Nos miramos con Tito en el segundo punto más alto de los 42 kilómetros y nos dijimos: “Ahora se corre con el corazón hermano, estos 12km con el corazón…” y así fue… Ya no había piernas, ni brazos, ni restos físicos, íbamos 5 horas y cuarto de carrera y lo único que teníamos para seguir corriendo era corazón, te juro que era corazón. Pero no lo lleves al lado grasa de decir “Si, con el corazón…” llévalo a puntos inimaginables, llévalo a ponerte a personas que amas en la cabeza y a pensar en ellas, ponerles caras a cada kilómetro, llévalo a decir “Yo puedo”, “Puedo cumplir mi sueño”, “Puedo lograrlo”, “Lo hago por tal persona, por tal otra”… Los 12 kilómetros que quedaban eran en bajada, lo que yo tanto había sufrido hasta ese entonces… Y ahí volví a pensar lo duro que es correr en montaña, lo duro que es correr un maratón y automáticamente lo relacione con lo dura que es la vida, con lo que cuestan las cosas y lo que cuestan hacer las cosas bien… (hay una gran diferencia).
El de arriba me preguntó: “¿Querés llegar al kilómetro 42? Bajá lo que queda hermano, y sé feliz, encárgate de ser feliz porque tenés todo, absolutamente todo para serlo.” Fue uno de los momentos más lindos de la carrera, sentí que todo esto tenia un sentido, que tanta locura servía para llevar mi mente a lugares inimaginables, a superar barreras mentales en cada paso.
Y así fue como empezamos a bajar, convencidos de que podíamos lograrlo, las plantas de los pies hervían de tanto rebote, los tobillos estaban hinchados y las rodillas a punto de explotar, los brazos querían caerse y la cabeza pensando y analizando cada paso, cada pisada entre piedra y piedra para no fallar, porque a esa altura de la carrera la concentración tenía que ser máxima, un paso en falso y chau sueño…
Y así fue entonces como el corazón dijo presente, dijo acá estoy, contá conmigo para terminar esto. Y entonces vino a mi cabeza la persona que le da luz a mi familia, que vino a cumplir una misión a este mundo y sólo el de arriba sabe cuál es. Lu, mi sobrina, que es discapacitada y no se sí a los padres le va a gustar mucho que la nombre, pero no quiero dejar de compartirte a la persona que hizo que esos 12 kilómetros se convirtieran en el cielo… Ella de repente apareció entre ceja y ceja y cuando la vi tan clara me propuse caminar cada paso por todos los que ella no puede dar, es impresionante pero me sacó fuerzas de donde no tenia, juro que no tenia… Y cada paso y cada zancada fue uno más que me llevaba al kilómetro 42, ya no sentía el dolor, ya no sentía nada, solo pensaba en Lu y seguía corriendo. Y las lágrimas de dolor empezaron a convertirse en lágrimas de felicidad, de satisfacción, de orgullo, de pensar en ella, en sus padres y en mi familia… Me di cuenta que el amor une, da esperanza y vida.
Nos fuimos acercando a la meta, al sueño, al anhelo de este último mes. En el kilómetro 40 miré al cielo y grité fuerte: “¡Gracias Dios!”. Y volví a gritar: “¡Gracias por ponerme a este tipo al lado mío!”, el optimismo y las palabras de aliento hablan de lo que es este tipo y hablo de Tito. Fue el bastón cuando las cosas se pusieron realmente duras, fue la energía y el optimismo que todo corredor quiere tener al lado siempre, fue tener un video motivacional constante… Fue, una vez más, un compañero de sueños, lo fue desde el día en que decidimos hacer este viaje juntos, lo es hoy y lo será hasta el último segundo que mi conciencia dure en este mundo.
El último kilómetro fue increíble, la gente aplaudiendo y gritando “Enhorabuena”, “Vamoshhh tío que ya lo tienen” y cosas similares. Ahí estaba Santi, que se había tomado el tren y había viajado durante una hora para estar presente en nuestro último kilómetro (gracias animal, se valoró mucho tu presencia, ¡UNA CARA CONOCIDA!).
Y llegamos nomás, logramos el objetivo, no te puedo explicar la cantidad de cosas que me pasaron por el cuerpo y la mente en ese momento. Fue mucho más que correr 42 kilómetros, hay algo mucho más fuerte que estar horas y horas corriendo… es agregarle una capa extra a mi personalidad, es pensar que puedo imaginar lo inimaginable, el maratón es una metáfora de la vida, que la vivís en carne propia, después de esto no se si en mi vocabulario exista la palabra “No puedo”… Y me viene a la mente una de las tantas frases que leí en estos días: “Cuando cruzas esa meta, sin importar lo lento o lo rápido que lo hagas, tu vida cambiará para siempre”.
Cruzamos la meta después de estar 6 horas y 54 minutos corriendo, y nos fundimos en un abrazo que nunca más en mi vida voy a olvidar.
Gracias campeón por seguir siendo el compañero de mis sueños.
Gracias a Clari, mi novia que hizo lo imposible para que no sienta su ausencia.
Gracias a mi familia y a mis amigos, me acordé mucho de ustedes en distintas etapas de la carrera.
Gracias a todos los que estuvieron presentes de algún que otro modo con mensajes de aliento, mails, whatsapp, etc…
Y ¡gracias a Dios que me sigue regalando sueños!
Abrazos y besos.
PD 1: Aclaro, no hice más que correr un maratón, pero cumplí un sueño, un sueño que cambió mi vida.
PD 2: El último comentario lo dejó «una de las tantas muchas minas» de la carrera que nos vio por ahí, en alguna parte de estos inolvidables 42 kilómetros.
PD 3: Este es el video que armamos después de algunos días de edición y mucha reflexión, siempre acompañados por un buen vino madrileño. Lo que hicimos fue algo para nosotros, para verlo dentro de muchos años y para que, cuando las papas quemen, nos podamos convencer de que todo, absolutamente todo, es posible: