Diario de viaje – días 60 y 61: Ávila y Salamanca
El recuerdo de este fin de semana se lo lleva mi primo y cura Ramonin. Me llamó el miércoles para decirme que tenia un casamiento el sábado en Sevilla y que me dejaba el auto para que recorra Ávila. Había una condición y era que lo buscara el domingo a la mañana por Atocha para que lo acompañe a Salamanca a pasar el día (porque tenía que dar misa).
Y así fue entonces.
El sábado temprano me encontré con él sin haberle visto nunca en mi vida la cara. Raro ¿no? Un primo hermano del que tenga sólo referencias físicas por las redes sociales y de su persona por comentarios familiares. En fin, la sangre mantiene despiertos estos vínculos porque a los dos se nos abrieron los brazos a la hora de saludarnos, para darnos un buen abrazo. Bastó alguna que otra orden del auto para que quedara todo en claro y rajó para el sur de su país.
Nos subimos al auto con Tito y automáticamente sonreímos, días atrás habíamos fantaseado con tomar unos mates y escuchar música manejando por las rutas de España y otra vez el de arriba nos guiñó un ojo. Al ratito apareció Santi con un bolso colgando de su hombro derecho, aparentemente bastante pesado, adentro tenía comida como para un mes, pero era sólo para pasar el día en Ávila: “Hice una tortilla, armé tres sándwiches, traje queso brie, papas fritas y pan y de postre bananas y unos chocolates”. Los tres sonreímos y automáticamente tiró: “Y sí, si está el dino” y me miró. Así me bautizó, y creo que debe ser por lo que lastro.
En fin, partimos rumbo a un nuevo destino, el GPS marcaba Ávila. Su distancia, unos 110 kms, los recorrimos tomando mates, charlando y escuchando música.
A la hora llegamos a las inmediaciones del pueblo que a lo lejos lucia, orgulloso, una muralla de unos 2.500 metros (declarada Patrimonio de la Humanidad). Debo admitir que fue una de las cosas más lindas que ví desde que llegué, no sé que tiene, no sé que hay ahí adentro de ese pueblito amurallado, pero algo hay. Pasamos un día espectacular, recorriendo, caminando, conociendo, cantando (ya subí algo a Facebook) y terminamos rezando.
Esta vez tocó la iglesia de Santa Teresa de Jesús. Creo que las misas en este tipo de pueblos te llevan a otra dimensión, el sábado escuché uno de los sermones más increíbles de mi vida (para el que le interesa que lea a Santa Teresa de Jesús, fue el consejo que me dio el cura después de ir a pedirle el sermón escrito qué, dicho sea de paso, no lo había escrito).
A la salida de la iglesia nos encontramos con un clima oscuro, lluvioso y fresco (sí, acá ya empezó a hacer frío) y no dudamos un segundo en ir trotando al auto para pegar la vuelta. Y así terminó nuestro sábado.
Y así arrancó nuestro domingo: nos encontramos con Ramonin a las 11:30 hs en Atocha. Lo pasamos a buscar para seguir recorriendo pueblos, el destino fue Salamanca. Empezamos el viaje conociéndonos, no hicieron falta más de 20 minutos para ponernos al tanto de toda una vida. Mates de por medio, historias y anécdotas hicieron del recorrido algo mágico.
Paramos a almorzar en “El oso y el madroño” ubicado un par de kilómetros antes del destino. Con Tito lo primero que hicimos fue darle la autoridad absoluta al primo: “Pedí vos, comemos cualquier cosa…” y automáticamente el mozo anotó en su cuaderno de mano “Tres chuletones “Oso y Madroño””. Era una media res en cada plato, con papas fritas y morrones. La combinación entre el hambre, la falta de carne en el cuerpo (hace dos meses que no como algo así) y el tamaño del plato hizo de “los chuletones” un menú insuperable.
Seguimos viaje y llegamos a destino, recorrimos un pueblo que tiene una de las catedrales más imponentes que ví desde que llegamos, junto a una magnifica Plaza Mayor y a una prolijidad digna de un cuadro. Pasaron las horas, las caminatas y las charlas. El primo se puso a trabajar en una muy linda iglesia, nosotros nos dignamos a tomar un café para levantar la modorra provocada por “los chuletones” y a eso de las siete y media nos reencontramos para volver a “comer algo”. Caminamos un poco hasta la chocolatería “Valor”, quien fue testigo de mi primer churro empapado con chocolate caliente en mis cortos 26 años (sí, en unos días corro 42 kilómetros en la montaña, creo que estas pensando cómo carajo voy a hacer, no te preocupes, yo tampoco sé). En la foto se ve a Tito haciendo un esfuerzo extraordinario porque no le entraba nada más.
Después de semejante panzada nos fuimos para Madrid, pero antes bajamos en Ávila (queda de paso) para volver a ver sus murallas de noche y para seguir probando cosas nuevas: “la sopa de ajo”.
Parece increíble, pero el primo no falló en un solo pedido, lugar donde comimos, lugar donde nuestras papilas gustativas aplaudieron.
El último tramo de la vuelta fue muy lindo, seguimos conociéndonos con Ramonin, charlando, riendo y hablando sobre todo tipo de temas. Llegamos a casa y nos volvimos a dar un fuerte abrazo, pero este tenia mil y un argumentos más que el primero.
Fue un gran fin de semana.
Saludos y hasta el próximo pueblo.
PD: ¡gracias por todo primo!