Don Ricardo y Doña Elsira

Aquella mañana, Don Ricardo ensilló su caballo. De un lado de las alforjas, la pala y el mate. Del otro, la campera y el ramo de flores. Con las manos agrietadas por el deber del campo, aunó las pocas fuerzas que le quedaban y terminó de cinchar. Apoyó su frente contra el recado, recuperó el aliento y rompió a llorar. Se refregó la cara con las mangas de su camisa y prendió el primer cigarrillo de la mañana. Guardó el fósforo quemado en uno de sus bolsillos. Miró las montañas y suspiró. Ni el humo en sus pulmones, ni el sol dando sus primeros pasos, fueron capaces de aliviarle el dolor.

Se acomodó las botas. Con su mano izquierda agarró las crines marrones de su caballo, fijó una pata en el estribo y revoleó la otra. Lo que en su juventud era un simple movimiento, ahora era una gran ceremonia. El peso de su cuerpo hizo resoplar al equino que, contemplando el esfuerzo que hizo su patrón por montarlo, permaneció inmóvil.

Don Ricardo agarró el cabresto y, rebenque en mano, partió. Todavía recordaba la mirada de Doña Elsira y su voz diciendo:

“Déjeme ahí, mi negro, abajo del sauce y cerca del arroyo, al pie de la montaña. Sí mi negro, donde le agradecíamos al Tata Dios por tanta abundancia. Déjeme ahí, donde hace más de cincuenta años, usté y yo, nos casamos, mi negro. Donde disfrutamos los atardeceres y los ciervos, y nos maravillábamos con el vuelo de los cóndores. Donde yo pasaba las horas tejiendo y leyendo, y usté pescando y escribiendo.

Ahí, donde vimos crecer a nuestros gurises, donde reímos y lloramos… Ahí, donde vivimos, mi negro.

Pero usté sabe, estamos lo que tenemos que estar y seguimos viaje. Por eso, no quiero que me ande llorando, lo quiero fuerte mi negro y agradecido. Bah, primero agradecido, después, lo demá. Y mi cuerpo, mi negro, se va a quedar ahí, pero mi alma… se queda con usté, ¿entendió? Con usté”.

A un costado de las patas del caballo, acompaña a Don Ricardo, la fiel compañía de su perra. Al otro, la triste sombra de un hombre partido por el dolor. Metros atrás, cabresto de por medio, va al paso, la yegua de Doña Elsira con su cuerpo encima.

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Gracias @celine_frers por dejarme escribir historias con tus increíbles fotos.