El deporte y la vida, un mismo camino
Nota publicada en la Revista Tigris en noviembre de 2015.
Kilómetro 27, una de las pendientes más difíciles de la maratón. Caí de rodillas a las piedras. Me temblaban las piernas. Evidentemente no había analizado bien la carrera; no estaba preparado para correr una maratón en la montaña, ni mucho menos en Madrid, lejos de todos y de todo. Me puse a llorar, me quebré emocionalmente y empecé a cuestionar todo. ¿Quién me había mandado a hacer semejante esfuerzo? ¿Era necesario correr tantas horas? ¿Qué sentido tenía todo eso?
Y tras esa maratón, muchas cosas se fueron esclareciendo. El valor del sacrificio, de seguir aunque la cabeza y el cuerpo no pudieran más. El valor del compañerismo al correr con un amigo del alma durante tantas horas. El valor de la perseverancia, de entrenar todos los días para lograr un objetivo. El valor de la disciplina, de comer bien, de no salir de noche, de dejar de lado las cosas que a uno le gustan por un bien mayor. Valores extraordinarios para muchos de nosotros, pero que son moneda corriente en el mundo del deporte.
ANTE TODO, SACRIFICIO
Felipe Contepomi (38), ex capitán de Los Pumas, estuvo hace pocos meses dando una charla vocacional a chicos de entre 17 y 18 años en Human Camp (una institución que se dedica a generar contenidos inspiradores para líderes de organizaciones, jóvenes, el ambiente de la salud y la educación). Contó que en su infancia luchó contra el “deber ser” impuesto por sus padres, el colegio y la sociedad misma,
pero destacó que pocas veces los jóvenes se preguntan “qué quiero ser”. Para Contepomi, el “querer ser” es lo que realmente uno desea, y ese deseo interno lo relaciona con los sacrificios que una persona haría para lograr algo. Él se recibió de médico en Irlanda jugando al rugby profesional. Tenía ese deseo y lo logró. Llegó a ese objetivo levantándose todos los días a las seis de la mañana, haciendo guardias los días que tenía libres en su club, corriendo de un lado a otro para llegar a horario a los entrenamientos. Lo que lo llevó a recibirse jugando al rugby profesional fue el deseo interno de querer hacerlo, aunque aclara que con eso sólo no alcanza.
Se necesita, además, el sacrificio: “Si el deseo es la clave de la felicidad, el sacrificio es la clave del éxito”. Felipe afirma que no conoció a nadie en toda su carrera (tanto de médico como de jugador) que haya logrado cosas sin sacrificarse. Uno de los primeros valores a rescatar en el deporte: el sacrificio.
Destacó que sus años más brillantes fueron cuando jugaba al rugby profesional en Irlanda mientras estudiaba, porque estaba en el mejor de los mundos, haciendo las dos cosas que más le gustaban en su vida. Después de estar seis horas en el hospital se iba a entrenar con todos sus compañeros, que miraban el reloj para irse a su casa mientras él no quería por nada en el mundo que pasaran esas dos horas de rugby. Todavía no entiende cómo lo logró (estudiar y jugar al mismo tiempo), pero está convencido de que los límites de cada uno son mentales, se los crea la persona como mecanismo de autodefensa. Un concepto similar al que transmite una gran frase de Nelson Mandela: “los obstáculos son producto de nuestra propia mente”. Habló también del éxito y del sentido que hoy en día tiene esa palabra. Dijo una frase que, según él, está impuesta en la sociedad: “Si ganás sos exitoso, si perdés sos fracasado”. Hoy, el resultado es el que manda y no hay medias tintas. Felipe disiente totalmente con esta forma de ver el éxito. Para él, el éxito es poder lograr el 100% de lo que uno puede ser. En un partido de rugby uno puede controlar lo que hace, pero no puede controlar al rival, al árbitro, al clima o a la gente. Lo mismo pasa en la vida. Uno es exitoso cuando logra llegar al máximo de sus capacidades y cuando desea algo, hace lo imposible (con pasión y sacrificio) para lograrlo.
LA MEDALLA DEL ESFUERZO
Estuve hace pocos días con Diego López (29), remero olímpico que ganó, junto a su compañero de bote, Axel Haak, la medalla de oro en los Juegos Panamericanos de Toronto, Canadá. Entre mate y mate se pasaron más de tres horas de charla. Fue una de las conversaciones más enriquecedoras que tuve en estos últimos tiempos. La sensación general fue de aprendizaje. Me di cuenta de que sabía poco de los valores que quería transmitir en esta nota antes de conocer a Diego: humildad, sencillez, sacrificio, esfuerzo, disciplina, responsabilidad, pasión, entre tantos que pude ir descubriendo a lo largo de la mateada.
El concepto de sacrificio para Diego es una elección. Está acostumbrado a que le digan “el remo es muy sacrificado, ustedes sacrifican mucho…”, y siempre contesta lo mismo: “a esto lo elijo”. Elige subirse a un bote y entrenar. Es consciente de que tiene que dejar cosas de lado, pero igual lo elige.
Para los Panamericanos de Toronto entrenó durante cuatro años, los 365 días del año (en el programa de entrenamiento no tienen un día entero libre) para poder correr los seis minutos que dura la regata. Seis minutos por cuatro años. Y la lectura entre líneas que fue aprendiendo con los años es a saborear el día a día.
Aprendió a trabajar el concepto de equipo. Para él no todo muere en una individualidad, sino que cada uno tiene su responsabilidad y sus límites de acción bien marcados en donde se tiene que dar lo mejor de sí, pero siempre respetando el lugar que ocupa.
Cuando hablamos de Axel (y el valor del compañerismo), se nota el cariño, el respeto y la admiración que le tiene a su compañero de bote. Para Diego es cuestión de tiempo para que Axel se convierta en un gran y excelentísimo atleta que va a marcar un punto de inflexión en el deporte del remo, y cree que su nombre se va a escuchar muchísimo en el deporte argentino.
Una de mis grandes dudas siempre fue saber cómo manejan este tipo de atletas las situaciones de estrés que se les presentan en las competiciones importantes. Su respuesta fue sólida y precisa, como cada remada que dio para levantar el oro: “Me ayuda mucho hacerme fuerte en lo que yo creo que puedo entregar, estar muy unidos como equipo con Axel, el entrenador y demás integrantes. Focalizar y visualizar el resultado y hacerme cada vez más fuerte y más seguro en mis capacidades. Son situaciones que van formando a la persona a desarrollarse, a tomar decisiones y a pensar qué lente le pone a la situación. Con el tiempo me fui dando cuenta a nivel extra deportivo de que el deporte me entregó muchas cosas invisibles que no trascienden en una medalla o un trofeo. Son amistades, la forma de ver la vida, la forma de afrontar situaciones, el insistir, el tratar de superarse constantemente”.
Cuando le pregunté sobre la forma de ver la vida desde los ojos de un deportista me dio una respuesta más que interesante: “Siempre necesito una motivación, un objetivo, una meta, así funciono yo. Estos objetivos son muchas veces promovidos por la vorágine de la sociedad. Me resultaba difícil saborear el día a día, acostumbrado a ver lo que me faltaba. No muchas veces salen las cosas, y el deporte me fue dando una perspectiva diferente con respecto a eso, me abrió la cabeza para entender y analizar otras formas de llegar a mi objetivo. Si las cosas no se van dando como me parece, busco ir por otro lado; me pregunto ¿qué hice mal? Entonces intento superarme; en mi caso, entrenar más, romper la marca. Hoy perdiste, saliste segundo (aunque para mí sea un buen resultado), pero vos querías ganar, entonces corresponde felicitar al que te ganó, no morir en esa de “perdí yo” sino aceptar que el rival fue mejor. El mismo concepto aplico para la vida: cuando no se cumplen ciertos objetivos, es importante ser conscientes y autocríticos, y pensar en lo que viene, en construir”.
Durante cuatro años, Diego soñó con ganar el oro en Toronto y lo logró. Pero además supo hacer del deporte un estilo de vida y aprovechó cada una de las aristas del alto rendimiento para educarse, formarse, vincularse con los demás y ser mejor persona. Por eso, más allá del éxito en su carrera, hoy lleva la verdadera medalla dorada colgada en el corazón.
DEPORTE PARA CADA UNO
También con mates de por medio, me junté con Gustavo Roberti, actual preparador físico de la primera de Boca para charlar sobre el deporte y sobre un emprendimiento que está llevando a cabo junto a Guillermo Pereyra (ex futbolista), su novia Soledad, Guillermo Nudemberg y su mujer Lucrecia: la creación de un gimnasio totalmente novedoso en la Argentina.
Hablamos sobre la importancia que tiene la parte humana tanto en el deporte como en la vida para poder conocer el valor agregado de las personas. “Me gusta mucho establecer un vínculo desde lo humano porque soy un convencido de que si no conozco al deportista por dentro, es difícil cambiarlo por fuera. Me gusta interiorizarme en todas las cuestiones, no solamente en saber cómo está físicamente, que es lo más tangible, comprobable y medible. Me gusta entrar en lugares donde los valores son más idílicos y donde el punto más profundo es el más importante. Así establecés un vínculo no solamente de confianza sino de relación y sentimiento. En mi trabajo trato de hacerlo, un poco impulsado por Abel Albino, a quien no conozco, pero escuché varias veces y me valió de estímulo. Por eso no solamente preparo a los futbolistas físicamente, sino que trato de explicarles la importancia de dar un poco más, como deportistas y como personas”. Hace quince años que Gustavo trabaja en su profesión y cree que en todos los clubes en los que estuvo salió campeón porque se llevó lo mejor de cada plantel: el valor humano. Todavía mantiene su relación con futbolistas que entrenó hace más de una década. Se va de los clubes y sigue vinculado a muchos jugadores, que le cuentan de sus vidas y sus proyectos, y Gustavo destaca que para él eso es salir campeón.
Así como Felipe, Gustavo también habló preocupado de lo que significa la palabra éxito en estos días: “Hoy todos vivimos en una sociedad muy exitista. El éxito pasa por cuestiones muy tangibles, contables: el que más puntos sacó es el campeón y todos los demás equipos restantes fracasaron. Lo que pasa hoy es que la sociedad no solamente es exitista, sino que además hay poca memoria y lo que se hizo bien hace un mes ya no sirve si ayer tuviste un resultado adverso. Creo que el error más llamativo o más común en el deporte es fijarse lo que buscan los demás. Para mí, hay que focalizarse en lo que uno busca para uno y sentirse contento con lo que uno es capaz de hacer para lograr ese objetivo, es decir, disfrutar el camino que se transita para llegar al objetivo planteado”. Y muchas veces, en el deporte y en la vida, no alcanza con hacer lo que tenemos que hacer y nada más, sino que tenemos que hacer un poco más. Ese plus que damos es nuestro valor agregado”.
Lo que hizo Diego, entrenar durante cuatro años para los seis minutos de regata, para Gustavo es una locura y lo admira enormemente por su preparación y planificación durante tanto tiempo. “En el buen uso de una metodología de entrenamiento está el provecho, porque lo que es desordenado es raro que salga bien. El deporte es una de las herramientas que ordena, sistematiza y hace sentir mejor a la persona, y cuando esa persona se siente bien con ella misma se siente bien con los demás”.
Además, Gustavo destacó lo importante del deporte en cuanto a la calidad de vida de una persona. “Muchas veces con la actividad física buscamos un objetivo estético y creo que hay otras cuestiones que hacen que la calidad de vida mejore. La persona que tiene cinco kilos de más y sale a caminar media hora se distrajo, vio gente, mejoró su sistema cardiovascular. ¿Adelgazó? No, no adelgazó pero el día que tenga que subir cinco pisos por la escalera no se va a agitar. Son pequeñas cosas que para muchos son grandes cosas. Quizás el día de mañana esa misma persona se engancha con la actividad. Como le gustó y se siente cómoda, es muy probable que quiera algo más, porque el deporte es eso también, es buscar siempre un poquito más. Corrí cinco cuadras, después diez kilómetros, después una maratón. Esa persona, ¿fracasa si no sale primera? No, no fracasa, es exitosa porque tiempo atrás sólo podía correr cinco cuadras”.
Las preguntas que me hice en ese kilómetro 27 que tanto me marcó en la maratón de Madrid tuvieron respuesta una vez que crucé la meta. Todo tuvo otro sentido. Me di cuenta de que mucho más que correr 42 km, hubo algo mucho más fuerte que estar horas y horas corriendo. Pude agregarle una capa extra a mi personalidad; ahora soy capaz de imaginar lo inimaginable, porque la maratón es una metáfora de la vida que se vive en carne propia. Después de terminarla no sé si en mi vocabulario sigue existiendo la expresión “no puedo”… Tardé mucho más de lo que pensé que iba a tardar, pero siempre en mi cabeza estuvo el “voy a terminarla” y la terminé. Y se me viene a la mente una de las tantas frases que leí aquellos días: “Cuando cruces esa meta, sin importar lo lento o lo rápido que lo hagas, tu vida cambiará para siempre”.
Creo que como seres humanos, como familias, como país, estamos llamados a ser maratonistas. A veces nos dejamos llevar por la realidad y no nos damos cuenta de que tenemos los dones para dejar de correr cinco cuadras y empezar a pensar en grande. Tenemos lo que hace falta para salir de la zona de confort y trabajar todos los días para estar cada vez mejor. Es verdad que los desafíos dan miedo y que no siempre es fácil ajustarse el cinturón para lograr un bien mayor, pero es igual de cierto que podemos llegar a donde nos propongamos. Porque como decía un cartel que sostenían dos personas que alentaban a los corredores en el kilómetro 33 de la carrera, “el dolor es pasajero, la gloria es eterna”.