Cambiar el dolor por amor

Este Viernes Santo se cumplieron seis años desde que entré por primera vez al pabellón 8 de la Unidad 48 de San Martín. Volví a cruzar esa puerta de hierro, dura y pesada, que crucé aquel Viernes Santo de 2015. Después de casi 4 años de voluntariado en la Unidad 47, volver a donde todo arrancó fue diferente. El mismo patio, la mesa y la Virgen del rugby acompañando la escena; el mismo olor, las paredes pintadas, las sonrisas intactas y los abrazos de siempre. El ofrecimiento de un mate: “Te hago uno para vos así lo tomas tranquilo”, el banquito a la sombra para no sentir la intensidad del sol, y el afán de los muchachos por hacer sentir bien a las visitas. La guitarra sonando, las palabras de todos y el agradecimiento recurrente de cada preso: “Gracias Señor por un día más de vida”. En el tercer misterio Baraku, el capitán, me pidió pasar al frente para presentarme y contar mi historia. Después de regalarme cientos de palabras lindas por estos años de visita, me pasó la pelota. Miré al cielo, miré a cada uno de los internos, bajé la mirada y me puse a llorar.
¿Cómo explicarle a un preso que su simple presencia en un pabellón me cambió la vida? ¿Cómo bajar a palabras que extrañaba ver los alambres de púa y los shorts de fútbol colgados en una ventana? ¿Cómo contarle que con su abrazo me siento un hombre pleno? ¿Cómo decirle que es mi inspiración cuando me siento solo allá en la montaña? ¿Cómo explicarle que en esas paredes me siento en casa? ¿Cómo hacerle entender que, de elegir mi muerte, quisiera que sea en ese abrazo grupal del quinto misterio mientras rezamos todos juntos?
Este Viernes Santo, hace 1988 años, Jesús, un hombre que respiró el mismo aire que respiramos nosotros, dió su último suspiro. No es cuento, no son creencias o educación recibida, es un hecho.
Él es el hombre que cambió la historia, el Maestro que vino a enseñarnos cómo vivir la vida, que estuvo preso y murió en la Cruz. Él cambió su DOLOR por AMOR.
Él es el hombre que hoy resucitó para volver a ser parte de cada uno de nosotros.
Él es el hombre que nos pide que vivamos con el corazón blando, para poder verlo en todas las personas, también en un preso.