Destiempo en el amor

Jueves a la tarde. Amparo siempre esperaba del otro del puente. A su corta edad, ya planificaba todos los escenarios. Abría su Guaymallén de fruta que no comía en el recreo, para hacer de esos escasos minutos, un ritual al destiempo.

Apoyaba sus codos en la pared y, desde allí, veía el panorama perfecto. Disfrutaba de mirarlo a él corriendo como una gacela, levantando polvo y dejando rivales en el piso. Y también, relojeaba de lejos si se acercaba Doña Elvira con el sombrero anaranjado. Si pasaba, Amparo debía correr, con la mochila bailando de un lado al otro, hasta llegar a su casa y simular estar haciendo los quehaceres.

Pero su madre rara vez salía temprano. Ese no era problema. Sino que los partidos terminaban siempre después de las seis de la tarde, y no podía quedarse hasta esa hora.

A lo único que se aferraba ella era a una inocente esperanza de que el partido terminara un ratito antes y que no aparezca de lejos, el sombrero anaranjado. Si la Pacha y los ancestros lo disponían, la Amparo y el Fausto, podían cruzarse al menos un minuto, en el puente.

La única que vez que sucedió fue hace más de un año y medio, cuando el Fausto se dobló el tobillo y no le quedó otra que salir. Estaba tan mal visto dejar la cancha antes de que el partido terminara, que el Técnico era capaz de borrar del torneo dominical al que se “arrugue”. Y eso era bravo, a ese torneo asistían “los de Buenos Aires“ para llevarse al mejorcito.

Aquel jueves a la tarde, el Fausto metió dos goles, y en ambos festejos miró al otro lado del puente. Cuando Amparo escuchó, entre las montañas, el eco del grito sagrado, recibió la dedicatoria. Entre el polvo y la distancia, casi no se distinguían, pero cuando dos almas gemelas se encuentran no hacen falta los sentidos.

Ese fin de semana, los padres de Fausto no bajaron al pueblo y él tuvo que quedarse guardado hasta el domingo, día de torneo y de esperanza.

Lo que nunca se imaginó el Faustito, es que después de ser figura en el partido, se lo llevaran para Buenos Aires, a la supuesta solución del hambre de su familia.

Lo que nunca se imaginó la Amparito, es que al día siguiente, en su ritual al destiempo en el amor, le dieran la noticia.