Miguelito y Ceferino

Miguelito y Ceferino. Dos hermanos. Ambos juegan lejos de la casa. En la tierra están dibujadas las huellas de los tractores Duravit. También hay caballos de plástico, dos corrales hechos con ramitas, un Playmobil gastado y una carreta sin techo ni chofer.  Una charla amistosa. La trama del juego parece inocente. Pero Miguelito hace un comentario fuera de lugar y Ceferino enfurece. La paz y la risa se convierten en pasado.

Ceferino da una patada en la tierra que inunda el escenario de polvo. Los ojos de Miguelito se cierran al instante. Las lágrimas ceden. Miguelito intenta pedir perdón, se equivocó.Ceferino tira los juguetes y retoma el camino a casa. Miguelito lo sigue. Ceferino, fuera de si, lo agrede con comentarios. A Miguelito le duelen. Una escalada sin sentido. ¿Cómo llegaron hasta ahí?

Ceferino da una estocada final, su lengua es filosa. Miguelito no resiste y frena. Entiende que su hermano necesita estar solo.

Miguelito mira al cielo y dice: “Virgencita, mamá no está con nosotros, y yo sé que a vos no te gusta que los hermanos se peleen. Virgencita, por favor, que podamos darnos un abrazo antes de que termine el día”.

Ceferino desaparece del camino. Miguelito camina despacio y su plegaria es más fuerte: “Por favor Virgencita, sacale el enojo”.

Miguelito cree que Ceferino entró a la casa y que todo esto, puede ser para largo. Pero no pierde las esperanzas y su rezo sigue intacto. Camina mirando la tierra. Cuando levanta la mirada, a metros de la casa, frena en seco y rompe en llanto.

Ceferino espera a su hermano sentado en el banco de la galería. Cuando cruzan las miradas, sonríe.

Se funden en un abrazo. La plegaria parece haber sido escuchada.

Miguelito, con la voz quebrada, reza: “Dios te salve, María, llena eres de gracia, el Señor es contigo. Bendita tú eres entre todas las mujeres, y bendito es el fruto de tu vientre, Jesús”. Ceferino envuelve con el brazo a su hermano y responde: “Santa María, Madre Dios, ruega por nosotros pecadores, ahora y en la hora de nuestra muerte. Amén”.

Ambas madres miran desde el cielo, con orgullo a sus hijos.